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Doble fiesta, alegría y seguridad: así se vivió el festejo en París

La fiesta nacional francesa y los festejos por el Mundial obligaron al gobierno a desplegar un dispositivo de seguridad excepcional
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16 de julio de 2018 a las 15:51
Daniela Hirschfeld
Desde París
Si 18 de Julio fuera Champs Elysée, si la Plaza Independencia fuera la explanada de la Torre Eiffel, y si la arenga "Allez les bleus" hubiese sido "Vamo' arriba la Celeste", París bien podría haber sido Montevideo este domingo 15 de julio, cuando Francia se coronó campeón de la Copa del Mundo en Rusia. Para un uruguayo, estar en París ese día permitió disfrutar de la sobrecogedora sensación que genera ganar un torneo de este tipo, y también, vale decirlo, recordó la pena por lo que pudo ser y no fue.

El domingo —un agradable día de verano que por momentos rozó los 30*C de temperatura—, París fue una fiesta, y todos los franceses —junto a miles de turistas que se unieron a la algarabía— celebraron hasta la medianoche el logro deportivo que pintó la ciudad de blue, blanc, rouge; que embanderó los balcones y vidrieras y reunió a millones de aficionados en los bares de la capital.

Pero el festejo no empezó ese día, porque el mejor fin de semana del año para el sentimiento nacionalista francés se inició el sábado 14 con la conmemoración del 229° aniversario de la Toma de la Bastilla, fecha que señala el inicio simbólico de la Revolución Francesa y que desde hace siglos marca la "Fête nationale", la fiesta nacional de Francia.
Ese sábado, como cada 14 de julio, la histórica avenida de los Campos Elíseos recibió al tradicional desfile militar, presidido este año por el presidente Emmanuel Macron. El acontecimiento reunió a más de 4.000 miembros de las fuerzas armadas, 250 caballos, más de 200 vehículos —desde tanques a camiones de bomberos— y unos 60 aviones y helicópteros que sobrevolaron la ciudad, dejando la característica estela con los colores de la bandera francesa.

La zona entre la Plaza de la Concorde (cercana al Louvre) y el Arco del Triunfo se llenó de banderas de todos los tamaños y materiales, y decenas de miles de personas llegaron desde otros puntos de la ciudad para ver el desfile, atestando las estaciones de metro y otras vías de entrada.

El domingo, en tanto, mientras Macron viajaba a Moscú para ver la final de su selección ante Croacia, París se preparó para otras multitudes, ahora movidas por el sentimiento nacionalista asociado al fútbol. Ese día, el gentío estaría más esparcido por la capital, aunque la Torre Eiffel —donde la Alcaldía instaló una zona de exclusión con pantallas gigantes— y Arco del Triunfo —donde más de un millón de personas acudió para el festejo oficial luego del partido— fueron los puntos más visitados.

Pero para que el pueblo pudiera celebrar un fin de semana excepcional, el gobierno francés organizó un operativo de seguridad sin precedentes. Francia se "blinda" para este fin de semana, informaron los medios de comunicación locales al tiempo que detallaban que más 110.000 policías, soldados y bomberos iban a desplegarse en el territorio francés para asegurar que la fiesta no se empañara, considerando la amenaza de un ataque terroristas.

Por eso, andar por París este fin de semana generó esa peculiar sensación que provoca la tensión contenida, de disfrutar del festejo pero estando alerta ante cualquier petardo o vehículo fuera de lugar, de caminar tranquilo pero bajo la mirada atenta de personal armado y con cara de pocos amigos.

Y finalmente, tanto la estrategia de seguridad desplegada de las fuerzas del orden como la estrategia deportiva a cargo de los 11 jugadores en el estadio Luzhniki de Moscú, rindieron sus frutos: Francia fue una fiesta.

Y sí, París bien podría haber sido Montevideo. Después de la emoción del primer gol, de la esperanza del segundo, de la alegría explosiva del tercero y de la euforia de saberse campeón luego del cuarto gol, los hinchas de les bleus celebraron como celebra cualquier hincha, quizás en cualquier lugar del planeta: trepados a semáforos y otras señales de tránsito para revolear una camiseta, llorando abrazados con desconocidos, entonando estrofas del himno como si fuera el último hit del verano, saltando en masa mientras cantan a voz en cuello arengas populares, tomando cerveza y rociando generosamente a los demás con el líquido pegajoso, recorriendo los elegantes bulevares parisinos arengando como desaforados desde vehículos forrados con banderas y tocando bocina hasta el hartazgo, bailando hasta la madrugada en los bares de la ciudad que no parece querer dejar de celebrar, y experimentando ese sentimiento tan maravilloso como cargado de clichés: la felicidad.

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