Peñarol quedó más abajo del fondo

“El Fútbol Asociación así como se llama desde que se fundó en Inglaterra, nació de esa manera. Y acá no se ven asociaciones, no se ven rotaciones, no se ve nada”, decía un muy importante exdirigente de Peñarol al término del primer tiempo a sus íntimos. Y es un hombre que vaya si sabe de este deporte.

Era un resumen perfecto de lo que había sido un primer tiempo lleno de nervios, de descontrol, de insuficiencia con la pelota. La antítesis total del fútbol.

Peñarol no había mostrado nada y Wanderers tampoco había ayudado demasiado.

La descoordinación de las líneas, la flaqueza de juego, el rendimiento nimio de un equipo que tiene problemas claros –empezando por lo anímico–, sirvieron para este desbarranque actual.

Se trata de un equipo fantasma. Desconocido. Peleado con la pelota. Hasta inocente en algunos aspectos.

Wanderers no supo aprovecharse siquiera de un equipo así, de un conjunto que no sabe cómo levantar una situación que lo ha llevado hasta el límite.

Gastón Rodríguez tuvo un par de ocasiones al principio y las desperdició. La segunda de ellas, avizoraba lo que sería luego el rendimiento de Danilo Lerda.

Un error de Gonzalo Viera –igualmente, volvió a ser el mejor de los del fondo aurinegro– hizo que la pelota viajara hacia atrás. El arquero trató de tomarla, pero no fue como lo dice la ley nunca escrita de los goleros, con las manos hacia arriba, sino que trató de embolsarla. Se equivocó feo, dio rebote y el tiro de Rodríguez pegó en el palo. Hubiera sido un gran blooper.

Como contrapartida, el rival tenía a Guzmán Pereira como uno de los defensores del mejor fútbol. Cada vez que juega en el Estadio, lo hace muy bien, y el sábado repitió.

Pero el primer tiempo se fue así, anodino, con pausas que invitaban a la siesta.

“Es insólito que haya jugadores que no levanten las piernas”, decía un hincha. “Yo no puedo creer que no levanten anímicamente. Hay alguno que gana US$ 50 mil. ¿Qué es lo que necesitan?”, decía otro.

El ingreso de Estoyanoff le dio otra dinámica al equipo que igual siguió jugando de forma desordenada. Pacheco no aparecía, tampoco Zalayeta y el único que sí las quería siempre era Jonathan Rodríguez, a quien le anularon mal un gol en el primer tiempo por un supuesto offside de Zalayeta que no existió porque lo habilitaba Santiago Martínez.

Entonces, cuando Peñarol esbozaba algo, llegó, ahora sí, el blooper de Lerda. Un remate de larga distancia de Pereira –ninguno de los del fondo salió a taparlo– se le escurrió de las manos. Su sorpresa fue tal, que ni siquiera atinó a reaccionar con un salto hacia atrás. Cuando menos lo había buscado, Wanderers ganaba 1-0 y Peñarol padecía otro horror de un arquero como ya había sucedido con Juan Castillo ante Rentistas.

Pese al desorden, los nervios, a que nada salía, llegó el empate tras un pase mágico de Aguiar a Zalayeta quien por fin despertó.

Pero fue muy poco. Solo una bocanada de aire cuando se hundía el Titanic que arrastró todo lo que tenía a su paso hacia el fondo.

Fue el final de Diego Alonso como técnico en solo ocho partidos. Se fue con lágrimas de hombre. De hincha del club. Fernando González, su ayudante de arqueros, también lo hizo así. Se terminó un ciclo en tres meses.

Peñarol tiene la obligación de levantarse. Sus jugadores son los principales responsables de uno de los peores momentos de los últimos años.