Lleva 32 años interesándose por las células madre.

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El método con el que una doctora uruguaya curó en tiempo récord a Lugano, Pablo Cuevas, Del Potro y otros deportistas de elite

La neurocientífica radicada en Los Ángeles investiga y sana con células madre, una técnica de la que "no conocemos los límites aún"
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15 de julio de 2023 a las 05:03

Pablo Cuevas, el tenista uruguayo que alcanzó la mejor posición de la historia en el ranking mundial de su disciplina, estaba en un gran momento cuando se quebró. Pisó mal y el escafoide del pie derecho no soportó el peso de su humanidad. Debía ausentarse de las canchas durante meses y su castillo deportivo estaba a punto de desmoronarse. Hasta que ocurrió un “milagro”.

La médica y neurocientífica uruguaya Cristina Bertolotto, residente en Los Ángeles desde hace tres décadas, se tomó un avión de urgencia. Casi en simultáneo se sumó a la odisea su traumatólogo brasileño de confianza y una indicación clave para el tenista: “Aprovechá a comer bizcochos que vas a necesitar generar grasa a la altura de la cintura”.

En la gordura a veces reposa la salud. Bertolotto extrajo células madre de los menudos “flotadores” del tenista —ella misma había descubierto y patentado años antes la existencia de estas células en la grasa— y otro tanto de la médula espinal. El traumatólogo, con precisión quirúrgica, le inyectó al paciente esas células en el sitio exacto de la lesión. Y en pocas semanas Cuevas estaba otra vez sobre el polvo de ladrillo, logrando con su hermano el regreso de Uruguay al grupo 1 americano de Copa Davis.

Las células madre —esa materia prima del cuerpo humano que fascina a Bertolotto desde hace 32 años— son tan diminutas que caben más de cien veces en el grosor de un solo cabello. Son capaces de “parir” otras células, de ahí el término “madre”, y por ende son la clave para regenerar un tejido muerto, una desconexión neurológica, un hueso fracturado.

“La sanación está en la naturaleza misma de nosotros, porque detrás de las palabras que ahora están de moda —como neurodesarrollo, neuroenvejecimiento, o enfermedades neurodegenerativas— hay muerte celular y a la vez crecimiento celular… hay células madre operando”, dice esta médica uruguaya que tiene pacientes de “decenas de países”, que curó en tiempo récord al futbolista Nicolás Lodeiro, al tenista Juan Martín del Potro, que comparte conocimientos con el médico de Luis Suárez y Leonel Messi, y que le alargó la carrera al excapitán de la selección Diego Lugano.

“En 2014, con el desgaste de los últimos partidos en la Premier League, los preparativos del Mundial de Brasil y la competencia en la Copa del Mundo quedé con el cartílago de la rodilla roto. Intenté recuperarme con fisioterapia, pero no daba muchos resultados. Hasta que me contactaron con Cristina, hice el tratamiento con células madre, e inmediatamente se me desinflamó la zona y a mediano plazo las imágenes mostraron que tuve una regeneración de parte del tejido y eso me ayudó a irme a San Pablo y seguir jugando unos años más”, cuenta Lugano con la advertencia de que “no es mágico, pero nada recupera más rápido que eso”.

Para decirlo en términos deportivos: las células madre están encapsuladas, como un banco de suplentes pronto para ir al rescate cuando fallan los jugadores titulares. Bertolotto saca a esos suplentes del banquillo y los lleva a la cancha, donde sucede la lesión, para que regeneren. Así de simple y así de complejo.

—¿Cuál es el límite de esta técnica?

—¿Límites? No conocemos los límites aún, cuenta en una visita a su Uruguay esta médica que está trabajando con pacientes con la incurable esclerosis lateral amiotrófica, con párkinson y hasta niños con autismo.

Una vida sin límites

Una niña de cuatro o cinco años está tirada en el suelo. Lleva una pinza de cejas en su mano, con la que juega a quitarles a las hormigas los restos de pasto que cargan. Luego observa cómo se rompe el camino de pequeños insectos trabajadores y vuelve a reamarse. Así se recuerda Bertolotto.

Su padre, un “innovador” sin estudios terciarios que había llevado los invernaderos a Salto, le enseñó que “querer es poder”, que no hay límites, y que “cuando una pared te frena, hay que esquivarla o derribarla”.

Su madre, la primera nurse instrumentista del hospital de Clínicas, le compartió el gusto por la medicina, por la ayuda al prójimo.

Y de ahí, en el barrio salteño de Villa España, salió la niña curiosa que quería ser psiquiatra porque “buscaba descubrir los misterios de la mente”. Por eso cuatro días después de cumplir su mayoría de edad, y siguiendo la tradición de muchos de sus coterráneos, fue a vivirse a la capital del país para estudiar Medicina.

Sus dos hermanos mayores, mellizos, también quisieron estudiar Medicina en Uruguay. Pero la censura de la dictadura les hizo buscar suerte fuera de fronteras, en Francia. “Mi papá había sido uno de los fundadores del Frente Amplio en Salto…”, cuenta Bertolotto dando a entender que, desde que inició sus estudios terciarios, supo que su futuro estaba fuera de fronteras. De hecho, imagina, “como en la ciencias un mundo sin límites”.

El primer año de su carrera el sueño de la psiquiatría se le hizo añicos: las clases de investigación básica le volaron la cabeza y reperfiló su orientación. Desde entonces su mundo profesional cabalga entre la neurociencia y la medicina regenerativa.

Interrumpe la entrevista. La llama por celular una paciente de Italia con una enfermedad neurodegenerativa. “Ahora todo el mundo habla de células madre, pero cuando yo empecé era una rareza”, dice Bertolotto, quien aplicó sus primeros tratamientos en Uruguay porque en Los Ángeles, donde estudió sus posgrados y donde reside, no le dejaban experimentar “por razones éticas”.

Tres décadas después, los hospitales de Estados Unidos le piden que aplique sus saberes, como también a sus colegas que trabajan con células madre. “Estos tratamientos evitan los efectos adversos de las medicaciones tradicionales y, al imitar el proceso natural de regeneración del cuerpo, mejora la calidad de vida para patologías en que los pacientes vienen sufriendo demasiado”.

Refiere a que algunos de sus pacientes con ELA, aquella enfermedad neuromotora que fue atrofiándole los músculos al físico Stephen Hawking y que en Uruguay comprende unos 60 nuevos diagnósticos por año, “sobreviven más años y pese a que todavía no está la cura sí observamos una fortificación muscular que es clave”.

Eso sí: “no es mágico, ni milagroso… no vale todo”, aclara Bertolotto en coincidencia con la agencia de regulación de medicamentos de Estados Unidos (FDA), la que advierte que muchas veces los pacientes en busca de una cura acuden a tratamientos con célula madre de dudosa procedencia.

Como ejemplo, dice la médica uruguaya, “hay un gran negocio detrás de preservar las células madre del cordón umbilical del recién nacido”. Ella, quien trabajó en neurodesarrollo, considera un gasto “innecesario e ineficaz”. Porque la mayoría de los bebés nacen sanos y menos del 0,06% de los cordones umbilicales que se guardan en bancos terminan usándose.

No solo eso: “una vez que se congelan y descongelas muchas células mueren, por lo que es más eficaz ir a la captura de células madre que están en el cuerpo del paciente que unas guardan en bancos”.

Entre la vida y la muerte

Los científicos encontraron células madre vivas en cadáveres de muertos dos semanas antes. Esta incógnita es una de las que desvela a Bertolotto. ¿Qué hace que la materia prima del organismo a veces logre “alargar” la vida y otras veces no? ¿Es posible pensar en la eternidad?

La médica admite que, por ahora, son más las preguntas que las respuestas. Incluso ella misma que tiene patentadas como descubrimiento las células madre de la grasa, desconoce si en realidad son las mismas células de la médula espinal en otro estado y arrastradas por el torrente sanguíneo. O si cada órgano tiene sus células madre propias. O…

“En muchos casos no podemos ver el cambio a nivel celular, sino que observamos la mejoría clínica. De ahí que sea “necesario probar, experimentar con muertes cerebrales recientes, con accidentados, con patologías neuronales que nos lleven a encontrarles a los pacientes una mejora de sus funcionalidades”.

Ya lo decía Patrick Deville: “Él, que sabe lo que son los hombres por dentro de su saco de piel, está sentado delante del mar y del horizonte y es consciente de que sus células desaparecen, o se replican menos y a menor velocidad, cada vez con más errores o más ruidos en ese mensaje del ácido desoxirribonucleico que todavía se desconoce. Pero sabemos desde Pasteur que nada nace de la nada y que todo lo que vive debe morir”.

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