Hinchada de Peñarol

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No llenó pero se fue con el “ole”

Después de mucho tiempo, la hinchada de Peñarol no llenó la Ámsterdam pero también gozó como nunca en los últimos años
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05 de mayo de 2013 a las 21:59

Había claros en la Ámsterdam. Mil entradas sin venderse. Consecuencia directa de las derrotas ante Racing y Defensor Sporting. Pero también memoria de la racha negativa –la oficial– ante Nacional.

Con la ilusión atada a la prudencia, como esos globos que se sacudían en la tribuna, el hincha de Peñarol aguardaba en la Ámsterdam mientras los tricolores decoraban el Centenario como una fiesta de 15.

Banderas rojas en el primer anillo, blancas en el segundo y azules en el tercero. Humo al tono. Bombas que no terminaban de rugir. E intervención artística en la Olímpica con las banderas de Artigas y de Uruguay.

Pero esa fiesta duró tres minutos. Solo tres. Núñez la jopeó por arriba de la torta y Pacheco pateó la mesa de los muffins. La hinchada de Peñarol se hizo grito y garganta. Justo el Tony. La prudencia volaba por los cielos.

Y poco después un Zalayetazo. Un tío borracho, y con bigote, que lo arruina todo usando la corbata como bincha. El delirio. La inflación pectoral a tope como para cantarle a las otras tres cuartas partes del estadio: “Y ya lo ve, y ya lo ve, somos locales otra vez”.

Más tarde, la sola presencia del Chino Recoba agitó los fantasmas de las recientes remontadas, como se retuerce una cicatriz cuando se avecina una tormenta.

Un cabezazo afuera, una atajada de Bologna.

La suerte , que antes se iba en bondi a La Blanqueada, se quedó en los palos de la Ámsterdam cuando Bueno la buscó a tientas con la derecha.

Una roja, dos y tres trajeron la calma. Y la cancha quedó tan despejada que el hincha la inundó con el “ole”. El goce total. Una vez, dos. Una sensación anestesiada con el tiempo. Ni siquiera vivida en aquellas finales de 2010 cuando Darío Rodríguez le ponía, entre inesperadas pisadas, morfina a las arremetidas finales de Nacional.

Esto era distinto. Una especie de renacer del alma. Un Martín Santomé enamorándose de Avellaneda en La Tregua de Mario Benedetti. Un entierro del pasado. Una aletargada respuesta a aquel 3-0 en el cual un exquisito Nico Lodeiro sacó a bailar a todo Peñarol en el Apertura 2009.

Después, alguna mancha. La innecesaria provocación de Aguirregaray al festejar su penal. Antes, la estupidez de un grupito de desplegar una bandera de Nacional (que medía mucho más de uno por dos metros) en vez de activar las neuronas (¿hay?) para producir más y mejor la tribuna.

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