Leandro Paiva

Fútbol > EL TAPADO DE LA FECHA

Barrió calles, hizo feria y sueña en Cerro

Leandro Paiva vive con su hijo en una pieza en la casa de los padres y persigue la ilusión del techo propio
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10 de abril de 2018 a las 05:00
Paivita tiene un sueño. Acunado en lo más profundo de su corazón. Lo imaginaba cuando barría las calles del barrio Tres Palmas con el uniforme de Tacurú. Un sueño simple, como el de la mayoría de los uruguayos: tener su casita. Salir de la pieza que habita en la casa de sus viejos en el barrio Tres Palmas, allá por San Martín y Domingo Arena. Y sigue dando la pelea. No se rinde.

Qué le van a hablar de luchar a Leandro Paiva si se iba caminando a entrenar, le daba a su mamá $ 1.000 de los $ 1.400 que cobraba de viáticos en Wanderers, y ella salía a hacer las tareas de limpieza cuando llegaba su hijo.

Hoy, con 24 años y tras volver a jugar en Primera división en Cerro, la sigue peleando detrás de su sueño.

A los cuatro años Leandro ya andaba corriendo atrás de la pelota en el club Marconi, en el Cerrito de la Victoria.

"Vivo por la Gruta de Lourdes, pero como me llevó un conocido fui a jugar allí. Me llevaban mi papá y mi mamá. A veces íbamos en bicicleta con mi padre y hasta caminando llegué a ir. Todo por San Martín derecho. Salíamos una hora antes para llegar al entrenamiento", reveló Paiva a Referí.

Cierto día, jugando por la selección de baby fútbol, Paiva fue captado por un ojeador de Wanderers. Eduardo Millán, un hombre que carga en el bolso refuerzos de queso y dulce de membrillo y alguna que otra manzana para regalar a los que lo necesitan, lo invitó a Wanderers. Y Paivita se embarcó. Tuvo la suerte de que el papá de un compañero pasaba por el barrio y entonces lo llevaban al Prado.

Y mientras comenzó a recorrer el sueño del fútbol, miraba el sacrificio de sus viejos. El padre trabajaba en una fábrica y su madre hacía feria. "No me olvido más cuando estábamos en Séptima y en una charlita nos dijeron que íbamos a tener un viático. Para mí, que era un gurí, me ayudaba mucho. Cobraba $ 1.400 y me quedaba con $ 400 porque le daba $ 1.000 a mi madre", comentó el volante.

Por aquellos años Leandro terminó la escuela y arrancó el liceo, pero repitió tres años primero, y se alejó. Quedó jugado al fútbol. En medio del viaje su novia quedó embarazada y nació su hijo Johan. Y Leandro salió a trabajar.

"A los 18 años tuve a mi hijo y tuve que salir a trabajar. Laburaba y entrenaba. Trabajé en Tacurú barriendo las calles y las ferias, en una empresa de limpieza en el Montevideo Shopping, y en Puritas. Siempre de limpiador. La peleo desde siempre. Cuando llegó mi hijo nos acomodamos en un cuartito en la casa de mis viejos".

El ascenso y el golpe

Leandro realizó toda la escalera en las divisiones formativas de Wanderers hasta que Alfredo Arias lo subió al primer equipo. Paiva alcanzaba a tocar el cielo con las manos.

"No me olvido más de la felicidad cuando Alfredo me dijo que el primer día que me iban a hacer el contrato. Soy un agradecido a Alfredo y me quedó para siempre que estuvo atrás mío. Era como un padre, me aconsejaba. Es más, en Cuarta cuando lo tuve me llevaba bolsas de bizcochos", reconoció Paiva.

Pero el fútbol tiene cosas inexplicables. "Cuando me tocó jugar, estuve echado la mitad de un campeonato. Me echaron una vez contra Atenas y me dieron cuatro fechas de sanción, y contra Cerro me dieron tres. Me mataron", dice Paiva que asume con autocrítica: "Cuando tuve la chance no la aproveché. Y me dejaron libre. Me dolió un poco, pero tá...".

El consejo de Millán

Paiva se fue a hacer una prueba a DC United de Estados Unidos. Pero no quedó. Cuando volvió a Uruguay quedaba una semana para empezar el campeonato. Y apareció en escena Eduardo Millán, aquel hombre que lo descubrió en el baby fútbol.

"Don Eduardo me llamó y me aconsejó que fuera a Oriental de La Paz, que no me quedara parado, que después se veía. Y me encontré con un club con carencias, pero con buena gente, que es lo principal. La plata siempre estaba pero no es todo en la vida, la persona necesita cariño y lo encontré".

El volante terminó el contrato con Oriental y Nelson Abeijón, con el que había compartido en el club, se fue a Deportivo Maldonado y se lo llevó.

"En el Depor tenés todo, es un cuadro de Primera. Los primeros seis meses practicaban acá, en Carrasco, y los otros seis meses allá. Para el segundo año me alquilaron un hotel y vivía con otros compañeros. Nos teníamos que pagar la luz".

Este año, Abeijón desembarcó en Cerro como ayudante de Fernando "Petete" Correa y no lo dudó, se llevó a Paivita. Desde el inicio del torneo agarró la titularidad. Y la lucha continúa.

"Es la oportunidad que perdí en Wanderers. La peleo para dar el salto que todo jugador quiere para ayudar a la familia, para tener bien a mi hijo, para tener una casita que es lo que más sueño. Todavía sigo viviendo en la pieza con mis viejos".

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