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Palabra de abuelo

La nueva película del inglés Sam Mendes, la premiada 1917, está basada en una anécdota que el padre de su madre le contó y se le aferró a la mente por cinco décadas
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26 de enero de 2020 a las 05:00

Es una verdadera suerte tener abuelos que sepan contar historias. Para que sean atractivas, no tienen que ser grandes historias, si no que con que estén bien contadas casi es suficiente. Los nietos poseen un respeto y una reverencia innata ante estas anécdotas, que quedan forjándose en la memoria, en los recovecos más particulares. Los abuelos, por su parte, logran un auditorio atento y fiel, que quizás ya no tienen en sus hijos. Las historias de los abuelos pueden tener caminos insospechados, pueden terminar en páginas o pantallas, pueden despertar en los nietos los mundos más estrafalarios o sugestivos. 

Basta citar un par de ejemplos. La nueva película del inglés Sam Mendes, la premiada 1917, que llega a carteleras uruguayas la próxima semana, está basada en una anécdota que el padre de su madre le contó y se le aferró a la mente por cinco décadas. “La idea se basaba libremente en una historia que me contó mi abuelo”, declaró Mendes a la revista Deadline. “Él luchó en la Primera Guerra Mundial. Era muy joven, pequeño y muy rápido. Le dieron el trabajo de llevar mensajes en el frente occidental... nunca pude olvidar el espíritu de lo que me dijo y la idea central de que un hombre llevara un mensaje. Simplemente se aferró ahí dentro de alguna manera, durante los últimos 50 años”. 

Mendes agregó luego, en la radio NPR de los Estados Unidos, que el abuelo en cuestión no le contó su historia de mensajero entre las trincheras francesas hasta ser ya viejo. “No fue hasta mediados de los 70, dijo Mendes, cuando decidió contar las historias de lo que le sucedió cuando era adolescente. Había una historia en particular que nos contó sobre la tarea de llevar un solo mensaje a través de tierra de nadie al anochecer durante el invierno de 1916. Era un hombre pequeño, y solían enviarle con mensajes porque medía algo menos de 1,60 metros, y la niebla solía caer hasta los 1,80 metros en aquellos lugares, por lo que no era visible por encima de la niebla. Y eso se quedó conmigo. Y esa fue la historia que creí que tenía que contar”.  

Los casos de abuelos como fuentes inagotables de inspiración para nietos precoces saltan del cine a la literatura. Famosa es la anécdota del colombiano Gabriel García Márquez, quien en una entrevista sobre la laureada Cien años de soledad, reconoció solo haber reproducido los cuentos de una de sus abuelas. Sabiéndolo o sin saberlo, había seguido el mismo camino de su reverenciado William Faulkner, que le había puesto el oído a los cuentos de la Guerra de Secesión y de las décadas posteriores de su abuelo paterno.   

Las historias de los abuelos pueden terminar en páginas o pantallas y despertar en los nietos los mundos más estrafalarios o sugestivos

Por mi parte, mis cuatro abuelos me han contado cuentos dignos de la ficción, de la reproducción artística, del homenaje a través de la palabra. Mi abuela paterna escribió la historia de la vida de su madre, una inmigrante libanesa que sacó adelante una extensa familia en Montevideo, en la primera mitad del siglo XX. Mi abuelo paterno trabajó durante décadas como viajante de comercio para varias empresas por todo el este del Uruguay. En los almacenes de ramos generales se encontró con personajes que habían peleado en la revolución de 1904, debió cruzar arroyos desbordados por ausencia de puentes y enfrentar tormentas huracanadas en medio de la nada. Mi abuelo materno trabajó desde niño en un tambo en las afueras de Aiguá, luego fue obrero en los inicios de Punta del Este, jardinero de chalets, empresario de las plantas, amigo de Alberto Olmedo, Ástor Piazzolla, Silvina Bullrich y Les Luthiers, todos clientes suyos. 

Los abuelos pueden ser medio jóvenes, “onderos”, o viejos achacosos, quejosos y poco pacientes. Pueden ser seres amorosos, cariñosos, llenos de aura, o personas amargadas y de mirada torva. La lotería natural, la misma que nos dio un nombre y un rostro, se encarga del reparto. Si por casualidad nos tocan dos pares de abuelos narradores, cuenteros, magos de la palabra, debemos agradecer esa bendición. Y tomar nota.  

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