Claudia Goldin

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¿El capítulo final de la brecha de género? Sobre Goldin y el premio Nobel

La píldora, los hijos y la flexibilidad poco flexible del mercado
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22 de octubre de 2023 a las 05:00

Solo tres mujeres ganaron premios Nóbeles de Economía y Claudia Goldin, profesora e investigadora de Harvard, es la primera que lo gana sola, sin compañía masculina. En la locura de estas últimas semanas, entre guerras, pequeños escándalos de acá y grandes escándalos de allá, creo que el trabajo de esta mujer sobre el trabajo de las mujeres y las brechas que se han ido angostando, pero que persisten, no recibió todo el análisis que merece. Y lo merece no solo porque ha investigado durante más de 50 años y ha producido evidencia basada en datos fácticos, en la historia y en la evolución de la sociedad, sino porque se ha centrado en una de las brechas de inequidad más complejas de cerrar.

Las investigaciones de la profesora Goldin demuestran que en un siglo las mujeres pasaron de ser trabajadoras “ocultas” (aparecían como “esposas” en los censos pero trabajaban en el campo y hasta en fábricas, además de las tareas domésticas) a personas cuyas ocupaciones definen su “identidad fundamental y el valor social de cada una”, tal como escribió en uno de sus papers.

Una de las transformaciones sociales y económicas más tremendas del siglo XX ha sido la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo. Aunque para muchas mujeres los  cambios nos parecen dolorosamente lentos, Goldin demostró que el siglo XX fue el momento clave y que la brecha de género laboral que aún persiste tiene mucho más que ver con las condiciones que ofrece el mercado de trabajo que con la formación e intenciones de las mujeres que trabajan.

Goldin ha dejado en claro con sus indagaciones que no hay casualidades y que “la revolución silenciosa”, como la bautizó, se dio en los 70, luego de que las jóvenes de los 40 quedaran atrapadas entre lo que veían en sus madres (amas de casa o acotadas a trabajos específicos tales como maestras o enfermeras) y lo que necesitaban para insertarse competitivamente en el mercado laboral: más educación. "Se llevaron una gran sorpresa", escribió Goldin. Comenzaron a abrirse nuevas oportunidades laborales, pero en muchos casos no tenían la capacitación ni la educación para aprovecharlas. 

Las siguientes niñas no cometieron el mismo error. Se educaron más y más, hasta el punto de que ahora sobrepasan en nivel académico a los hombres en muchos países (incluyendo a Uruguay). Se empezaron a casar más tarde, en buena parte para terminar sus estudios y ampliarlos, dejaron de usar los apellidos de sus maridos y se divorciaron con más frecuencia, al mismo tiempo que se aprobaba la pastilla anticonceptiva en muchos países. Esto les permitió elegir el momento de quedar embarazadas, lo que generó un aumento en la edad de las madres, decisión también altamente relacionada con la educación. Todo lo anterior no es un mero recuento histórico, sino una serie de comprobaciones y asociaciones no fortuitas que confirmó Goldin en sus estudios de economía conductual.

La pastilla anticonceptiva, al fin y al cabo una innovación tecnológica, fue lo que permitió por primera vez que la mujer controlara ella misma y de forma sencilla y eficaz su fertilidad. En 2002, Claudia Goldin y Lawrence F. Katz (también economista, y su esposo) publicaron un artículo titulado El poder de la píldora: los anticonceptivos orales y las decisiones profesionales y sobre el matrimonio de las mujeres. Hasta entonces casi nadie había investigado el impacto de un avance médico en temas que tienen que ver con el mercado laboral.

Otro de sus descubrimientos clave tiene que ver con el impacto de la maternidad, no solo a la hora de medir brechas de participación de la mujer en el mercado laboral sino brechas de ingresos  Se estima que a nivel mundial trabaja el 50% de las mujeres y el 80% de los hombres. Goldin demostró que sin importar el aumento del nivel educativo de las mujeres, el impacto de la maternidad es lo que más influye en los ingresos. Un estudio que realizó en 2010 mostró que la brecha salarial entre hombres y mujeres se profundiza cuando ellas tienen su primer hijo, momento hasta el cual no hay diferencias sustanciales en los sueldos. El primer hijo supone una caída de ingresos importante para la mujer, y luego el ritmo no se apura al punto de que la brecha vuelva a cerrarse. Las mujeres tienen un hijo, comienzan a ganar menos porque tienen menos disponibilidad horaria y luego, cuando ya “todo vuelve a la normalidad”, no recuperan el nivel salarial suficiente para aminorar la inequidad salarial frente a los hombres, incluso si tienen la misma profesión y estudios. 

Goldin es un ejemplo de lo que demuestran sus descubrimientos: cada vez más mujeres trabajan porque así lo deciden, incluso luego de cumplir una edad de retiro que les permitiría descansar. La profesora recibió su doctorado en 1972 y sigue trabajando en Harvard a los 77 años. 

Lo que ha estudiado esta economista en los últimos tiempos es qué falta para que “el último capítulo” -así le llama- para cerrar la inequidad en el mercado laboral por fin se escriba. Ella lo explica así en su trabajo de 2014 A Grand Gender Convergence: Its Last Chapter (2014):  “La solución no tiene (necesariamente) que involucrar la intervención del gobierno y no necesita hacer a los hombres más responsables en el hogar (aunque eso no estaría de más). Pero debe implicar cambios en el mercado laboral, especialmente en cómo se estructuran y remuneran los empleos para mejorar la flexibilidad temporal. La brecha salarial de género se reduciría considerablemente y podría desaparecer por completo si las empresas no tuvieran un incentivo para recompensar desproporcionadamente a las personas que trabajaran muchas horas y trabajaran horas determinadas. Este cambio ha despegado en varios sectores, como la tecnología, la ciencia y la salud, pero es menos evidente en los mundos corporativo, financiero y legal”.

Los empleos en Estados Unidos, que es donde se centra su investigación pero cuyas conclusiones son extrapolables a muchos países, recompensan desproporcionadamente las largas jornadas. Las brechas de género más evidentes disminuirían, argumenta la economista, si los empleados tuvieran más control sobre dónde y cuándo realizar su trabajo.

Goldin también ha dado por tierra con la creencia popular y muy convenientemente repetida incluso por quienes hacen las reglas, de que a las mujeres se les paga menos porque eligen carreras peor pagadas. "Existe la creencia, que simplemente no es cierta, de que las mujeres simplemente tienen malas ocupaciones y que si las pusiéramos en mejores ocupaciones, resolveríamos el problema de la brecha de género", dijo la economista que, sin embargo, demostró que la brecha salarial es mayor dentro de las ocupaciones, y mayor en las que ganan más, como medicina y derecho. 

Los datos, irrefutables, están desde hace tiempo. Una pandemia cambió por un ratito las reglas del mercado laboral y la flexibilidad se impuso porque no había más remedio. ¿Podrán nuestras hijas, más educadas, con poder de decisión y, tal vez, con la intención de ser madres, quebrar con la desdichada rutina en la que lo único que cuenta es la cantidad de horas y los fines de semana que se trabajan para así avanzar jerárquicamente y en ingresos en una carrera?

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