Porros de todos los colores y todas las dimensiones se prendieron y se pitaron entre el público en 18 y Ejido, en una involuntaria hermandad con el ídolo del reggae jamaiquino Bob Marley, cultor tanto del fútbol como del canabis. Y en otra involuntaria coincidencia, el rostro del intérprete estaba estampado en las cortinas metálicas de la sede del Impo, con sus ojos tan abiertos y vidriosos como los de la mayoría de quienes miraban el partido por la Copa América de Chile 2015.
Quizás la decisión de la mayoría fue correcta y la mejor forma de ver Uruguay versus Jamaica fue bajo los efectos adormecedoras de la mariahuana. Hinchas de la celeste con pabellones colgados del cuello y cayendo como capas a sus espaldas, identificados con Nacional y con Peñarol, parciales anónimos sin identificación con una bandera que llevaron pelucas celestes, inflaron las mejillas y todos pitaron bocanadas de humo gris que soltaron de sus bocas con diferentes intensidades.
El ambiente se pobló del olor inconfundible de la tribuna un domingo en el Centenario o en el Parque Central, pero aquí no había tribuna ni estadio, sino la simulación de una situación en vivo a través de una pantalla LED y unos amplificadores que reproducían un relato. Algunos gorritos de lana con la tríada de colores rasta (amarillo, rojo y verde) calentaban las cabezas de los uruguayos que confiaban en un equipo sin su mayor ídolo.
Estaba frío y el público buscó los lugares de sol, pero cuando el astro se escondió detrás del Palacio Díaz se resignaron a las proyecciones de la sombra y de a poco, como en el partido, comenzó a bajar la luz. Nadie se iluminaba en esa Antofagasta alucinada pero tan cercana, y Jamaica se animaba en la cancha. La cara de Marley parecía esbozar una sonrisa en el cartel, aunque su rostro estuviera congelado. De pronto, como si fuera el fruto de una alucinación, se detuvo en los semáforos frente a la intendencia el bus turístico de Montevideo. Un grupo de turistas fotografió en esos segundos a los hinchas uruguayos, que saludaron como monitos dentro de una jaula invisible.
Una vez más, el sufrimiento del mal juego se hizo patente hasta para los que estaban más idos. Caras largas, sorbidos de bombilla enojados, una pitada, otra pitada. No hay vuelta: Uruguay ama enredarse el lazo en las (supuestamente) más fáciles.
Insultos apretados contra los dientes, Marley que miraba como cómplice, como amigo que comprende, ya como un hombro donde llorar.
Pero entonces apareció la porfía de la emoción: Goool, goool uruguayooo...
El autor del único gol de la tarde helada en el centro no podía ser otro que Cristian "Cebolla" Rodríguez, auténtico ídolo del nuevo uruguayo, al que considera un héroe del esfuerzo ante la ausencia de talento. En la explanada de la intendencia ganó Uruguay en medio de una densa cortina de humo.
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