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Un país lleno de ídolos a distancia

Las referencias que antes llenaban de ilusiones a los niños estaban ahí, en el barrio; Cascarilla Morales, Morena, Scanavino, Posse, Federico Moreira, Tato y Fefo; hoy los que alimentan las fantasías están lejos
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13 de marzo de 2014 a las 08:52

En la segunda mitad de la década de 1970 y de 1980 el deporte uruguayo estuvo lleno de ídolos deportivos, de esos que marcaron época y dejaron grabados recuerdos imborrables. Probablemente dimensionados por esa inocencia increíble que promueve la niñez –que se va perdiendo en la adolescencia– y que ve la realidad dimensionada por cristales que luego pierden ese aumento. Esos años, en mi caso y en el de los de la mayoría de los que estamos en el comienzo de las cuatro décadas, crecieron con las gambetas y tiros libres de Cascarilla Morales y los goles de Morena. El primero un monstruo con la pelota, el otro el máximo goleador de la historia del fútbol uruguayo. Me acuerdo, cuando me tiraba a la piscina de Juventus y, aunque apenas flotaba, ya me sentía Carlos Scanavino, quien por ese entonces era medalla de plata en el Panamericano de Indianápolis en 1987, que marcó época y fue uno de los más grandes en la natación. Cuando me subía a la chiva, en tiempos en los que en la calle no corrías ningún riesgo, me sentía en la piel de Federico Moreira –medalla de oro en los Panamericanos de 1987– y en cada pedaleada le ponía el relato tan característico de las transmisiones de ciclismo, que incluía el tarareo de la canción de la Vuelta Ciclista. En otra época, me dio por hacer remo en la histórica sede del Montevideo Rowing Club, en las instalaciones que el club tenía en el puerto, donde hoy solo hay containers apilados y los talleres de electricidad y de carpintería del puerto, como reflejo de los tiempos que corren, porque el mundo consumista de la actualidad arrasó con cualquier vestigio de aquellas experiencias inéditas de bajar a la zona de botes, pasar por la batea –obligatoria para cualquier principiante– hasta que el profe Dante Curti te dejaba subir al bote, “pero no salgas del puerto”. Y allá, en cada remada, te sentías Jesús Posse, el mercedario campeón Panamericano en Indianápolis 1987 en par de remos cortos. Y ahí mismo, en Montevideo Rowing, estaba Germán Tozdjian que levantaban cientos de kilos. Era inmenso. Por algo también fue medalla de plata en el Panamericano.

Eran tiempos en los que cuando jugabas al fútbol tenías ídolos del calibre que quisieras y a todos los veías cada fin de semana en el Estadio Centenario o en cualquier cancha de Montevideo y te los cruzabas por la calle, porque los ídolos de hace 30 años andaban igual que cualquiera.

O cuando jugabas al básquetbol y metías un doble que hoy vale tres puntos, te sentías el Fefo Ruiz. O Tato López si pasabas la pelota entre las piernas y entregabas de faja. Si eras el base inteligente jugabas de Carlitos Peinado y si marcabas con dientes apretados eras el Gato Perdomo.

No sé si es la edad –no creo–, esa misma que en las dos primeras décadas te hace ver el mundo de una forma y las siguientes de otra, pero los tiempos cambiaron. El deporte uruguayo de la actualidad se quedó sin ídolos con los que pueda convivir cada fin de semana. Hoy, para ver a uno de esos héroes de carne y hueso, los niños y adolescentes, incluso los mayores, tienen que prenderse al televisor para ver a Luis Suárez corriendo con la camiseta de Liverpool, a Diego Forlán en Japón, a Edinson Cavani en Francia y así con cada uno. Apenas si en el barrio queda Antonio Pacheco, ese caso extraño de ídolo que hizo casi toda su carrera en el Montevideo, o de Sebastián Abreu, que volvió seis meses a Nacional y se fue, porque no aguantó más.

También ahí está Leandro García Morales, al que ves caminando por Villa Biarritz, pero termina la temporada con Aguada y se va a Puerto Rico. O el propio Fernando Martínez, reflejo de una generación de pibes.

Si querés, también agrego como ídolo de las generaciones actuales a Cris Namús, a la que ves en la calle la parás y le pedís una foto, más por ese efecto marquetinero que mueve al deporte por estos días en donde la imagen está por encima del talento.

Pero está. No hay más. Se acabaron. En definitiva a lo que lleva esto es a que estamos perdiendo ese motor que mueve las ilusiones de los chiquilines en la mayoría de las disciplinas. Ya no tenemos nadadores exitosos nadando con los futuros cracks en la misma piscina, tampoco remeros entrenando con los futuros fenómenos, ni ciclistas que le sigan el ritmo a Federico Moreira. El último fue Milton Wynats.

Lamentablemente Uruguay se transformó en un país sin ídolos tangibles, de carne y hueso, de esos que los tenés todo el año llevando a su hijo al colegio, o compartiendo el gimnasio en el club. Hoy, lamentablemente, los ídolos están cada vez más lejos y se ven por televisión. Eso también empuja, en cierta medida, a que el deporte uruguayo sea lo que es en este siglo XXI. En el que la tentación de los niños, promovida por sus padres, pasa por ganar millones de dólares y no ser algún día, Morena, Cascarilla Morales, Posse, Scanavino, Federico Moreira, Tato López o Fefo Ruiz, esos que persiguieron el sueño de dejar su nombre escrito en la historia independiente del dinero que luego llegaría, como siempre, cuando algo se hace bien.

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