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Pacheco: el valor de los símbolos

Antonio Pacheco decidió terminar su carrera como futbolista a los 39 años y Referí hace un recorrido fotográfico de su carrera.
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08 de agosto de 2015 a las 13:17
La palabra símbolo tiene su origen en el latín symbŏlum y se entiende como la representación cabal de una idea. Entonces si. Podemos afirmar que Antonio Pacheco es un símbolo.

Según informó Referí, el último gran ídolo de Peñarol decidió colgar las botines a sus 39 años, sin opciones de jugar en el cuadro de sus amores -que vive una profunda y necesaria renovación de plantel- y desencantado de jugar en el medio local con otra camiseta.

Y Pacheco es un símbolo porque trascendió generaciones. Desde sus primeros entrenamientos bajo el mando de Gregorio Pérez en 1993, hasta ser figura en la obtención del Quinquenio, todos los últimos éxitos del club estuvieron vinculados a su figura.

En los últimos 20 años, Peñarol ganó siete campeonatos (1995, 1996, 1997, 1999, 2003, 2010 y 2013) y en todos Pacheco fue protagonista.

Del pibe de cerquillo rubio queda la sonrisa y la picardía del fútbol barrial. Del silencio respetuoso ante la figura de Pablo Bengoechea, Óscar Aguirregaray o Juan Carlos de Lima, a la voz cantante del referente cuando le tocó dejar de ser reflejo, para ser espejo.

Por esas cosas el vínculo de Tony y Peñarol no se reduce al efímero mundo de la pelota. Su caja de resonancia y su condición de ídolo se edificaron en cada gesto de amor por el club, en cada palabra, en cada saludo.

En 2010 fue el goleador del equipo campeón e integró el plantel que acarició la gloria de la Copa Libertadores en 2011.

Incluso cuando fue descartado por el club de sus amores. Lo exiliaron físicamente y bastardearon su condición de ídolo, pero el amor no se apagó. Masticó bronca en silencio, la transformó en su combustible y mudó su condición de símbolo al Prado, para demostrar que aún estaba vigente, que tenía cuerda para rato y que la revancha -bien entendida- estaba a la vuelta de la esquina.

Un canal de televisión lo puso contra las cuerdas, buscando una respuesta en falso, palabras que encendieran la polémica, pero Pacheco las esquivó con la misma elegancia que en la cancha para barrer hacia adentro y no lastimar a nadie.

Fue común ver a hinchas de Peñarol en los partidos del bohemio, alentando por el Pacheco Fútbol Club, un equipo imaginario con sede en el corazón de los fanáticos.
Cuando terminó la guerra de los egos y llegó otra vez Gregorio Pérez, volvió el pedido. Como si se tratara de un padre a un hijo. Del técnico firme al pibe debutante. Los hinchas soñaron con la vuelta a un capítulo glorioso que no se dio.

Al técnico padre del Quinquenio no le dieron el gusto y recién con Jorge Da Silva en la conducción técnica, Pacheco volvió.

La temporada 2013 fue el trailer perfecto de una película de suspenso. Regresó ante Fénix, anotó un golazo y el panameño Eric Davis le fracturó la pierna y las ilusiones.
En el Hospital Británico y con la pierna en alto, Pacheco dio otro gesto de grandeza. Recibió la visita de Davis y lejos de cualquier reproche, le perdonó la mala pata, compartieron un momento a las risas y hablaron de fútbol como dos colegas. Uno se fue caminando, al otro le aguardaba una larga recuperación.

La película terminó con final feliz para los hinchas de Peñarol. Pacheco volvió, fue figura en el clásico y anotó tres goles en la final ante Defensor Sporting para el delirio oro y carbón.

Fue el último título que festejó. Para el inicio de la temporada 2015-2016 el club decidió no renovarle el contrato. Hubo ofertas de India, pero hacer las valijas con 39 años y Benjamín, Catalina, Florencia y Valentina ya no era negocio.

Ahora Pacheco juega de padre, esposo, hijo, hermano y amigo.

También de símbolo, porque al fin y al cabo, ese club no sabe de contratos.

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