Barcelona se regaló una fiesta clásica ante Real Madrid en el Estadio Santiago Bernabeu y ganó un partido con total autoridad, con control de pelota, llegadas en profundidad y con un Luis Suárez en modo clásico para sacar de adentro el instinto que lo llevó a marcar dos goles y ampliar la diferencia de seis puntos sobre su eterno rival.
El uruguayo fue la bandera del equipo y su carácter le dio un toque agresivo a un ataque exquisito que hace un culto de jugar bien la pelota y nunca dividirla.
Bajo su conducción, Barcelona logró sellar una victoria inapelable apoyado en un Andrés Iniesta ilusionista y un Neymar en nivel superlativo.
Por si fuera poco, y quizás como una muestra del poderío colectivo del equipo catalán, Luis Enrique se dio el gusto de poner a Lionel Messi en el complemento, cuando su equipo ya ganaba con claridad.
Sin Messi, el entrenador blaugrana apostó a Ivan Rakitic, Sergio Busquets, Andrés Iniesta y Sergi Roberto en la zona media del campo y el rendimiento de los dos últimos fue brillante.
Con Iniesta como soporte creativo del tándem Rakitic - Sergi Roberto y con Busquets como pistón combativo, Barcelona encontró pelota, terreno y espacios como para divertirse.
Benítez quiso combatir el fútbol total de Barcelona con nombres rutilantes y el tiro le salió por la culata, porque optó por dejar afuera a Casemiro con el objetivo de colocar a James Rodríguez por detrás de Bale, Ronaldo y Benzema y dejó huecos por todos lados.
Luis Suárez abrió la cuenta tras un magistral pase de Sergi Roberto.
Neymar puso el segundo en una jugada individual de colección y, tras una combinación con el sello de La Masía, Iniesta y Suárez volvieron a festejar para el tercer y último gol.
Barcelona ganó el clásico, pero reivindicó el triunfo de un estilo.