Mi querido amigo Gustavo San Román, profesor universitario en el norte de
Escocia, a quien le agradeceré de por vida el regalo de una botella de Glenlivet, manjar para el alma
ideal en tiempos difíciles, publicó tiempo atrás un libro notable sobre lo que podemos llamar "la condición uruguaya".
Asi como hay una condición humana, André Malraux dixit, también hay una para las idiosincrasias de cada país, incluso para aquellos de los cuales pocos saben algo. El libro se llama
Soy celeste.
Investigación sobre la identidad de los uruguayos, y fue publicado por Fin de siglo.
Debería preguntarle a Edmundo Canalda, fundador y director de la editorial, además de riguroso lector, si aún hay ejemplares disponibles. Lo recomiendo. Es un libro que debería ser lectura obligatoria en liceos y preparatorios, sobre todo en tiempos de crisis de ideas como los actuales, en que los muchachos no saben donde queda el Polo Sur, y menos conocen las razones identitarias de su país de origen.
El nombre del libro sintetiza algo inconfundible de nuestro país, como es la identificación con un color propio. Mientras que los demás países latinoamericanos se identifican con un color, nosotros "somos" un color.
Sobre el color que somos y su relación con el lugar geográfico donde vivimos, tema de mayor importancia de que lo en apariencia parece, no hay casi nada escrito. Intenten encontrar algo y me dicen. El libro de San Román se llama Soy celeste y alude a un hecho extraño: el raro hecho de que más de tres millones de personas digan que "son" un color.
Argentinos, chilenos, brasileños, venezolanos, se identifican con un color cuando juega la selección de fútbol de su país: albiceleste, verdeamarela, roja, vinotinto, respectivamente, pero no son ese color todos los días. Los mexicanos, como han vivido cambiando de camiseta, no son verdes, ni los colombianos amarillos, ni los estadounidenses blancos (aunque en futbol han usado este color infinidad de veces, uno de los tres de la bandera nacional).
Los franceses, en fútbol y rugby, son los les bleus (azules), pero hasta ahí llegan. Tal vez la exclusividad que nos otorga el celeste, hace que le seamos tan fieles. Reciprocidad en estado puro.