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La historia de redención de Argentina: por esto amamos los mundiales

Todo parecía perdido y el equipo se prendía fuego, pero consiguió una chance más en una tarde épica
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26 de junio de 2018 a las 17:55
¿Por qué amamos los Mundiales? ¿Por qué nos acordamos, décadas después, donde estábamos y qué estábamos haciendo cuando se jugaba un partido determinado? ¿Por qué se nos graban en la memoria pequeñas cápsulas de fútbol?

La respuesta es bastante simple: por tardes como la de este martes en San Petersburgo. Por estas historias épicas, esos relatos heroicos donde el análisis futbolístico queda de lado. Esas tardes donde se juega a la pelota, sí, pero en las que la mayor explicación no está en el fútbol: está en el corazón. Aquello del mundo resumido adentro de una cancha de fútbol.

Se juega como se vive. Y desde lo futbolístico, Argentina jugó como esos equipos saben que la vida se les va.

Por eso la de esta tarde es una historia de redención. De manual. Porque se repuso a todo, desde aquel jueves 21 de junio, cuando la albiceleste perdía 0-3 con Croacia y quedaba con un pie y medio afuera del Mundial. El escándalo, las críticas, los rumores de peleas entre jugadores y entrenadores. La lapidación mediática a una generación elegida, a la que la gloria se le escapó tres veces de casualidad, pero pasó a ser vista como la personificación del pecho frío.

De todo eso se levantó Argentina.

Primero Nigeria le dio una mano el viernes, al ganarle 2-0 a Islandia. Ganó y volvió a darle herramientas para pensar que era posible. En la interna el grupo se unió, firmó una especie de armisticio con el cuerpo técnico. Había que jugársela. Por Messi. Por la revancha de este grupo vilipendiado.

Y por eso la victoria de Argentina 2-1 tendrá esas imágenes que quedarán para la historia de los Mundiales. Messi trancando, tirándose al suelo, yendo a buscar todas las pelotas. Tomando un tremendo pase de Banega pera poner el primer gol, danzando mientras acomodaba la pelota. Una vez con el pie, otra con el muslo, para clavarla de derecha. Aguantando la pelota en el final, para asegurar la victoria.

La historia de Messi con Argentina no podía terminar así. Vaya uno a saber qué pasará en Catar 2022, cuando Lio tenga 35 años y ya esté en la recta final de su carrera. Vaya a saber si no se retiraba para siempre de la selección argentina si se quedaba afuera en esta noche de San Petersburgo.

No era justo para el futbolista que marcó al siglo XXI. Y que carga con las frustraciones y las ilusiones de un país entero, que depositan en el fútbol las esperanzas que en otros ámbitos se le niegan. Al que lo obligan a ser un prócer, cuando es un genio futbolístico pero no un líder de masas.

También será historia la cara de Marcos Rojo festejando, desencajado, luego de subir a buscar esa pelota en el minuto 86. 86, como para los que creen en brujas. Será también la historia de Ever Banega, señorial en la mitad de la cancha, asistiendo a todo aquel que se lo pidiera. O la de Mascherano, que regaló el gol de Nigeria con un penal, con la cara ensangrentada, llorando como un niño al final del partido.

Tenía que ser así. Porque así es Argentina. Pasional, contradictoria, viviendo con el corazón en la boca cada día de su vida. Presa de sus propios demonios. Pero que tiene a todo el mundo en vilo hasta el final.

Argentina está en octavos. A pesar de todo, y de todos. A pesar seguramente de sí misma: de las malas decisiones dirigenciales, de la pusilanimidad de su DT, de las lapidaciones mediáticas, de los errores de los jugadores. Algún día el fútbol argentino se reordenará, pondrá a los jugadores en primer lugar. Construirá un entorno que cobije a los cracks que tiene, en vez de ponerles miguelitos en todo el camino.

Mientras tanto, Argentina deberá seguir apelando a la épica. Como la de esta tarde en San Petersburgo, que posibilitó una de las historias de redención más lindas de los mundiales.

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