Polideportivo > HISTORIAS, MATEO RUBIO

Una revolución con dulce de leche y sol

Llegó a Uruguay para dirigir un proyecto de juveniles en el interior y a los 10 días era el DT de Trouville; en Montevideo se siente como en Barcelona, salvo por los cinco kilos que aumentó y por la Navidad que vivirá con calor
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23 de noviembre de 2012 a las 20:59

Será extraño vivir mi primera Navidad con sol; por eso ya estoy pensando en enviar a mi familia en diciembre las primeras fotos en una playa”, confiesa con sorpresa y admiración. Mateo Rubio es un catalán que tiene 35 años, desde hace 10 es entrenador de básquetbol y desde el 23 de setiembre se encuentra en Uruguay, a donde llegó para desarrollar un proyecto de formación de basquetbolistas en el interior, pero a los 10 días estaba dirigiendo a Trouville en la Liga Uruguaya.

“Barcelona es similar a Montevideo. Lo digo a partir de lo que conocí en la rambla y en la Ciudad Vieja, porque ambas son ciudades abiertas al mar. Además, en mi país y aquí tenemos un carácter parecido. Incluso me siento más en casa en Montevideo que en Bélgica, porque están a flor de piel las raíces españolas e italianas que tienen ustedes. Los valores, la manera de entender la vida, el idioma. Eso te hace sentir muy cómodo”, confiesa a El Observador.

Rubio disfruta Montevideo y la oportunidad que le da el básquetbol, porque pasó de dirigir un proyecto de formativas en Flores, Florida y Durazno a encabezar el cuerpo técnico de los rojos de Pocitos.

Por intermedio de Enrique Belo, el entrenador llegó en setiembre a Trinidad. El plan original establecía que el 23 de diciembre se embarcaba de regreso a España. Dos semanas después, el 5 de octubre debutó como técnico de Trouville tras el alejamiento de Edgardo Ottati, y su estadía se extendió por seis meses.

“En los primeros días tuve que poner atención en mis expresiones, más en el trato con los niños, porque utilizaba palabras que resultaban jocosas para ellos”, destaca.

De su pasaje por el interior solo expresa elogios. “Me quedé encantado con Trinidad, por el contacto con la naturaleza, el campo, todo el mundo se conoce. Pero soy un bicho competitivo y me faltaba la adrenalina de dirigir en Primera, aunque estaba muy a gusto con el proyecto de formación”.

Montevideo es una ciudad que cambia notoriamente cuando hay sol y cuando no. Me gusta mucho su gente y, si la comparo con Barcelona, en mi ciudad somos menos cercanos entre nosotros, vivimos con más distancias aunque estamos al lado. Aquí existe un vínculo con el portero, con el que te atiende en el supermercado. Se nota el calor humano”
Mateo Rubio, entrenador de Trouville



El entrenador estuvo hasta ayer acompañado por su esposa y su hijo de dos años. “Ella trabaja como directora en lo que ustedes conocen como un club deportivo y tenía programado este viaje de 15 días. De todas formas con tanta comunicación en la actualidad las distancias se acortan, aunque se extraña. Por suerte mi hijo, Jan (nombre catalán), tiene solo dos años y no se da cuenta mucho de lo que sucede”.

Montevideo le sentó muy bien. “Engordé cinco kilos comiendo dulce de leche, respostería y parrilla. Corro por la rambla, pero después me como cuatro alfajores. En Barcelona no hay tantos dulces y repostería, comemos más frutas”, explica.

La revolución de Trouville
Rubio propone un básquetbol intenso, jugado por un plantel en el que deben tener participación entre 9 y 10 jugadores, por lo que considera fundamental la fuerza del grupo y la solidez del equipo.

“Trouville es un club muy particular, muy familiar y con una hinchada fiel, muy diferente a lo que vivía en España, en donde las distancias entre el jugador y la tribuna son mayores. Aquí, cuando termina el partido el jugador se queda a cenar en la parrilla del club. Vi mucha gente con ganas de aportar y a los jugadores con voluntad de trabajar y de aprender. Siempre están con los oídos bien abiertos”, explica.

En Uruguay extraña la frecuencia de juego y entrenamientos. Acostumbrado a que en España jugaba solo los fines de semana, se encontró con una Liga en la que juega hasta tres partidos en siete días. “A veces faltan horas para mejorar el equipo, pero jugamos muchos partidos y eso es lo que quiere el jugador”.

Su etapa con los cortos fue breve y abandonó rápidamente el básquetbol. “Era el peor jugador, voluntarioso, pero no embocaba. Por eso decidí comenzar a dirigir y a los 25 años tuve la suerte que un presidente apostó por mi. Dirigí a Hospitalet en la Leb Plata (Tercera), ascendimos a la Leb Oro (Segunda) y quedamos en la puerta de la ACB”.

Su filosofía es clara. “En el deporte siempre hay que mirar a corto plazo, porque el examen es partido a partido y cuando se habla de objetivos, siempre propongo plantearse como meta un horizonte. Un horizonte que tenga como plataforma mejorar, disfrutar, entrenar bien hoy y mañana”.

“En el básquetbol uruguayo me sorprendió la cantidad de partidos que se juegan, aunque sabía que tenían una agenda de más de un partido cada siete días; que todos los equipos son de Montevideo; no tenés que desplazarte para jugar de visitante y siempre tenés hinchada juegues donde juegues”, dice el entrenador del que habla todo el básquetbol.

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