Trabajar en mil opciones para parar a Barcelona. Crear un sistema defensivo complejo, y casi inédito en su carrera. Armar una línea de tres primero, luego de cuatro, y de a ratos de cinco. Disponer escalonamientos, cuadrados y triángulos encima de Messi. Que Pep Guardiola es uno de los genios del fútbol moderno no es ninguna novedad. Y este miércoles, con un plantel plagado de lesionados, esforzó al límite su intelecto para parar a un equipo en un momento mágico y liderado por un jugador fuera de serie. Es más: alguno diría que Guardiola traicionó su ideal de juego ofensivo.
Pero pocos podían saber más que él lo que podía ocurrir en el campo: “Messi, estando como está, no hay defensa que lo pueda parar. Es imposible”, dijo el martes en la conferencia de prensa previa.
Simple. Contundente. Aplastante. Los mismos adjetivos para la frase que para las obras de arte que el extraterreste argentino mostró sobre la cancha, que prácticamente le permitieron a Barcelona cerrar la serie con la victoria 3-0 a Bayern Múnich en el partido de ida de las semifinales de la Champions League.
La táctica y la valentía
Hay momentos que el fútbol mundial aguanta el aliento. Son los instantes en que los grandes equipos escriben historia. En los resultados, sí, pero en las tendencias también. Es que Barcelona y Pep marcaron buena parte del fútbol contemporáneo (guárdele un lugar allí a Mourinho) y por eso siempre es bueno prestarles atención.
Y valió la pena. Porque los dos se exigieron al límite. Pep fue contra su ADN, y le puso piernas por todos lados a Messi: con referencias en el área y en mitad de cancha, cuando se tiraba al costado y cuando se iba al centro de la cancha. Un cerco tremendo.
Pero como Guardiola es grande, alternó todas las caras posibles de su equipo: sí, se tiró atrás por momentos, pero en otros fue casi suicida con línea de tres. Barcelona fue parecido en su polivalencia, solo que hizo pesar más la intención de ir al frente, el momento dulce, los talentos para romper esquemas.
Fueron 90 minutos del mejor fútbol del mundo, jugado al límite.
Y fue un hermoso duelo táctico. Pero la táctica a veces se desvanece. Porque la táctica sirve, en última instancia, para detener al talento. En definitiva, cuando los equipos atacan, el talento pesa mucho más que la táctica. Es la defensa la que necesita todas esas triquiñuelas.
Y hay hombres hechos para romper la táctica. Para ir en contra de los esquemas. Dígale revolucionarios, genios, cracks, dependiendo del rubro en el que se muevan. Pero que son capaces, por su solo talento, de hacer añicos el orden establecido.
Eso fue Messi, al que alguna vez lo llamaron autista o con síndrome de asperger. El que es capaz de abstraerse del momento y encontrar el espacio para un golazo de afuera del área en el 1-0. Pero sobre todo, el que puede ponerle pausa al mundo y divertirse. Apilar para un lado, apilar para el otro. Hamacarse. Bailar. Jugar. Divertirse. Recuperar el juego lúdico en un juego económico millonario. Romperle la cadera y los tobillos a Boateng, que terminó desparramado y siendo el primer testigo de una obra de arte, la del 2-0, a la que Messi luego le agregó una asistencia a Neymar para el 3-0.
Vivimos en la era de Messi. Y este miércoles se encargó de demostrarlo una vez más. Hay que disfrutarla, cualquiera sea el color del corazón futbolístico del lector. Porque hace al fútbol un poco más lindo.
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