Canobbio le gana pelota y posición a Zunino ante la mirada de Medina

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Peñarol establece una nueva era

Venció en otro clásico, se quedó con el título y empezó a controlar una época
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26 de enero de 2018 a las 23:55
Aquella racha que hace solo cuatro meses le dolía al hincha de Peñarol, cuando los de Nacional aprovechaban para revolver la herida, porque la cuenta no se detenía (había llegado a 12 clásicos sin victorias y tres años sufriendo en los clásicos), empieza a dejar paso al comienzo de una nueva era. La de un Peñarol ganador desde lo futbolístico y anímico, y con esa convicción que solía mostrar en sus mejores tiempos.

Los dirigidos por Leonardo Ramos lograron este viernes de noche su tercer triunfo consecutivo ante Nacional (Clausura 2-0, Copa Antel 2-0 y Supercopa 3-1), con una racha de siete goles a favor y uno en contra, en una costumbre que comienza a establecer una superioridad de un plantel sobre otro, y que también empieza a tomar ribetes de paternidad, como suele definirse en el fútbol a aquellos períodos de dominio de uno sobre otro ya no solo por los resultados sino por la forma en que lo consigue.

El triunfo de Peñarol, justo y merecido porque aprovechó los momentos para golpear las imperdonables fallas individuales y errores garrafales de su rival, estuvo cargado de la cuota de fortuna que suele acompañar a los ganadores.

Cuando en el primer minuto, Diego Arismendi, el jugador más seguro que tiene Nacional, falló en un pase atrás a Esteban Conde, que quedó corto e invitó al ecuatoriano Fidel Martínez a hacer lo que mejor sabe (ganar en velocidad y definir con precisión para poner el 1-0), la pelota en el fondo de la red se transformó en un mazazo al corazón de ese equipo que había llegado al Estadio Centenario con el espíritu herido, por la derrota del lunes, pero con la aspiración de remontar desde lo futbolístico.

Ese inicio con blooper, cargaba de dramatismo y preocupación el camino que pretendía recorrer Nacional. Sin embargo, a partir de la tranquilidad que transmitió el técnico desde afuera de la cancha, comenzó su reconstrucción. Lenta, sufrida, pero reconstrucción al fin a partir de una propuesta en la que los albos se presentan generosos con el fútbol y el espectáculo, con dos zagueros bien abiertos (Corujo y Polenta), casi jugando de laterales cuando el equipo estaba en posesión del balón –tomando muchos riesgos por la estancia que dejaron en ese rombo que formaron con el golero, parado sobre la media luna, y Arismendi, parado en el mediocampo–, y con laterales que se plantaron como carrileros y con un equipo que apareció en la cancha del rival.

A los 20', Nacional ya se había reconstruido. Peñarol sufría el fútbol de los albos y obligó a Kevin Dawson a transformarse en figura, para evitar la caída de su arco.

Entre Tabaré Viudez y Matías Corujo dañaron con las diagonales hacia el área, en las que resolvieron con remates desde afuera. Además, Luis Aguiar aportaba esos lanzamientos a los delanteros que pueden ser argumentos valiosos.

Nacional fue más. Peñarol se recostó en su cancha con dos líneas de cuatro, que mostraron la versatilidad del equipo para adaptarse a todas las circunstancias. Porque si hay algo que confirmó esta formación de Leonardo Ramos es que sabe camuflarse, y sorprender a su rival con presión sobre la pelota (como en el primer partido), o recostarse en su cancha, esperar y saber jugar con la ventaja en el tanteador.

Los tricolores mercieron la igualdad, estuvieron más cerca del gol, pero no pudieron. Cuando el primer tiempo se apagaba, Nacional volvió a pagar carísimo sus desatenciones, como en el primer minuto. Primero Espino, con un lujo innecesario cuando quiso salir con un taquito, que terminó en un robo de Canobbio, quien a pura velocidad pisó el área y se encontró con un Polenta lento, que lo derribó, transformó la acción en penal y en gol del Cebolla Rodríguez. Cinco minutos después, otra vez un descuido defensivo y en una pelota sin trascendencia, Maxi Rodríguez estableció el 3-0.

El segundo tiempo estuvo de más. Solo sirvió para demostrar que, aunque derrotado, Nacional no se dio por vencido. Un detalles que no es menor en este momento crítico para los tricolores, y que se transforma en la esperanza para creer en el fútbol que propone Medina.

El clásico de la Supercopa, que le dio el primer título oficial a Peñarol en 2018, demostró la superioridad futbolística y anímica que este equipo de Ramos empieza a establecer sobre Nacional, y que la suerte, por ahora juega vestido de amarillo y negro, para comenzar a establecer un nuevo reinado en el duelo más importante del fútbol uruguayo. Peñarol sonríe. Nacional sufre y necesita salir a mostrar ya sus fortalezas para que la Libertadores no quede reducida a 180 minutos de fútbol ni regale los US$ 1,8 millones que entrega la fase de grupos, a la que accederá recién después de superar dos rondas eliminatorias.

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