El presidente Pedro Sánchez y su esposa, Begoña Gómez.
Fernando González

Fernando González

Director de El Observador España

Miradas > Crisis en España

Último tango en Madrid: la argentinización definitiva de Pedro Sánchez

El presidente de España apuesta a la victimización para evitar un escenario político cada vez más complicado por la apertura de una causa judicial contra su esposa. Los antecedentes de Cristina Kirchner y Javier Milei.
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28 de abril de 2024 a las 13:54

Cuando los argentinos hablan de política en España repiten una frase categórica: “Venimos del futuro”.

Es que ya lo han visto todo en materia de descalabros económicos y de despropósitos institucionales.

El 29 de junio de 2009, Néstor Kirchner acababa de perder las elecciones legislativas frente a un empresario hasta entonces desconocido: Francisco De Narváez. No podía entenderlo ni aceptarlo. La noche anterior, cuando el recuento de votos era irremontable, intentó agarrarse a trompadas con el joven alcalde de Tigre, Sergio Massa. Dicen que no la pasó bien.

Pero a la mañana siguiente ya no aguantó más. Se levantó temprano en la Quinta Presidencial de Olivos y le gritó a su esposa, la presidenta Cristina Kirchner. “Nos vamos; les dimos todo y estos hijos de puta votaron a un empresario. Nos vamos al sur de nuevo. Que se queden con el gobierno”.

Fue un día intenso, de esos a los que la Argentina se acostumbró en los últimos cuarenta años.

Muchos años antes de ser presidente, el Jefe de Gabinete Alberto Fernández, debió hablar de urgencia a Brasil para que Lula Da Silva convenciera a los Kirchner de que se quedaran. “Estos dos locos quieren renunciar”, lo asustó al presidente brasileño, quien a los pocos minutos agarró el teléfono y logró convencerlos para que se quedaran.

La anécdota sirve para entender un poco la maniobra que acaba de perpetrar Pedro Sánchez en España.

No soportó la apertura de una causa judicial contra su esposa, Begoña Gómez, a quien investigan por supuesto tráfico de influencias con algunos empresarios que luego fueron beneficiados por el Estado.

Como aquel matrimonio que amenazó con fugarse del poder hacia la Patagonia, Sánchez suspendió su agenda electoral (tenía un acto con Santiago Illia, el candidato del Socialismo para las elecciones en Cataluña) y puso a España al borde del cataclismo al decir que el lunes decidirá si se queda en la Moncloa o renuncia asqueado por la suciedad de la política.

Y como si fuera una broma, Lula también se tomó el trabajo de solidarizarse con Pedro Sánchez para correr en su auxilio como la había hecho una década y media atrás con los excéntricos Kirchner. 

La decisión de Sánchez, además de sorpresiva, causó un ataque de hilaridad a toda la clase política y buena parte de la sociedad porque el presidente (a quien hasta sus amigos llaman “El Perro) es la personificación de Maquiavelo en España. Todo lo ha hecho, y todo es muchísimo, para eternizarse en el poder.

Una carta con ritmo de bolero

En la mañana del jueves, el periodista más escuchado de la radio española, Carlos Alsina, difundía los acordes de una canción construida con inteligencia artificial en formato de bolero. Y un Armando Manzanero digital entonaba las estrofas de la carta con la que Sánchez anunció su amenaza de privar a los españoles de su genio político y administrativo.

Lo cierto es que nadie, salvo los funcionarios de su gobierno que dependen de su continuidad, se lo toma demasiado en serio.

Porque hasta ese brote de argentinidad tuvo Pedro Sánchez en su capítulo teatral de victimización.

Escribió una carta en la que se autopercibía como “un hombre enamorado” y la difundió por X, tal como lo hacen desde hace tiempo Cristina Kirchner y esa nueva celebridad de la derecha argentina conocida como Javier Milei.

Nada de medios tradicionales. Indignación romántica diseñada para el universo cruel de las redes sociales. Acusó casi en cada párrafo a “la derecha y a la ultraderecha”, y se describió como la víctima de una campaña de desprestigio.

Para ser completamente argentina, a la carta de Sánchez quizás le faltó hablar de lawfare, el anglicismo al que recurrió Cristina para neutralizar las causas por corrupción en las que fue condenada, por ahora, a seis años de prisión en suspenso.

Sánchez ya había hablado de lawfare cuando necesitó exculpar a los separatistas catalanes que debían ofrendarle los votos para seguir siendo presidente. Allí está todavía limpiando el fango del fugado Carles Puigdemont, y avalando el relato de los herederos de ETA en el País Vasco para poder sostenerse.

Pero algo ha comenzado a temblar bajo el piso resbaloso del señor Pedro Sánchez.

La sensación que recorre a la clase política, y a millones de españoles, es que las piruetas de este equilibrista sobre los cables de las instituciones han empezado a agotar la paciencia de un país que ha sufrido sangre y privaciones para volver al abrigo de la democracia y de la prosperidad.

Será ese hartazgo el motivo por el que pocos creen en sus emociones. Nada parece indicar que vaya a dispararse una hecatombe social espontánea para evitar su renuncia.

Sánchez suspende su gestión como presidente y pone a toda España en vilo porque necesita despejar las sospechas cada vez más oscuras sobre su estilo de supervivencia en el poder.

La imperdonable ley de amnistía, el sistema Pegasus de espionaje, su peregrinaje para legitimar al estado palestino liderado por los terroristas de Hamas y las intermediaciones con empresas que complican a sus familiares.

Demasiados cabos sueltos para explicar que necesitaban un golpe sobre la mesa. Y Pedro Sánchez lo dio, amenazando a todos con renunciar y extremando las presiones sobre los jueces.

En estas horas de incertidumbre, la prensa y las redes hablan mucho más de si va a renunciar, o de si todo se trata de otro acting del maestro de la victimización que de los contactos incómodos de Begoña Gómez con algunos empresarios afortunados. Sánchez va logrando allí una victoria efímera.

Porque los caminos son simples. Que el Rey Felipe deba elegir a otro candidato a presidente; que se llame a elecciones para el lejano 21 de julio o que Sánchez se haga aclamar con una cuestión de confianza. Un salvavidas desinflado que a otros presidentes españoles solo les alcanzó para sobrevivir políticamente unos pocos meses.

Son muchos los analistas que comparan a Sánchez con los líderes payasescos del chavismo venezolano. Pero no. Pedro no habla con pájaros. El ensaya el monólogo teatral de su victimización para sostenerse de pie sobre la impunidad.

Y para que la argentinización de sus movimientos se vuelva definitiva, entona un tango.

Como Gardel en “Volvió una noche”, canta aquello de mentira, mentira, las olas que pasan ya no vuelven más.

Habrá que esperar al lunes entonces para comprobar si, como dicen algunos de sus mejores amigos, la canción de Pedro Sánchez es realmente un último tango en Madrid.

 

 

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