Cuando era adolescente, proceso tenía gusto amargo. A fines de los años de 1990, la palabra estaba prendida a una dictadura a la que sus promotores llamaron proceso cívico militar. El eufemismo pronto fue perdiendo letras y quedó solo en eso, en: el proceso. Decir el proceso era entonces decir dictadura.
Después del golpe de Estado, de los crímenes, los relatos y la apertura democrática, muchos años más tarde, en marzo de 2006, un maestro volvió a asumir la dirección técnica de la selección uruguaya de fútbol, que llevaba un par de décadas a la deriva. Ese año, antes de asumir, presentó un proyecto a largo plazo para que todos los selecciones uruguayas de fútbol, desde la sub 15 hasta la mayor, compartieran una identidad. Así, los jugadores más jóvenes tendrían un faro hacia donde mirar.
El día que presentó el proyecto, José María Giménez fue a la escuela, de túnica blanca y moña azul. Tenía 11 años.
Pasó, desde ese momento hasta hoy, mucha cosa. Un uruguayo, por ejemplo, atajó un cabezazo y se convirtió más tarde en ídolo nacional, no tanto por sus atajadas, sino por sus goles, su actitud. Es el tipo que ha metido más goles con la celeste. Un ghanés, cinco minutos después, erró un penal. Un veterano minuano pateó otro, con elegante estilo y eficacia. Con alta autoestima. Un músico popular contó la historia, debutó como comentarista deportivo y cineasta.
Al año siguiente, los mismos jugadores levantaron la decimoquinta Copa América en Buenos Aires. Dos exjuveniles, el endemoniado Suárez y el debutante Coates, fueron figuras. Gol del Ruso Pérez. El mejor del mundo, Messi, con la cara contra el césped.
Mientras los mayores cosechaban piropos de hombres, niños y mujeres, los juveniles, con Giménez en la zaga en el último caso, llegaban a dos finales del mundo, en sub 17 y sub 20, en México y Turquía. En cada torneo, jugadores y periodistas repetían la palabra. Y el técnico de la mayor, Óscar Washington Tabárez, se consagró como el cráneo de la gesta. El pueblo lo alabó. Roos le dedicó la película. De ahí, el nombre que se le asignó al fenómeno: fue proceso Tabárez.
Gol a gol, pronunciación tras pronunciación, la palabra proceso fue cambiando de color y significado, del verde oliva al celeste cielo triunfal, del recuerdo pesado al festejo compartido.
El concepto fue definido por su interventor. “El camino es la recompensa”, dijo Tabárez en las escalinatas del Palacio Legislativo, a la vuelta del Mundial de Sudáfrica 2010 y ante el presidente de la República y una multitud que saludó a sus nuevos héroes. La frase, junto a la palabra, fue repetida por Tabárez en conferencia de prensa en Buenos Aires, después de ganar la Copa América 2011.
Los niños crecieron y la parcialidad los quiere y mima. El martes pasado, el Estadio Centenario celebró cada despeje de Giménez, que con 18 años usó la camiseta del capitán, la 2. Aplaudían el proceso y su resultado.
Hasta que alguien la reutilice con un sentido alternativo y relevante, proceso significará en Uruguay cada vez más “recorrido sacrificado y positivo”, o algo así. Y tendrá más goles que palos.
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