Las buenas noticias no son moneda corriente en un mundo trabado en disensos y conflictos permanentes que minan la confianza y la construcción colectiva entre regiones, países, afiliaciones y tradiciones. Las visiones y prácticas particularistas, aislacionistas y egoístas parecen predominar por sobre compartir preocupaciones comunes sobre el devenir de la humanidad que requiere necesariamente de la convergencia en torno a valores y referencias vinculantes para la totalidad de los países. Nadie podría arrogarse la condición de exento de compromisos y responsabilidades universales que no implica renegar de las propias.
Ciertamente celebramos un hecho que nos reafirma en la convicción que resulta posible avanzar en una humanidad más cooperadora y solidaria a través de un multilateralismo propositivo, componedor y generoso. Concretamente nos referimos a que los estados miembros de la UNESCO aprobaron por unanimidad, en el marco de las deliberaciones de la 42a reunión de la Conferencia General de la UNESCO (noviembre 2023), la “Recomendación sobre la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y el Desarrollo Sostenible”, que revisa la recomendación adoptada en 1974 en tiempos geopolíticos turbulentos. Ciertamente el contexto actual mundial también es de turbulencias.
No se trata en estricto sentido de una actualización sino esencialmente implica reposicionar los propósitos, los contenidos, las estrategias y el alcance de la educación a la luz de lo que la Asistente de la Subdirectora General de Educación de la UNESCO, Stefania Giannini, entiende como los sentidos de pertenencia a una humanidad compartida y comprometida en forjar aprendizajes de calidad y relevantes para futuros mejores. Mas aún Giannini argumenta sobre las interrelaciones vinculantes entre la educación para la paz, y las dimensiones políticas, sociales y económicas, que se forjan a través de enfoques interdisciplinares, intersectoriales y comunitarios. Se requiere de una nueva narrativa que tenga el sustento y la fuerza de convocar a múltiples instituciones y actores, de los más variados orígenes y sensibilidades, en torno a una visión de la educación que cemente bienestar, desarrollo, inclusión y justicia, y que promueva la confianza y el entendimiento mutuo entre países.
Asimismo, la recomendación es un destacado ejemplo de cómo el multilateralismo movido por el debate plural, inclusivo y franco de ideas y enfoques tiene la capacidad efectiva de ejercer lo que Giannini denomina como el “soft power” que es, en definitiva, creer en las bondades de argumentar, convocar, convencer y comprometer. Ante todo, el multilateralismo prestigia a los países alimentado por organismos intergubernamentales que evidencian la determinación y la profesionalidad en agendar los presentes y los futuros de la humanidad desde la pluralidad y la convergencia de propósitos y ruteros. En efecto, lograr la unidad en la diversidad.
Nos parece relevante remarcar algunas de los puntos en que los estados miembros de la UNESCO coincidieron al expresar su adhesión a la recomendación en el marco de la Conferencia General. Estos serían:
La recomendación se compone de un preámbulo, definiciones, objetivos y ámbitos de aplicación. En esta columna nos referiremos a algunas de las ideas fundamentales que se desarrollan en el preámbulo y que son indicativas del espíritu del documento, así como de sus implicancias y proyección.
En primer lugar, el reconocimiento que la paz no se reduce a la “ausencia de guerra o de conflictos armados” sino que implica, entre otras cosas, un conjunto interconectado de dimensiones que hacen a la libertad, el bienestar, el desarrollo, la educación, la convivencia y la seguridad de las personas y las comunidades, así como la promoción de una ciudadanía mundial activa. La paz se asume en un sentido preventivo y generador de oportunidades para que las personas y las comunidades puedan desarrollarse de acuerdo con sus aspiraciones y potencialidades. La recomendación nos recuerda que en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada por la Asamblea General de la ONU en el 2015, se aseveraba que “no puede haber desarrollo sostenible sin paz, ni paz sin desarrollo sostenible”. Mas aún, se requiere de un rol proactivo del estado, que, generando diversas alianzas, asuma la responsabilidad en promover las condiciones requeridas para que las personas puedan efectivamente gozar de la paz en un sentido amplio e inclusivo.
En segundo lugar, la formación de todos los alumnos incluyendo conocimientos teóricos y prácticos se asienta en una concepción multidimensional de la sostenibilidad que complementariamente a incluir los temas vinculados al desarrollo sostenible y a estilos de vida sostenibles, posiciona los derechos humanos, la igualdad de género, la cultura de paz, la ciudadanía y la diversidad cultural como componentes necesarios en la formación sobre desarrollo sostenible. Se asume una concepción filosófica, política, social, cultural y económica del desarrollo sostenible que la aleja claramente de una visión circunscripta de la sostenibilidad asociada históricamente a la dimensión ambiental, y más recientemente enfocada en cambio climático y biodiversidad. Ciertamente la transversalización de este conjunto de temas en los diversos niveles y ofertas educativas supondría, por un lado, fortalecer una visión unitaria y robusta de cómo este conjunto de temáticas se interrelaciona e implican mutuamente, y, por otro lado, alinear las políticas educativas, el currículo y la pedagogía al abordaje de estos temas de manera unitaria a lo largo de los ciclos educativos y priorizando la progresión del alumno y sus procesos de aprendizaje.
En tercer lugar, se avanza en el mismo sentido de la “Declaración de la Juventud sobre la Transformación de la Educación” considerada en el marco de la Cumbre “Transformación de la Educación” convocada por el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres (Nueva York, 16-17 y 19 de setiembre 2022). Dicha declaración, gestada como resultado del proceso liderado por la Oficina del Enviado del Secretario General para la Juventud donde participaron unos 450000 jóvenes en encuentros internacionales y nacionales, constituye un punto insoslayable de referencia para repensar la educación y los sistemas educativos desde una mirada intergeneracional componedora, fina, propositiva y transformacional. No se trata de una mirada endógena, que podría pecar de enclaustramiento y/o soberbia generacional, sino todo lo contrario, desde los jóvenes, se delinea una agenda robusta abierta a la construcción colectiva que involucra a múltiples instituciones y actores societales y educativos con sensibilidades y afiliaciones diversas. Los jóvenes se posicionan “como socios y colaboradores a lo largo del proceso” de transformar la educación.
En un similar sentido, la recomendación señala “la importante función que pueden desempeñar los jóvenes en la prevención y solución de los conflictos y cómo aspecto clave de la sostenibilidad, la inclusividad y el éxito de las actividades de mantenimiento y consolidación de la paz”. Se reafirma pues el protagonismo y la responsabilidad de los jóvenes en forjar una cultura de la paz que supone, entre otras cosas, aprender a entenderse y a vivir juntos en sociedad, y apreciando la diversidad como oportunidades para reforzar empatías interculturales entre personas de múltiples credos y afiliaciones.
En cuarto lugar, se fortalece una visión de la educación cementada en la libertad y la autonomía de educadores y alumnos como un aspecto fundamental, diríamos insoslayable, de los procesos de enseñanza y aprendizaje. La libertad entendida en un sentido amplio, de ejercicio de un derecho inalienable, que implica “libertad de expresión y de opinión” y “libertad académica y científica” con la consiguiente responsabilidad profesional, es condición sine qua non para justamente garantizar y resguardar “la libre circulación de información” y el “acceso a la información y al conocimiento” a las que alude la recomendación. El fortalecimiento de la libertad y de la autonomía de educadores y alumnos en el currículo y la pedagogía, así como en los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación, prepara a la comunidad educativa para contrarrestar los efectos perniciosos y extendidos de las cancelaciones, de los negacionismos, de los prohibicionismos y de las violencias.
En quinto lugar, se consolida una visión de puertas vaivenes entre la educación y la sociedad en su conjunto en cuanto a promover la participación de diversidad de partes interesadas y que particularmente incluye “a todos los niños, niñas, jóvenes y personas adultas, y sus familiares”. Por un lado, esto implica asumir que la educación se gesta permanentemente en las intersecciones entre educación, política, sociedad civil, ciudadanía y comunidad; y por otro lado, que la educación requiere de la participación de actores que generalmente no son parte de la “mesa educativa” como son “las instituciones nacionales independientes de derechos humanos y los medios de comunicación” que pueden desempeñar un rol fundamental en cuanto a velar por el cumplimiento del derecho a la educación”. Cabe señalar que la recomendación observa que “innumerables personas se han visto privadas de su vida de dignidad y oportunidades, principalmente porque están privadas del derecho habilitador a la educación”.
En sexto lugar, la observación que los efectos nocivos asociados a “la degradación ambiental, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desertificación” obstaculizan las oportunidades de aprendizaje de las nuevas generaciones, presentes y futuras. A la vez que se trasunta la insostenibilidad de los estilos de vida actuales, cabría preguntarse sobre si los contenidos y los modos de formar predominantes plantean alternativas que hagan pensar en futuros más optimistas, convocantes y mejores, o si de lo contrario, reproducen la insostenibilidad en las políticas, las culturas, las mentalidades y las prácticas.
En séptimo lugar, el reconocimiento que el derecho a una educación de calidad para todas y todos tiene que salvaguardarse en toda situación, y en particular en contextos afectados “por conflictos armados, ocupaciones, desastres y otras crisis”. Entendemos el derecho a la educación en un sentido que abarque oportunidades, procesos y aprendizajes de calidad enmarcados en el derecho a aprender y conocer bajo diversidad de formatos sin umbrales ni fronteras.
En octavo lugar, poner la vara alta en cuanto a que los entornos educativos “deberían ser un modelo de inclusión, justicia, atención, pertinencia y adaptación y ampliarse en beneficio de todas las personas” a la luz de forjar sociedades con valores y referencias compartidas con los centros educativos. Resulta por lo demás prometedor que se le confiera, o más aún, se empodere a los centros educativos para cementar sociedades mejores que no solo implica fortalecer su rol como garantes de valores de la sociedad en su conjunto, sino también tener la amplitud de miradas y de autocríticas necesarias para interrogarse sobre si sus concepciones y prácticas se alinean con forjar un modelo que da cuenta de los valores y las referencias mencionadas. Si, por ejemplo, cuando nos referimos a la inclusión en los centros educativos, estamos contemplando la diversidad de motivaciones, capacidades, contextos y circunstancias que engloban a todos los alumnos y a todas las alumnas por igual.
En síntesis, la fuerza del multilateralismo educativo reside en buena medida en su capacidad de aportar ideas y enfoques que agenden presentes y futuros mejores, y que laboriosa y cuidadosamente busquen generar confianzas y espacios de coincidencia entre la diversidad de regiones, países, afiliaciones y tradiciones que en su conjunto conforman el patrimonio de la humanidad. Bajo esa impronta, la “Recomendación sobre la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y el Desarrollo Sostenible” constituye una luz de esperanza para las generaciones más jóvenes.
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