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El linchamiento de la turba

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01 de abril de 2024 a las 15:28

 

La multitud enfervorizada marcha con sus antorchas en busca del maldito. El presunto inocente–seguro culpable,  acusado de los peores horrores, no puede escapar ni defenderse. En pocos minutos será castigado como se merece. Las redes sociales y los medios masivos han dictado su sentencia. De la Justicia, solo quedan cenizas.

Ustedes son muy jóvenes, pero todavía recuerdo aquellos tiempos en que los jueces y los fiscales pasaban desapercibidos, en que el principio de inocencia era la base del proceso judicial, en que las sentencias se basaban en las pruebas y el honor era un derecho humano fundamental reconocido entre los más valiosos por nuestra Constitución.

Por estos días, todos opinamos sobre violaciones en manada, femicidios, ajustes de cuenta, balaceras, crímenes vinculados al tráfico de drogas, corrupción y violencia (física, sexual, psicológica, laboral, política) contra mujeres.

Algunos temas tienen mucha más difusión y despiertan una reacción natural de rechazo, por decir lo menos. Pero han sido –sin dudas- los casos protagonizados (o no) por figuras políticas relevantes, los que han generado más repercusión en la turba. Grey fanática que de a poco se ha vuelto tan irracional como el núcleo más delincuencial de las barras bravas del fútbol. Así, grita “penal” cuando es a favor, o “hay un sistema que nos perjudica” cuando las faltas se las cobran en contra. Es cierto que la dialéctica sana, la contraposición de argumentos, permite conocer los dos lados de la historia y, por tanto, los hechos completos. Pero si se transforma en un bullicio irracional, el efecto no será la reflexión y toma de conciencia ciudadana, sino todo lo contrario.

Incluso hay programas radiales y televisivos con panelistas que “representan” a uno y otro bando. En esos casos -dentro de todo- se puede pensar en la búsqueda de cierto equilibrio. Pero en las redes la lucha es inescrupulosa y como algunos creen para el fútbol: “lo único que importa es ganar”. Así, se han denunciado “campañas sucias” que acusan a tal partido o sector político. El problema ha quedado al desnudo, porque la contradicción ante situaciones muy similares es demasiado notoria. Cuestiones de “principios” como el slogan de “sí te creo” toman un giro hacia el “no se pudieron probar los hechos”. Las “hinchadas” parece que ahora usan las “banderas” del rival.

En medio de este panorama, una ley tan importante como la de violencia de género, vuelve a ponerse en discusión mediática. No por un caso que ya había sido “juzgado” y por el cual tres jóvenes fueron presos a pesar de ser inocentes. Al menos, no se pudieron probar los aberrantes delitos de los que habían sido acusados y que la turba –acicateada por el bando bueno, el que es defensor de los derechos- ya había resuelto sin apelación posible. O estas con nosotros, o sos cómplice y tan culpable como los condenados. No, eso –la vida misma de los involucrados- ya dejó de ser algo importante.

Tampoco fue el discurso retrógrado de ciertos “dinosaurios” políticos que defienden el machismo patriarcal y quieren modificar aspectos de la ley “sagrada”, lo que ocasionó su cuestionamiento. En cambio, la posible salpicadura de la aberración, la sombra de duda sobre algunos “intachables” con trascendencia política, bastó para cambiar el discurso. ¿Quién va a dudar del senador, del diputado, de nuestro candidato? Con seguridad es una maniobra mal intencionada. Maniobra que quizá no pueda probarse, como también es poco probable se demuestren las acusaciones que –ahora sí- se califican de absurdas.

El principio de inocencia es pilar de nuestro sistema de derecho. Por tanto, es imprescindible para los derechos humanos, de todos los humanos. Tanto como el principio de igualdad. Eso no necesariamente es contradictorio con la protección preferente de ciertos grupos sociales que por distintas razones pueden encontrarse en situación de debilidad. Entonces, ¿es la ley 19.580 un retroceso? ¿Ha generado un desequilibrio tal que vulnera elementales principios de derecho? ¿Es tan “intocable” que no puede ni siquiera considerarse su revisión? ¿Es tan solo una bandera político partidaria o ideológica? Y, en lo que realmente importa, ¿ha sido eficaz? ¿Mejoró los resultados evitando la violencia hacia las mujeres? ¿O más bien la ha reproducido, apareciendo –también- un aumento de violencia ejercida por las propias mujeres?

El equilibrio entre inocencia y presunciones legales, entre falta de pruebas y visibilizar situaciones, entre la ley general y el caso concreto, debe asegurarlo el Poder Judicial. Más ampliamente, el sistema judicial, fiscalía incluida. Pero, ¿si en la aplicación de la ley, si en los auxiliares de justicia, si en las instrucciones, en la formación de todos los actores; lo único que se maneja como válido es una determinada perspectiva? ¿Si se impone una ideología o discurso uniforme que debe prevalecer y del que no puede dudarse? ¿El problema es el texto legal o su interpretación? ¿Si se le dieran más recursos al sistema, bastaría para mejorar el panorama?

Parece que las respuestas para tantas preguntas no son fáciles, pero es bueno que no perdamos como sociedad la capacidad de cuestionarnos. Parece evidente que no deberíamos resignarnos a retroceder siglos en la forma de dictar Justicia.

Tú y yo formamos la turba, y mañana podemos ser incinerados en la hoguera de las redes. Sin necesidad de prueba, ni juicio. La civilización y el estado de derecho se consumirían con nosotros.

 

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