Por Eduardo Anguita
Noruega es una monarquía parlamentaria cuyo primer ministro, Jonas Gahr Støre, asumió en octubre de 2021. Es el líder del Partido Laborista de centro izquierda desde 2014. Antes de que el Storing (parlamento) lo nombrara a cargo de formar gobierno fue ministro de Salud y de Relaciones Exteriores.
La población noruega, de menos de 6.000.000 de habitantes, soporta fríos extremos de entre -6 y -8 °C en invierno, por lo que depende insoslayablemente de las posibilidades de calefaccionarse. Este país báltico tiene unos estándares de vida económica de los más altos del planeta, y los impuestos a los ingresos de los más acaudalados también están entre los más altos.
El primer fondo estatal de pensiones de Noruega fue creado por una ley de 1967 y estableció que su administración fuera independiente del gobierno de turno, una medida destinada a darle estabilidad como política de Estado más allá del sector político que surgiera del sistema parlamentario que tiene.
En 1990, al amparo del crecimiento en las inversiones petroleras, el Storing tomó una decisión que diseñó el rol de Noruega para el futuro al crear el Fondo Global de Pensiones del Estado, basado en los ingresos por la explotación petrolera, especialmente en los yacimientos offshore del mar Báltico.
Este fondo recauda de los impuestos a las empresas energéticas y también de las crecientes ventas al exterior de su gas y petróleo. Sus inversiones están a cargo del Banco de Noruega, que cumple las funciones de Banco Central, de emisión de la moneda y de banca de inversión.
El fondo de pensiones o fondo petrolero, pese a tener una de las poblaciones más pequeñas, es el mayor inversor de Europa. Desde 2009, el Storing autorizó al Banco Central a aumentar el porcentaje de inversiones del fondo hasta un 60% de sus ingresos, el resto debe quedar en Noruega.
Aunque en 2022 sufrió pérdidas en sus ingresos por la guerra y la crisis energética, Noruega se reacomodó y proyecta un 2023 con ingresos provenientes de la exportación de gas y petróleo equivalentes a unos US$ 150.000 millones. Ese país frío, con industrias de última generación, derechos sociales y políticos, que cobra altísimos impuestos a los ricos, tiene los estándares petroleros de las monarquías patriarcales como Arabia Saudia y Qatar, cuyo fondo petrolero es propiedad del emir Tamin bin Hamad Al Thani.
Noruega, pese a todo, no puede ser considerada una nación ajena al juego de poder que se desenvuelve con la guerra de Ucrania. Es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y desde 2014 el secretario general de ese organismo es el noruego Jens Stoltenberg, uno de los impulsores del aprovisionamiento militar a Ucrania.
La reciente investigación del periodista estadounidense Seymour Hersh indica que Noruega tuvo una participación en los explosivos colocados por buzos tácticos especializados de la Marina norteamericana. En efecto, de acuerdo a la nota publicada en su blog por Hersh y recogida por la mayoría de los medios, un avión militar noruego habría lanzado una boya acústica que actuaba como detonador de los explosivos colocados por los buzos días antes y que provocaron las roturas en los gasoductos Nord Stream 1 y Nord Sream 2.
Esos ductos fueron creados en acuerdo entre Rusia y Alemania, por Vladimir Putin y Angela Merkel, para el aprovisionamiento de gas ruso a Alemania. Los precios eran muy convenientes para Berlín y fueron un aporte importante para el crecimiento de la economía alemana. Sin embargo, el gas ruso era un dolor de cabeza para la geopolítica de Washington, de la Unión Europea y de la OTAN. Quizás uno de los factores más importantes que tensaron las cuerdas antes de la guerra.
Tras la denuncia de Hersch, se viralizó el fragmento de la conferencia de prensa que brindaron Joe Biden y Olaf Scholz dos semanas antes de la invasión rusa a Ucrania. Cuando una periodista alemana le preguntó a Biden por la tensión en Ucrania y la relación entre una posible invasión por parte de Putin y el Nord Stream 2, listo para ser habilitado, con una sonrisa y medias palabras, el jefe de la Casa Blanca dijo “No habrá Nord Stream 2”. Cuando la periodista le repreguntó “¿De qué modo?” la respuesta fue “Le pondremos fin”.
Eso no es una confesión de que los buzos de la marina estadounidense lo volaron, pero la investigación de Hersh es muy minuciosa y dará para mucho más que tapas de portales y diarios. Entre otras cosas, porque señala la responsabilidad directa de Noruega en su artículo. Tanto los Estados Unidos como Noruega, con fuerte presencia de empresas petroleras, obtienen beneficios de la crisis energética.
Ni esos beneficios, ni tampoco ser parte de la OTAN, señala que la denuncia de Hersh pueda ser comprobada. Se necesita una investigación independiente y con los medios técnicos para realizarla. Además, debería poder ingresar a la documentación clasificada de Washington y de Oslo.
Volviendo a la economía noruega, los ingresos por petróleo y gas proyectados para el año próximo, están estimados en más de US$ 130.000 millones. Se trataría de una cifra que bate récords de los años anteriores. El aumento, según los presupuestos generales presentados en Oslo este jueves, se debe al incremento de los precios internacionales de petróleo y gas debido a la guerra de Ucrania y a las sanciones a Rusia, que dejó de abastecer a Europa.
Noruega siempre fue un gran proveedor de energía tanto al Reino Unido como a la Europa continental. Pero tras las sanciones a Moscú, se convirtió en el principal proveedor.
El Gobierno de Jonas Gahr Støre, tiene previsto destinar el equivalente a unos US$ 30.000 millones al presupuesto nacional. El resto, unos US$ 100.000 millones, irán al Fondo de Pensiones Global de Noruega para realizar inversiones con una parte y dejar a buen recaudo otra porción de esos ingresos.
Oslo, ya no es sólo la capital de Noruega. Es un jugador muy importante en las decisiones de la OTAN y en el mercado financiero europeo. De hecho, el Banco Central Europeo, así como la banca privada y los fondos de inversión, tienen cada vez más trato con ese fondo estatal creado hace 32 años.
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