"Nos encantan los ganadores en este país. Es un país competitivo. Nos consideramos los mejores del mundo en todo, ¿no? Pero la idea de que sacrificaríamos a nuestros jóvenes para ganar, creo que nos desagrada. Nunca habríamos dicho que se trataba de eso”. Jennifer Sey –gimnasta olímpica de la selección estadounidense de fines de los ochenta– dice a cámara estas palabras mientras recuerda el horror detrás de una de las proezas deportivas más aplaudidas. Habla del salto con el que Kerri Strug consagró a Estados Unidos ganador en los juegos de 1996. La atleta, que participó en la competencia lesionada, tuvo que aterrizar en un solo pie y salir de la colchoneta a rastras mientras los flashes apuntaban hacia ella.
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