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Dos de cada tres futbolistas uruguayos no terminó el liceo: ¿cómo incide en el rendimiento deportivo?

El Observador realizó la primera encuesta sobre el nivel educativo alcanzado de los jugadores de la primera división: los resultados confirman el "efecto embudo" del sistema uruguayo
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29 de octubre de 2023 a las 05:00

El comentarista del partido se queda sin palabras. Un joven de melena y cara de niño a pesar de sus 19 años —el mismo número que luce la camiseta roja y azul que viste— frena la pelota con la pierna derecha antes de cruzar la línea central. Le da una caricia al esférico que pasa entre las piernas de su rival. Empieza lo inexplicable. Avanza con la pelota “atada” al pie izquierdo y la mirada concentrada en ella. Parece que va a girar a la izquierda, pero dobla a la derecha. Amaga, zizaguea, recorta, elude en menos de los que caben dos baldosas. Se saca de encima a uno, a dos, tres, cuatro adversarios. La pica y…. ¡gol! Los hinchas del Barcelona, su equipo, se ríen. Los del Getafe, el rival, también. No hay palabras.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo funciona el cerebro de Lionel Messi. Los neurocientistas han intentado introducirlo en un scanner de última generación, han querido convencerlo para que juegue a la Play conectado a electrodos que “lean” su estímulo cerebral, han inventado hipótesis sobre su pensamiento divergente capaz de cambiar de decisión en micras de segundos, hasta le han diagnosticado trastornos sin test o adjudicado un coeficiente intelectual superior a la media sin jamás haberlo examinado. Y es probable que, como ocurre cuando se analiza a los “genios”, haya en todos estos frustrados intentos “más de especulación que de ciencia” porque “nadie sabe muy bien cómo funcionan los extremos de una población”, dice el profesor uruguayos de Psicología Cognitiva Alejandro Maiche.

Pero lo que los científicos sí lograron concluir que, salvo en aquellos casos de “genios” a los que es difícil entender, las habilidades de razonamiento, de comprensión de la explicación que hizo un entrenador en el vestuario, de relacionamiento con los compañeros y hasta memoria de las jugadas mejora acorde el futbolista avanza en el nivel educativo. Dicho en criollo: ya no solo es necesario estudiar para no quedar a la deriva en una carrera que puede acabarse en una joven lesión o un pase frustrado, sino para jugar “bien” al fútbol.

Entonces la pregunta es obvia: ¿cuán formados están los jugadores activos en el fútbol profesional uruguayo?  Aunque parezca un dato elemental, de esos que se piden en cualquier inscripción, la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y el sindicato de futbolistas (Mutual) no cuentan con esa información.

Por eso El Observador realizó una encuesta anónima que fue respondida por el 73% de los cerca de 450 jugadores de fútbol que tienen contrato vigente en alguno de los 16 equipos de la primera divisional A del campeonato local. Y tras insistirles a los referentes de los clubes para que incentiven a sus colegas a que respondan el breve cuestionario, se logró la primera muestra representativa de los futbolistas: dos de cada tres no acabaron el liceo o la UTU.

En Uruguay el futbolista es un “producto” de exportación. Eso explica que, en comparación a los equipos europeos, la integraciones de los clubes esté marcada por una población muy joven (menores de 25 años) y muy “veterana” (mayores de 30 años). Y eso puede manifestar a la vez que, en un país en que solo uno tercio de los jóvenes terminan la enseñanza obligatoria en tiempo y forma, muchos de los jugadores en actividad todavía estén cursando el bachillerato.

Según Pablo Hernández, quien fue el coordinador ejecutivo del programa Gol al Futuro creado por el expresidente frenteamplista Tabaré Vázquez, “poco a poco se fue cambiando la matriz del fútbol uruguayo: se acomodaron los horarios de partidos y entrenamientos para respetar el tiempo de estudio de los juveniles, se convenció a los dirigentes de que invertir en educación es ganancia para los clubes (no solo por las prestaciones e indumentaria que les donaba el programa), y se convenció al sistema educativo para que fuera menos reactivo con los deportistas y los pudiese entender en su complejidad”.

Como ejemplo, cita Hernández, antes del programa la mitad de los juveniles del fútbol uruguayo estaban desvinculados de la educación, mientras que ahora lo está solo uno de cada diez.

El problema es que en el bachillerato, que coincide en edad teórico con la cuarta división del fútbol, empieza un filtro: o se juega o se estudia. Y ese nudo no pudo desatarse (al menos no del todo).

“Sobre todo venimos notando que luego de la pandemia ha bajado el vínculo educativo de los jugadores juveniles, como si se tratase de una obligación previo al año 2020 y que luego se dejó de ejercer”, reconoce Lucas Methol, entrenador de la sub-17 de Racing, profesor de Educación Física y próximo a graduarse como psicólogo. “No solo eso, parecería que las infinitas oportunidades para estudiar que existen ahora —con cambios de exámenes, con virtualidad, con turnos invertidos, con tutores— acaban descansando a los futbolistas al punto que piensan que pueden dejar pasar el tren porque siempre tendrán otra oportunidad”.

En ese sentido, la media del jugador de fútbol no dista demasiado del promedio del país con peor egreso de América Latina, en un triste podio no deportivo que comparte con Honduras y Nicaragua. Ni siquiera existen muchas diferencias respecto a la interna del sistema de enseñanza uruguayo: ocho de cada diez cursan o cursaron su último año en una institución pública, mientras el resto en privada. Entre quienes estudiaron en colegios (posiblemente de mejores contexto socioeconómicos), el nivel educativo alcanzado asciende.

La cabecita

Xavi Hernández, el entrenador del Barcelona que en 2007 era un joven futbolista de pelo pincho engominado que le dio el pase a Messi en el histórico gol contra el Getafe, dijo: “La velocidad de la cabeza es más importante que la de las piernas”.

Para el psicólogo uruguayo Áxel Ocampo “no cabe dudas: es así”. El especialista en Psicología del Deporte admite que “los distintos actores del fútbol empezaron a entender que buena parte del partido se juega de lunes a viernes, los entrenadores comprendieron que el estudio del jugador es algo básico, que el crecimiento se da en la medida que se dé relevancia a la persona y al concepto de ser profesional, el contratista se dio cuenta que tiene que cuidar sus recursos, el dirigente que le sirve más una apuesta no tan cortoplacista, y el sistema educativo que debía ser más flexible para que no se lo abandone”.

El entrenador Methol lo sabe a la perfección. Un jugador suyo, juvenil, llegó a Montevideo desde el interior con la promesa de alcanzar la primera división. Pasó a vivir solo y abandonó los estudios. “Enseguida se notó el impacto porque, al perderse el hábito del estudio y las rutinas, los deportistas pasan demasiadas horas libres después de una mañana de entrenamiento”. El joven futbolista almorzaba y dormía una siesta de cuatro o cinco horas. “En la noche saltaba por las paredes porque no podía conciliar el sueño, al entrenamiento llegaba más cansado que aquellos que estaba estudiando, se alteraba la buena alimentación… es un todo”.

Un todo que el cerebro lo va aprendiendo desde pequeño. Según el catedrático de Neuropediatría Gabriel González, menos de la cuarta parte de la capacidad humana puede explicarse por factores genéticos, por ese “don innato” en el que a veces se encasilla a otros futbolistas. El resto, o sea la mayoría del desarrollo y potencia, es la construcción que va sedimentándose con la socialización y que tiene en los primeros años de vida su mayor auge.

Por eso hasta cerca de los ocho años los niños corren todos detrás de la pelota y no mantienen posiciones en el campo pensando en una estrategia de juego en equipo. Por eso entre los 10 y 12 años se da el mayor desarrollo del físico en que se nota aquel que tiene una gran habilidad deportiva y aquel que viene más rezagado. Y por eso los entrenadores de juveniles tienen la gran disyuntiva: ¿a quién priorizar?

Sucede que aquel que se desarrolla primero será, casi con seguridad, un jugador que ayude a ganar los partidos en ese campeonato juvenil. Casi con seguridad, aquel extremadamente veloz sabrá que puede tirar la pelota hacia adelante, correr y llegar. Pero los más lentos —en desarrollo o en velocidad— irán adquiriendo otras habilidades y creatividades para compensar sus falencias del momento que, casi con la misma seguridad, los hagan brillar más adelante.

“Messi es un poco eso: el jugador que tuvo un desarrollo tardío y logra ser muy creativo en la resolución de jugadas porque su vida lo llevó a tener que aprender así”, explica Methol sobre ese balance entre la presión de “ganar ya” y la apuesta al futuro.

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¿Y el estudio? La educación formal también estimula a ese cerebro en construcción —es uno de los mayores potenciadores—, ayuda a la autorregulación, da nuevas herramientas para enfrentar las adversidades, da un plan B cuando se está mal, matiza la algarabía si sale bien el plan A, y permite entender mejor la estrategia del deporte. Así lo constató un estudio publicado en la revista científica del prestigioso hospital Albert Einstein de Brasil.

“La capacidad de interpretar el discurso del entrenador, las cuestiones de entrenamiento, la ciencia del deporte y el contexto científico detrás del entrenamiento tienen que ver con el nivel educativo y el desarrollo cognitivo y social del jugador”, concluye la investigación brasileña citando a los referentes educativos de la Confederación Brasileña de Fútbol.

En Brasil, por ejemplo, el 67% de los futbolistas terminó el liceo tras la intensificación de los programas que buscaron la compatibilidad entre estudio y deporte. En España supera el 80%. Y en Inglaterra el 90%.

La Mutual de futbolistas de Uruguay, pese a no contar con la información sistematizada, sí puso al estudio como prioridad de gestión. Ocurre que el nivel educativo alcanzado influye en la carrera del deportista y también “el día después”.

La fundación XPro siguió a más de 30.000 futbolistas que se habían retirado de la Premier League y concluyó que tres de cada cinco estaban “en la ruina a solo cinco años del retiro futbolístico”. Y casi la mayoría de ellos eran los que no había acabado el bachillerato.

El psicólogo Ocampo, quien fue jugador, cuenta que “en el fútbol actual se vive un estrés constante: la presión de la competencia, el dinero, las miradas y también cómo planificar el mañana. Cuando se tienen proyectos fuera de lo deportivo, como es el estudio, da tranquilidad”.

¿Cómo se hizo esta investigación?

El Observador diseñó una encuesta anónima, de cinco preguntas clave, que se distribuyó a través de los referentes de cada equipo entre los 16 clubes que compiten en el Campeonato Uruguayo de Primara División.
Para asegurarse la representatividad de la muestra, y dado que el formulario realizado en Google era anónimo, se les pidió a los jugadores que indicaran en qué club jugaban. En paralelo, se recopiló la información de qué cantidad de futbolistas tienen contrato con cada equipo, con el objetivo de intentar que cada club cuente con una tasa de respuesta superior al 65%.
Solo dos clubes en 16 no superaron ese porcentaje, pero los cruces de variables demostraron que su distribución seguía la misma lógica que el resto de los equipos y la exclusión no alteraban los resultados. De todas formas, y para una mayor rigurosidad, se optó por presentar los datos sin mención a cada equipo en particular.
El trabajo de campo se inició hace tres meses. Y las preguntas fueron: ¿En qué club juega? ¿Edad? (se presentaban franjas etarias) ¿Cuál es su máximo nivel educativo alcanzado? (Con opciones) ¿En qué año cursó por última vez (o si está cursando? Y ¿El último año lo cursó/a en la educación pública o privada?
Producción: Joaquín Pisa

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