Usain Bolt

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Vivir con vértigo

Usain Bolt, al que le gusta disfrutar de la vida más que entrenar, superó la marca del legendario Carl Lewis
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09 de agosto de 2012 a las 20:29

Le gustan los autos, la noche y las fiestas. El vértigo en la vida, adentro y afuera de las pistas, y no lo oculta. De hecho, en 2009 confesó que elige qué comer, a qué hora acostarse y cómo disfrutar la vida, sin tener que seguir los lineamientos del profesionalismo de elite intransigente que van a contrapelo de la vida en la sociedad actual. Eso es solo un detalle, al fin y al cabo, porque cuando se acomoda en los partidores se transforma en el humano más fantástico que haya corrido por las pistas y demuestra habilidades que despiertan la admiración del mundo entero. Por su genética, por sus características físicas o por lo que sea, es el hombre más rápido del planeta y el que es capaz de correr los 100 metros y llegar sin la intensidad de los primeros 80 metros, porque le sobran esos 20 finales, y así y todo, establece récords y solo se cuelga oro en el pecho. Otra vez el estadio olímpico luce repleto con 80 mil almas que hacen la ola, aplauden, gritan, y disfrutan de su propio espectáculo en tanto esperan uno de los acontecimientos más importantes de la historia del deporte mundial.

Por altoparlantes anuncian la final masculina de los 200 metros, la prueba más importante de la programación del jueves y, por las connotaciones que tendrá, una de las dos más trascendentes de Londres 2012. Las cámaras se detienen en la figura del jamaiquino Bolt, que corre en el carril 7 y, otra vez como el martes en los 100 metros, le pide silencio al público a través de la pantalla gigante, en la que hace de animador de los que están en la pista y los que lo siguen a distancia. Rápidamente el estadio, que hacía unos instantes rugía, parece desolado. Las 80 mil almas quedaron en absoluto silencio. No vuela una mosca. La espera para la largada se extiende por más de 10 segundos, pero nadie se inquieta. Todos esperan. Largan los atletas y el estadio empuja en un solo grito. Enseguida la carrera está definida, porque la figura de Bolt se recorta sola en la pista, sin que nadie le haga sombra. El óvalo se pinta de amarillo con el más rápido, con Yohan Blake, que culminaría segundo, y con Warren Weir. Bolt otra vez afloja en las últimas cuatro zancadas, pero gana el oro, ahora sin récord olímpico, porque pasa en 19”32. Su mejor marca es la de Beijing, 19”30.

A los 25 años Bolt se anotó en la historia más grande del atletismo porque es el primero que conquista el oro en los 100 m y 200 m en dos ediciones seguidas, en Beijing 2008 y Londres 2012 y supera a Carl Lewis, quien en 1984 y 1988 ganó el oro en 100 m, pero en 200 m en la primera fue campeón y en la segunda fue de plata.

El estadio sigue delirando con Bolt. Disfruta ya no solo de lo que corre, sino de cualquier gesto que haga. De cuando cruza la meta llevando su dedo a la boca, en señal de silencio; de cuando apenas concluida la carrera de 200 metros se tira a la pista y comienza a hacer lagartijas, de cuando en la premiación, que se produce una hora después de la prueba, tira a la tribuna las flores que le obsequiaron. En fin, mientras alrededor todo gira en torno a Bolt, con el mismo vértigo que el jamaiquino le pone en la pista, me detengo un instante en una revista de los Juegos Olímpicos, que me entregaron hace dos semanas y en la que repasan la historia del atletismo, entre otras disciplinas, y mi mirada queda clavada en la fotografía de Carl Lewis. Se me eriza la piel, al recordar aquellas formidables carreras del estadounidense en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, porque fue un monstruo. Pensé que no iba a ver otro igual, probablemente porque en la niñez y adolescencia el ser humano le da otro valor a todo lo que sucede a su alrededor. Sin embargo, levanto la vista, miro a la pista y me detengo en la figura de ese hombre, que hizo poner de pie a los 80 mil espectadores que colmaron el estadio olímpico y que paralizó al mundo en esos 19”32 que ayer corrió los 200 metros de Londres 2012. Me quiero resistir, porque crecí con la imagen del Hijo del viento como el más grande de todos los tiempos, y no quiero que nada le quite el brillo que tienen aquellos recuerdos. Sin embargo, el fenómeno de Bolt, ya trasciende los límites que estableció Lewis, que hace casi 30 años parecían inigualables.

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