Rafa Nadal tenía la oportunidad de, por fin, empezar a sonreír. En un año con apenas un título –el ATP 250 de Buenos Aires, un torneo de segundo orden– y lleno de derrotas, había empezado a encontrar su camino como local en la “Caja Mágica” del Mutua Madrid Open. Incluso el sábado, tras ganarle la semifinal a Thomas Berdych, reconoció que había jugado su mejor partido en la temporada.
Aunque sea lentamente, todo empezaba a acomodarse, pocos días antes de la gran prueba de Roland Garros. Pero el domingo otra vez mordió el polvo de la derrota: un 6-3 y 6-2 en la final ante Andy Murray. No solo eso, volvió a ser otro jugador, sin espíritu ganador, y el escocés lo pasó por encima. Para colmo, desde el lunes aparecerá en el séptimo puesto del ranking ATP, fuera de los cinco primeros por primera vez en una década.
El vertiginoso drive de Nadal, que sirvió para doblegar al búlgaro Grigor Dimitrov en cuartos, y que torturó al checo Tomas Berdych en semifinales, se quedó esta vez en el hotel y desapareció en la final, justo un día después de anunciar Rafa que había jugado el mejor partido de los últimos tiempos.
La artillería del nueve veces campeón de Roland Garros se desplomó ante Murray, que jamás había ganado una vez al de Manacor en las seis veces en las que se habían enfrentado sobre tierra batida.
Murray, que venía de ganar su primer título en arcilla en Munich, sumó su noveno partido ganado consecutivo en esta superficie –algo que jamás había hecho–, y se apuntó su décimo Masters 1000 de esta categoría, y el 33 titulo de su carrera, en 88 minutos. “El matrimonio funciona”, firmó en la cámara el campeón, que desde que se casó hace dos semanas no ha perdido ni un partido.
El arranque del encuentro ya denotó que Nadal no se encontraba cómodo con su drive, y no sentía el golpe dulce que le hace peligroso en tierra. Durante el entrenamiento previo, cuando le tocaba subir a la red, le dijo a Murray que prefería quedarse atrás peloteando algo más porque no le entraba ni una, y la mayoría de sus golpes se iban largos, a la valla.
Estos sentimientos negativos se transformaron en realidad cuando Murray ganó 12 de los 13 primeros puntos del partido, y los ocho iniciales, con un Nadal lento de piernas y sin recursos, que necesitó irse a la red para ganar uno de ellos.
A los 40 minutos el escocés ya tenía en su bolsillo el primer set, y lanzaba al viento y a su banquillo un sonoro “Let’s go” (¡Vamos!) con el puño cerrado.
El público animó todo lo que pudo, pero la atmósfera especial que rodeó el encuentro y que Murray predijo el día antes, cuando señaló que jugar contra Nadal la final de Madrid sería como disputar un partido de Copa Davis fuera de casa, sirvió de poco.
Un parcial de 4-0 en el segundo set terminó de colocar a Murray más cerca del segundo título en Madrid, y de destronar al campeón cuatro veces y las dos últimas consecutivas.
Roma espera a los dos desde el lunes, donde Nadal defiende 600 puntos. En Madrid dejó 500.
Pero más allá de puntos, a esta altura lo que quiere Nadal es recuperar al menos un poco de confianza y tenis, para volver a ser un jugador top.
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