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Peñón imperial

Gibraltar, cuya soberanía discute España desde hace tres siglos, es una de las conquistas que al Reino Unido le queda de un imperio que un día fue muy largo y muy ancho
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24 de septiembre de 2013 a las 21:06

Durante décadas, siglos, los británicos dominaron gran parte del mundo a base de conquistas e invasiones, sustentados en su poderío militar y político y, según ellos, porque estaban predestinados a llevar la pax britannica allá donde desembarcaran por el bien del pueblo invadido, más inculto que ellos por supuesto, y del planeta entero. Pero no siempre alcanzaron un territorio solo por la imposición de la fuerza. También han sumado metros cuadrados para su imperio a través de cesiones o acuerdos. Ha sido el caso de Gibraltar que hoy se encuentra nuevamente sobre el tapete, sumándose un nuevo capítulo de un largo litigio entre el Reino Unido, su dueño, y España, que pretende recuperar el peñón.

La bronca se renovó en las últimas semanas debido a que las autoridades de Gibraltar decidieron lanzar 70 bloques de hormigón en aguas de la bahía de Algeciras para construir un arrecife con fines medioambientales –para protección de la fauna marina, adujeron– y edificar dos espigones al este del peñón. España, y los vecinos andaluces especialmente, puso el grito en el cielo al aseverar que se trataba de una forma de impedir que los pescadores españoles pudieran faenar. El asunto es “prioridad nacional” para España, según dijo su canciller José María García-Margallo, mientras el Reino Unido teme que el asunto pueda afectar las relaciones entre los dos países, como sucede con el caso Malvinas que determina cada contacto entre Londres y Argentina. Las renovadas asperezas llegaron hasta la Comisión Europea que enviará observadores a la Verja, tal como se le llama al único paso terrestre entre España y Gibraltar.

Los veedores estarán allí para analizar el asunto medioambiental, pero no para revisar el régimen fiscal del peñón –paraíso fiscal, sin muchas vueltas– como pretendía Madrid.



La economía del estrecho de Gibraltar se basa en el sector de servicios, principalmente, como centro financiero, turístico y puerto franco

La vez anterior en la que habían surgido resquemores, especialmente a nivel del pueblo y de la oposición de entonces, resultó ser en julio de 2007 cuando el ministro de Relaciones Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, en la época del gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, visitó el peñón de Gibraltar. Era la primera vez que un canciller u hombre de gobierno español visitaba el lugar en casi tres siglos. La molestia aumentó cuando la agenda no incluyó el asunto de la soberanía de la colonia y solo se limitó a seguir los puntos de cooperación bilateral. El peñón llegó a manos de los británicos hace 300 años. Gibraltar fue cedido a la corona británica en 1713 en aplicación del Tratado de Utrecht luego de la guerra de Sucesión española (1701-1713), un conflicto tan español como europeo.

Los Borbones, que vencieron a la dinastía real de los Habsburgo, dejaron ingresar en 1704 a las tropas angloholandesas al territorio en apoyo al rey Felipe V. Este rey, hijo del francés Luis XIV y cuyo reinado de 45 años es el más prolongado de la historia del país, cedió para “siempre” Gibraltar a cambio del reconocimiento de Inglaterra a este monarca. El reino de España perdió también en ese momento la isla de Menorca, pero la recuperó dos años después. Desde el punto de vista diplomático, recién a mediados de la década de 1950 se fortaleció el reclamo español por ese pedazo de tierra de menos de siete kilómetros cuadrados y que en la actualidad cuenta con casi 30 mil habitantes. Sin embargo, la lucha viene de antes, y ha corrido sangre. En el siglo XVIII, diferentes regímenes sometieron Gibraltar a “terribles asedios”; en el más importante de ellos, entre 1779 y 1783, murieron más de 5.000 españoles y 1.900 soldados británicos, señaló el diario ABC madrileño. Así, después de tantos años, de tantas décadas, por una cuestión generacional, los llanitos, como se le dicen a los habitantes de Gibraltar, no quieren ser españoles, mejor dicho, desean ser británicos.

Al lío actual le dan escasa importancia. Prefieren seguir en la suya, convencidos de que nunca les será quitado su orgullo británico. Lo dejaron en claro en un referéndum en 1967 y lo sustentaron en 2002 cuando se los consultó si deseaban compartir la soberanía con los españoles. En 2008, cuando arreciaba la crisis de deuda en Europa, el peñón se convirtió en el territorio británico más próspero y uno de los lugares del mundo con mejor calidad de vida y seguridad. “Los gibraltareños no le dan demasiada importancia al asunto. Han desarrollado una flema autóctona, un instinto de supervivencia y una forma de previsión meteorológica sobre los ataques de ira del gobierno español. (...) Gibraltar consume el agua de su planta desalinizadora y la electricidad de su obsoleta central, cuando podría importar ambas cosas de España, pero en la conciencia de su gente se ha transmitido de generación en generación que España sería capaz cualquier día de dejarles sin luz y sin agua”, aseguró un análisis del diario El País de Madrid.


En su posición estratégica, Gibraltar es una base de las Fuerzas Armadas Británicas. Cuentan con astilleros que reparan submarinos propulsados con energía nuclear

El peñón es un enclave a los pies de una roca en el extremo de un istmo y su importancia radica en que se ubica en el límite entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico, un punto estratégico entre Europa y África. En 1830, el Reino Unido le concedió el estatuto de colonia. Además del reclamo por la devolución del estrecho, España tampoco reconoce la soberanía británica sobre las aguas que por allí pasan, algo que el Tratado de Utrecht no deja claro. La Verja, que hoy los policías españoles controlan más que nunca –del lado de España, por supuesto– y que llegan hasta a hostigar a los gibraltareños que la cruzan, fue levantada por los británicos en 1909 y se mantuvo cerrada entre 1969 y 1985 cuando el gobierno británico amplió la autonomía de Gibraltar. Durante la dictadura de Francisco Franco, España llevó el asunto a la Asamblea General de la ONU, cuyas resoluciones de 1965 y 1974 pidieron el fin de la colonia. Nada sucedió por ese lado.

A lo largo y ancho

Gibraltar es apenas un puntito en el mapa que el Reino Unido supo formar en su predilección expansionista compartida, cabe consignar, por franceses, holandeses, portugueses, alemanes, italianos y belgas. Un libro publicado a fines del año pasado y titulado All the Countries We’ve Ever Invaded: And the Few We Never Got Round To demostró que el Reino Unido invadió casi el 90% de todos los países del mundo y entre los casi 200 países que hay en la actualidad en el planeta solo 22 no experimentaron algún tipo de presencia británica en su territorio, entre ellos Bolivia, Paraguay, Guatemala –los únicos tres latinoamericanos–, Luxemburgo, Tayikistán, las islas Marshall o la Ciudad del Vaticano. Por el Río de la Plata, los simpáticos de los británicos nos visitaron a través de un par de invasiones, en 1806 y 1807, con la intención de anexar el Virreinato que pertenecía a la corona española. La empresa careció de éxito. Así como los antiguos dueños del peñón mediterráneo, hay otros que reclaman por otros territorios. Pero hoy en día es difícil pensar que Londres se desprenda lo que le queda fuera de las islas británicas como ocurrió con Hong Kong –que lo devolvió a China, aunque mantiene un estatus especial– en julio de 1997 como parte de una promesa.

El principal reclamo que padece el Reino Unido, en ese sentido, es el que compete a las islas Malvinas o Falklands. La disputa se remonta a 1833 cuando los británicos se quedaron con el archipiélago del Atlántico sur. Un siglo y medio después, una guerra en 1982, iniciada por Buenos Aires y vencida por los británicos, azuzó unos ánimos que en los últimos años la diplomacia mundial apenas logró aplacar. Argentina alza la voz en los foros internacionales siempre que puede, el Reino Unido se planta en que los 3.000 isleños son británicos y que así lo desean. Lo que es muy cierto. De cualquier modo, desde 1965 el asunto de las islas es tratado por el Comité de Descolonización de la ONU.

Las Malvinas figuran en la lista de 16 territorios no autónomos que hay en todo el mundo bajo supervisión de ese comité. Instancia que, a decir verdad, no ha resuelto mucha cosa en ese sentido. Para satisfacción británica, en las islas que aún cuentan en el Caribe, como Anguila, las Caimán, Monserrat y las islas Vírgenes Británicas o las que se encuentran en el Atlántico norte como Bermuda (así en singular) y las islas Turks and Caicos, no encuentran ninguna oposición digna de serla. Tampoco hay resistencias en la isla de Pitcairn en la Polinesia de Oceanía o en las islas de Santa Elena, la de Ascensión y Tristan da Cunha –las tres en el Atlántico, entre Sudamérica y África–, ni en los bailiazgos de Guernsey y de Jersey en el canal de la Mancha o en la isla de Man, en el mar de Irlanda ni en las bases que aún poseen en Chipre, Acrotiri y Dhekelia. Sí la comienza a sufrir en el propio y próspero Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Ciertos escoceses –uno quisiera pensar que inspirados por el sin igual caballero William Wallace de los siglos XIII y XIV– provocan escozor por un referéndum independentista que debería tener lugar en 2014.


La lengua oficial es el inglés, pero la gran mayoría de los casi 30.000 habitantes también habla español. Además, existe un dialecto conocido como “llanito”, una mezcla del español andaluz, inglés y otros idiomas

Hace un año, el propio presidente escocés, el nacionalista Alex Salmond, exhibió ante el Parlamento británico, y ante el primer ministro David Cameron, el informe oficial que puso en marcha el proceso legal para alcanzar la independencia que deberá concluir con una consulta popular en dos años. Presentó sus planes como “la decisión más importante del pueblo escocés en 300 años de historia”. Para quien conquistó medio mundo, esas son cuestiones que a larga, obligadamente, se le presentan. Hay una larga lista que sustenta el argumento: Estados Unidos, Canadá, Bahamas, Jamaica, Belice, Guyana, la India –conocida como la joya de la corona en su momento–, Malasia, Birmania, Irlanda –aún tienen a Irlanda del Norte-, Malta, Chipre, Australia, Nueva Zelanda, Nigeria, Botsuana, Zambia, Ghana, Egipto, Sudán, Sierra Leona, Kenia, Uganda, entre otros… más las tierras islámicas de Medio Oriente que se repartió en la administración con Francia al concluir la primera guerra mundial y ante la caída del imperio otomano. En 1917, el poder colonial británico era enorme, con más tierras que en la gloriosa época victoriana. Pero en cuatro décadas la gloria imperialista se borró: se terminó la faena de tres siglos en la India en 1947, los países asiáticos comenzaron a decirle bye bye en la década de 1950, y en la de 1960 los africanos concluyeron sus procesos independentistas.

Quizá por eso, también, los británicos no quieren soltar un territorio como Gibraltar o como las Malvinas, o mismo como Escocia. Sin dudas que debe ser difícil encogerse, pasar de ancho y largo, a corto y angosto.

El apoyo de la mancomunidad

Pese a eso, el Reino Unido reúne de alguna manera a todos sus antiguos pollitos bajo el ala del otrora imperio. Para eso existe la Commonwealth of Nations, o Mancomunidad de Naciones. Desde 1950 se dejó en claro que la participación en ella no significa sumisión a la corona británica, pero esos lazos históricos, que se pretenden cuidar a través de este organismo de 54 países, permiten al Reino Unido mantener influencia sobre sus antiguas colonias, tanto desde el punto de vista político como económico. Al punto que en estos países, a excepción de Canadá y Belice, sus vehículos circulan por la izquierda. Además, cada cuatro años se disputan los Juegos de la Mancomunidad –en 2010 se desarrollaron en Delhi, India, y el año próximo se disputarán en Glasgow, Escocia–, evento deportivo nacido en 1930 y que por entonces se conocía como los Juegos del Imperio Británico. Y para que quede clara la idea de un Londres que gusta marcar la cancha, la reina Isabel II es la cabeza de este conglomerado de naciones independientes y semiindependientes. Gibraltar, que por supuesto pertenece a la Commonwealth, recibió el apoyo de parte de su parlamento que se reunió en Sudáfrica a principios de setiembre. En un comunicado, divulgado por esos días, rechazó el “inaceptable trato” que están recibiendo los gibraltareños de parte de España. La colonia británica ha tomado nota del respaldo de la Commonwealth, especialmente de los representantes británicos, de la delegación de Malta y de Chipre, dispuestos a llevar el asunto ante el Parlamento Europeo. Están mancomunados en respaldar al peñón de la discordia.

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