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Otro camino es posible

Más de medio siglo de guerra contra las drogas solo nos ha traído hasta este oscuro lugar de proliferación de mafias, feudalización y violencia. Hay que cambiar el chip
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16 de septiembre de 2023 a las 05:01

La guerra contra las drogas ha sido el peor y más obstinado error en la política de Estados Unidos hacia América Latina. La última semana los presidentes de Colombia, Gustavo Petro, y México, Andrés Manuel López Obrador, convocaron a una conferencia en Cali para al menos esbozar el principio de un cambio. Una “primera piedra” en lo que ambos mandatarios aspiran sea un cambio de paradigma.

En un discurso durísimo, Petro recordó el millón de muertos que la guerra contra las drogas ha dejado en América Latina y la calificó sin paliativos de “genocidio”.

El colombiano hizo, sin embargo, una composición de tiempo y lugar que, al menos a primera vista, parece un tanto reduccionista. Dijo que “los hippies le llenaban el Mall” de Washington al entonces presidente Richard Nixon con sus protestas por la guerra de Vietnam. “Los hippies –continuó Petro– fumaban marihuana, entonces decidió ir a combatir la producción a Colombia”.

Según Petro, así fue como se jodió Colombia, por ponerlo en términos vargallosianos.

No sé si la relación causa-efecto que hace el colombiano es del todo acertada, sospecho que no. Lo que sí sabemos es que en ese momento, 18 de junio de 1971, se inició la guerra contra las drogas, que Nixon le dio carácter de política de Estado y que esta ha sido un total fracaso. Aquellos polvos trajeron estos lodos.

Acá estamos 50 años y un millón de muertos después, con más cárteles que nunca, y extendidos a más países que nunca.

Otra cosa que llama la atención es que las mafias de la droga solo existen en los países de América Latina, donde la DEA además viene a combatirlas in situ, sin ninguna jurisdicción ni respeto por el derecho internacional, meramente como parte del animus dominandi que la superpotencia se arroga con los países de su “patio trasero”.

En EEUU en cambio pareciera que no hay mafias de la droga. Allá donde se consume más que en todo el resto del mundo, donde todo confluye; allá donde, según la RAND Corporation, el mercado de la droga mueve 150.000 millones de dólares al año, tenemos que creer que no hay grandes organizaciones del narco, no hay capos, ni ninguna de las cosas que la DEA viene a combatir acá. Y esa es la razón por la cual el millón de muertos que ha dejado su guerra son latinoamericanos. En eso sí tiene razón Petro cuando dice que “los muertos los ponemos nosotros”.

Georges Clemenceau, que algo sabía de estas cosas, advertía que empezar una guerra es fácil, lo difícil es terminarla. Pero Estados Unidos ha llevado eso al paroxismo: 21 años en Vietnam, 20 años en Afganistán, 13 años en Irak, 22 años de guerra contra el terrorismo, más de medio siglo de guerra contra las drogas, y suma sigue. A esta altura, el que no vea en ello un patrón (que desde luego es producto de un negocio billonario para lo que Eisenhower llamó en su discurso de despedida de la Casa Blanca el “complejo militar industrial”), no ha estado prestando atención.

El prohibicionismo, la erradicación forzosa y la represión a cargo de la DEA en nuestros países no solo no ha dado resultados, sino que ha empeorado gravemente las cosas.

“La dinámica de la política, llamada guerra contra las drogas, hecha en Estados Unidos hace 50 años, ha hecho víctimas a todas las sociedades latinoamericanas de sus consecuencias; las mismas que había en Colombia, pero ahora trasladadas a Chile, a Argentina, a Uruguay, a Paraguay, a Brasil, a las islas del Caribe, donde ya hay un país destruido que es Haití…”, dijo Petro en su discurso, y me temo que da en el clavo. A ese diagnóstico el colombiano le sumó un pronóstico que, no por espeluznante, parece menos acertado: “Si seguimos con la guerra contra las drogas, vamos a sumar otro millón de muertos en América Latina y vamos a tener más Estados fallidos y quizás la muerte de la democracia en nuestro continente”.

Realmente mantener esta política 50 años después no tiene presentación. Una política que además han criticado todos los ex presidentes de los países afectados, desde el colombiano César Gaviria y el brasileño Fernando Henrique Cardoso, hasta el mexicano Ernesto Zedillo.

Petro sugiere empezar por “combatir la demanda”; dice que tiene mucho más sentido reprimir allí donde se distribuye y consume que fumigar al campesino que la cultiva, envenenar su tierra, el lugar donde vive y matarle hasta el perro en un solo vuelo.

No lo sé realmente. Lo que sí parece no dejar lugar a dudas es que hay que cambiar el enfoque militarista del combate al narcotráfico, suspender el prohibicionismo y la erradicación forzosa y sacar a la DEA de nuestros países.

Entiendo que decir esto, en un contexto de crecimiento del narco en el Río de la Plata y de emergencia y confusión ante su avance, puede sonar contraintuitivo. Pero es que a esto hemos llegado precisamente por esas políticas.

La conferencia de Petro y López Obrador en Cali no dejó muchas definiciones concretas en cuanto a lo que hacer. Se conformó empero un grupo de trabajo que más adelante esperan conduzca a “una gran cumbre global de presidentes”. ¡Qué más quisiera uno que tuvieran éxito! Pero sinceramente, no soy muy optimista; entre otras cosas, porque se requiere de un enorme poder para hacer que EEUU ponga fin a una guerra.

Aunque por algo se empieza. Yo realmente hago votos porque al menos sea el comienzo de una gran concientización en América Latina para cambiar el rumbo de un asunto en el que nos va el futuro. Hay que cambiar el chip. No puede ser que la respuesta sea el tendal de muertos en medio siglo de represión y ningún avance, todos retrocesos, y además graves. Otro camino tiene que ser posible.

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