Sudáfrica campeón del mundo

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Los reyes de la defensa y el sacrificio: la historia de Sudáfrica campeón mundial de rugby en una final dramática

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28 de octubre de 2023 a las 18:04

La historia del rugby de Sudáfrica es sacrificio. Es de no regalar nada, de no hacer lujos. De entender el rugby como un deporte de contacto, en el que gana el más fuerte. De ser frontales, físicos. Y de no dejar de batallar nunca.

Esa identidad del rugby sudafricana es lo que los sacó adelante en el mundial de rugby más duro que les podía tocar, para terminar siendo campeones. En el camino a la final le ganaron a Escocia, luego perdieron con Irlanda. Clasificaron segundos de grupo, y tuvieron que jugar ante el local Francia. Y le ganaron. Estuvieron a punto de perder en semifinales ante Inglaterra, pero lo sacaron adelante con el scrum. Con sacrificio. Con defensa. Y en la final fueron una aplanadora de tackles y presión para sacar ventaja 12-6. Luego se le apagaron las luces, pero tuvieron tackle y sacrificio para aguantar el embate de los All Blacks que, con uno menos, se jugaron el todo por el todo.

Porque el rugby es identidad. Y esa identidad sudafricana es lo que le permite a los Springboks ser bicampeón del mundo.

El partido de Sudáfrica fue el que veníamos a buscar: una intensidad física brutal, sobre todo en la presión defensiva. Lo que hizo todo el torneo, y lo que ratificó repitiendo el bomb squad, el banco de siete forwards y un back.

Esa estrategia se le complicó desde el minuto 3, cuando Shanon Frizell le entró de manera deslal en un ruck a Monambi cuando iba a limpiar la formación, y lo obligó a salir con lesión de rodilla. Tarjeta amarilla que no se elevó a roja, pero que dejó  a uno de los jugadores sudafricanos claves afuera, y obligó a uno de los suplentes a jugar 77 minutos.

Más allá de eso, Sudáfrica fue más cuadradito en el juego con el pie, y casi no apostó  a agotar el lado, porque privilegió usar el pie para siempre poner a los backs de Nueva Zelanda bajo presión. Así, los All Blacks pocas veces salieron de su campo en sus condiciones. Esa presión en el contacto –du Toit supremo en el brerakdown-, y un par de indisciplinas neozelandesas, como la de la amarilla de Frizell-, le dieron a Sudáfrica cuatro penales con los que se mantuvo arriba.

Pero además, los Springboks le robaron un par de line outs clave a los All Blacka, con lo que le sacaron más chances de jugar en campo propio. Tuvieron un par de breves lapsos de juego donde pudieron poner la pelota adelante con los forwards, y asó sacaron los penales con que se mantuvieron a tiro en el marcado. Sin embargo, sobre el final del primer tiempo, un tackle arriba del capitán Sam Cane derivó en penal y tarjeta roja, factor clave en el partido.

Sudáfrica pudo cerrarlo en el arranque del segundo tiempo, con un quiebre contra la banda en la que el capitán Siya Kolisi no llegó a tirar el offload que hubiese significado el try, y que luego Williemse no pudo acertar un drop muy favorable desde mitad de cancha.  

Y enseguida el partido cambió. Porque esa es la magia de una final del mundo. Difíciles de predecir, porque son el momento más trascendente de la vida de los deportistas. Las que marcan su legado. Kolisi se fue con amarilla por un golpe cabeza con cabeza, y fue el punto que necesitaban los All Blacks para reaccionar. Con un Telea espectacular, ratificándose como la gran aparición del año, largaron su juego. Lo tuvieron en un par  de oportunidades, pero  un try de Aaron Smith fue anulado po un knock con al principio de la jugada (parecieron demasiadas fases atrás como para ir al TMO), pero unos minutos después llegó el try de Bueauden Barret para el 11-12.

Mounga no pudo acertar la conversión. Y en esta final pareja al extremo, fueron un par de patadas a los palos lo que hicieron que los All Blacks no se lo llevaran. Nada más y nada menos que eso. Porque en el minuto 73 fue Jordie Barrett el que lo tuvo de penal, desde la mitad de la cancha, y también falló. En el medio, un Sudáfrica heroico en la defensa. Ya sin piernas, y sin ideas como para volver a llegar el juego a campo contrario. Obligado a defender contra las cuerdas contra un Nueva Zelanda que, con uno menos, también fue heroico en su esfuerzo.

Nunca sabremos que hubiese ocurrido si una de esas dos patadas a los palos hubiese entrado. Y eso es lo maravilloso de esta historia. Este Mundial perfectamente podría haber ido a Nueva Zelanda, y hubiese sido una historia de redención. En cambio fue de estos sudafricanos locos por la defensa, por la presión física. Por ser fieles a su estilo.

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