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Scotti tiene una vida llena de historias

No pasó por las juveniles y debutó directamente en el fútbol de Primera división; su desafío era jugar hasta los 30 años en el profesionalismo y en diciembre cumple 38. Se recibió en artes gráficas en Talleres de Don Bosco y hoy es padre de cuatro niños
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03 de noviembre de 2013 a las 22:22

Es dueño de una historia con ribetes increíbles. Su vida transcurrió lejos de los caminos tradicionales. Jamás jugó en divisiones juveniles: del baby fútbol, ADIC y la Liga Universitaria saltó al fútbol de Primera división. En su adolescencia se dedicó a estudiar y se recibió en artes gráficas en Talleres de Don Bosco. Trabajó en una imprenta y proyectó su futuro fuera de las canchas, antes de que el fútbol le reservara uno de los mejores lugares. A los 20 años su sueño era jugar en el fútbol profesional hasta los 30. En un mes cumplirá 38 años, es el capitán de Nacional y uno de los históricos de la selección nacional. Así como sorpresivamente un día llegó a Rusia, cuatro temporadas después, cuando su esposa estuvo a punto de perder la vida, luego de aprender a hablar ruso y de transformarse en capitán, se volvió a Montevideo. Es el mayor de cinco hermanos y el padre de cuatro hijos. Jugó al básquetbol, vóleibol, hándbol, tenis, fútbol y, desde hace algunos años, es un apasionado del golf. No sabe qué hará cuando se retire del fútbol. Quiere ser técnico, pero sabe que para seguir ese camino tendrá que emigrar y no quiere dejar Uruguay.

Llueve en Montevideo, en un viernes de alerta naranja. Seis minutos después de la hora pactada los periodistas de El Observador llegan a Los Céspedes, donde un rato después los truenos parecían sonar más fuerte que en cualquier otro lugar de la ciudad, y allá en el fondo, en la sala de conferencia de prensa se recorta la figura de Andrés Scotti que, puntualmente estaba en el lugar pactado. “Te dejamos sin postre”, le manifiesta el periodista después del saludo y de las disculpas por el retraso, en una tarde en la que el tránsito estaba lento y pesado por la lluvia. “No, no. Tuve tiempo para todo. Incluso hasta para el café”, explica. A unos metros, en el comedor de la concentración de los tricolores, los futbolistas, el cuerpo técnico y el presidente Eduardo Ache aún comparten la sobremesa.

El fotógrafo acomoda el set de grabación. El capitán de Nacional saluda a algunos funcionarios que se acercan para hablarle, y arranca la charla.
“En mi adolescencia no tenía pensado dedicarme al fútbol. No estaba en mis planes”, se adelanta a comentar Scotti. “Fue recién a medida que pasaron los años en el interior, en Independiente de Flores, cuando el equipo me empezó a pagar, que comencé a tener ciertas exigencias, me empezó a gustar y ahí pude ver que el fútbol podía ser una posibilidad para mi futuro. En ese momento ya tenía 17 años”, confiesa el jugador que con 15 años jugaba en el primer equipo de Independiente y en la selección de Flores.

Scotti, que nació en Montevideo y vivió en Malvín toda su vida, nunca pasó por las juveniles de los clubes de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Es producto del baby fútbol, de ADIC y de la Liga Universitaria, antes de saltar a Primera.

“Con 13 años ya estaba entreverado con gente grande, porque en la Liga Universitaria, donde jugaba, no existía la sub 15, sub 17 ni la sub 20 como en la actualidad, entonces ya jugaba en Primera división. Con 13 debuté en un equipo que se llamaba La Academia, en el que jugaban mis tíos, mis primos. Y con 15 en el equipo más fuerte de la Liga, que era Nacional Universitario. De ahí me fui al interior, en donde el juego es bastante más áspero que en el fútbol profesional”, rememora y continúa con los detalles. “Me fui a jugar al interior por una invitación. Había dejado Nacional y me había dedicado de lleno a los estudios. Jugaba en los campeonatos internos de Don Bosco, en los que me destacaba por preparación y condiciones. Y en un momento empecé a embromar con unos de Flores, con Independiente y Porongos. Yo decía: ‘Vamos Porongos’, y ellos: ‘Vamos Independiente’. Cuando se enteraron que había dejado la Liga, Marcelo, que hoy es como mi hermano, me invitó a jugar en Independiente. ‘Vas y probás a ver si te gusta’, me dijo para convencerme. Jugué un partido en sub 20, de ahí al primero, me gustó el ambiente, el fútbol y empecé a salir allá. Entonces hice más mi adolescencia en Flores que en Montevideo. En Trinidad estuve entre los 15 y 18 años”.
Andrés, es el mayor de cinco hermanos que crecieron en Malvín. El segundo es Diego, el volante que actualmente juega en Chile, y luego tres mujeres: Ana Inés, María José y María Victoria. Estudió cuatro años en La Mennais. Entre los 15 y 18 años estudiaba artes gráficas de lunes a viernes en Talleres Don Bosco. Los fines de semana los pasaba en Trinidad. Tras cuatro años de estudio se recibió y comenzó a trabajar en una imprenta.

Afuera de la sala de prensa de Los Céspedes se larga otro chaparrón. Oscurece. Parece casi la noche y es apenas después del mediodía. Scotti advierte. “Y ahora faltan los truenos”. Casi como un adivino, unos segundos después se siente el impacto. Pero nada detiene su relato.

“Como no hice una carrera tradicional, cuando llegué a jugar en Montevideo, me trataron como si fuera del interior”, recuerda.

“Me gustaban las artes gráficas porque con 13 años había trabajado en una imprenta, me había gustado, era atractivo y me enfoqué en eso. Entonces, en los dos últimos años de estudio, cuando ya me iba bien en el fútbol, los encaré así: si me rompo una pierna tengo que tener algo. Las artes gráficas iban a ser mi respaldo”, explica.

Su recorrido se construyó en base a sacrificio. “Cuando empecé a jugar en el interior y me iba bien, empezaron a llegar los elogios, los reconocimientos, y uno es exigente. De lunes a viernes entrenaba solo, no había profes, salía a correr por avenida Italia desde Gallinal hasta el Estadio ida y vuelta. Después los profes me daban indicaciones con trabajos intermitentes, a veces algún amigo me acompañaba para trabajar con pelota”.
“¿Si fue la carrera que soñé? Fue más. Superó muchas expectativas que tuve en mis comienzos. Me acuerdo que cuando comencé a jugar en Primera división decía que una gran aspiración era jugar en Primera hasta los 30 años… ¡en diciembre cumplo 38!. Llevo ocho años de yapa y quién iba a decir que ese tiempo iba a ser de selección. Se me dieron muchas cosas… ¡Jugué en Nacional, el equipo del que soy hincha, en la selección, en el exterior!”.
Con 21 años, Scotti jugaba en Wanderers, y con 22 se fue a Huachipato de Chile. “En ese país jugué en etapas diferentes: en mi primera salida, en la que a base de trabajo me gané el respeto. Y luego, en 2007, llegué con experiencia”.

En 2003, cuando tenía 25 años, lo llamaron de Rusia. “Me fui porque era una propuesta interesante, me agarraba en un momento fuerte de mi carrera, había realizado una buena temporada en Nacional. Y siempre me dijeron que cuando pasa el tren, que me subiera. Así lo hice”, explica, y agrega: “En ese momento muchos me hablaron de las dificultades que iba sufrir con el frío y el idioma. Y sabés qué, lo que más me chocó fue el tema social: acostumbrarme a vivir en un país que hacía pocos años había salido del régimen. Hacían notar la diferencia de rango, de que unos eran más que otros. Yo no tuve problemas y muchas veces saqué la cara por el grupo en temas de valores humanos, porque para mí ni un abogado o un entrenador es más que un limpiador. ¡Somos todos iguales! Allá, por ejemplo, el entrenador se aprovechaba de la condición que tenía y vi por ejemplo que el director técnico retara como si fuera un gurí chico al médico del equipo. Te daba vergüenza. Y así pasaba con la mayoría de los jugadores locales. Un día se metieron con los latinos y ahí se pudrió todo. Recuerdo que el entrenador me quiso echar. Años después, el día que me fui, se sorprendieron. Nadie lo esperaba. En Rusia viví una linda experiencia y voy a estar agradecido por lo que vi, aprendí y disfruté”.

En su etapa como futbolista en Rubin Kazán vivió una de las peores experiencias de su vida. “Me volví por un tema familiar. Todavía tenía un año más de contrato, pero resultó que mi señora estuvo a punto de pasar para el otro lado por un problema grave de salud. Estábamos en una pretemporada en Suiza, que compartimos con la familia, cuando ella tuvo una hemorragia interna, la operaron de urgencia y se salvó por poquito. A partir de allí me transmitía que si eso hubiera pasado en Rusia, seguramente ya no estaría, porque la salud en Rusia en ese momento no era la mejor. Además queríamos agrandar la familia. Los rusos no querían que me fuera, pero ya había decidido que me iba. Porque la familia era más importante que todo. Y hoy que formé mi familia, la familia ocupa el primer lugar. El otro día leí algo que es muy cierto: los niños te enseñan a empezar a querer a otra persona más que a uno. A partir de mis hijos, pasé a un segundo plano”, puntualiza e ingresa en detalles. “Tengo cuatro, mellizos de 5 años, Mateo y Juliana. Fueron los primeros, prematuros, un tema que nos marcó porque Juliana estuvo a punto de perder la vida al mes y medio. Luego Facundo y Valentina. Hoy tengo un jardín de infantes. En 2014 van a estar los cuatro en el colegio”.

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