Matosas un ganador en el fútbol mexicano

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Matosas, el alquimista

Después de ser campeón en Danubio y patinar en Peñarol, desembarcó en México para despertar a un gigante dormido: León, equipo al que ascendió para hacerlo rugir a lo grande
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01 de junio de 2014 a las 18:35

Cuando tenía 15 años leía poco hasta que cayó un libro en mis manos, El alquimista, y encontré una frase que me cambió la vida: “Cuando uno desea algo con todo el corazón el universo conspira para que lo consigas”. Gustavo Matosas es de esas personas que miran fijo a los ojos cuando hablan. Que mide cautelosamente sus palabras sin perder autenticidad. Y que desborda satisfacción por los sueños conquistados. Y los que le quedan por alcanzar.

“Siempre me enseñaron en casa a pensar en positivo. En la adolescencia no hay nada mejor que lo que vos leés y experimentás. Después de leer ese libro (de Paulo Coelho) mi enfoque sobre la vida cambió: empecé a saber cómo desear las cosas y a darles un fin positivo, a saber que si tengo un sueño no importa lo que los demás me digan, sino lo que yo haga por conseguirlo”, cuenta a El Observador.

Es una mañana fresca en la zona de Punta Carretas. Matosas, que el miércoles pasado cumplió 47 años, recién sale del Club Biguá donde se ejercita diariamente. Y su agenda está cargada con las actividades de sus tres hijos, de 13, 10 y 6 años. Son vacaciones cortas. El hombre viene de México con varios títulos a cuestas. Pero lo único que desea es estar en familia.

Si será así que cuando enfrentó a Flamengo en Maracaná, por la Copa Libertadores, se hizo una escapada de un día a Montevideo. En ese feudo tan cargado de historia logró un histórico triunfo para León, equipo al que dirige desde principios de 2012. Pero no fue lo único que el hijo de Roberto, mítico defensor de Peñarol y la selección uruguaya en la década de 1960, y Blanca, ganó en este período. Matosas está escribiendo historia de la mejor en tierras aztecas.

“Han sido tres años maravillosos”, cuenta. “Tengo un grupo de jugadores con mucho carácter y jerarquía para jugar, una directiva seria y el empuje de la afición”.

Matosas llegó con un proyecto y encontró en el presidente de León, Jesús “Tucho” Martínez “un gran aliado”, en palabras del uruguayo. “Hicimos un proceso a tres años y cuando empezamos me pareció raro por el plazo. Empezamos por las contrataciones que podíamos hacer, por las carencias que teníamos, por conocer el empuje de nuestra afición y después seguimos el plan a rajatabla”, explica.

Matosas llegó a México para dirigir a Querétaro en 2011. Lo salvó del descenso y a la siguiente temporada estaba cuarto cuando fue despedido tras operar un cambio de mando en la presidencia del club. Llegaba tras un pasaje de seis meses en Danubio donde no había podido repetir su impresionante campaña de 2006-2007, un paso sin pena ni gloria por la Universidad de San Martín de Porres, un descenso con Bella Vista (aunque se fue antes de las últimas fechas) y un pasaje aciago por Peñarol en 2007-2008.

“Son cosas que pasan para bien”, dice con respecto a su despido en Querétaro. “Al mes me llamó León. Tuve que esperar unos meses para dirigir (en México, un técnico no puede dirigir a dos equipos en la misma temporada) y me fui a ver jugadores, equipos; me preocupé de los refuerzos para jugar el ascenso”. Y así se fue armando el cuadro.

Entonces, León estaba en la liga de ascenso. Llevaba 10 años sin poder retornar perdiendo incluso tres finales. El equipo de la ciudad homónima, ubicada en el estado de Guanajuato, tenía en su palmarés cinco ligas y cinco copas de México. El gigante estaba dormido y Matosas lo despertó: lo subió y lo hizo pelear en Primera a la par de las potencias.

En México se juega como en Uruguay. El Apertura cierra la temporada y el Clausura la abre. La diferencia es que los campeones son independientes y que no hay finales para definir un solo campeón por la temporada. ¿Sabe qué equipo ganó los dos últimos torneos? Acertó, León.

El Apertura 2013 se lo ganó a América, el equipo que terminó siendo la base de la selección mexicana que eliminó a Nueva Zelanda en el repechaje para Brasil 2014. El Clausura a Pachuca. Ambas vueltas olímpicas las dio en condición de visitante.

Para el segundo partido ante Pachuca, llamó la atención de que al entrar al campo de juego derramó un polvo blanco. Los medios mexicanos dijeron que el producto era sal y que era una especie de sórdido sortilegio.

“En realidad era azúcar”, dice riendo el uruguayo. “Yo ando mucho con azúcar. Mi mamá me decía que eso hacía que tus ángeles anden revoloteando por ahí. A veces, como hago mucho deporte, me baja el azúcar y siempre tengo encima. Pero ese día tiré para que vengan mis amigos, los que andan arriba mío”, explica.

Deportista por naturaleza, –“hago gimnasia, bicicleta, golf, natación y tenis”–, el entrenador que arrancó su carrera bien de abajo, en Villa Española, fue de los primeros en Uruguay en jugar 4-2-3-1, el sistema que se universalizó en el Mundial de Sudáfrica 2010. “Es verdad”, asiente. “Fue en Rampla. No es el sistema que más me gusta pero era el que más se adaptaba a aquel grupo de jugadores”, recuerda este cultor de la escuela de Telé Santana, el entrenador brasileño que puso a São Paulo en el cielo en la década de 1990 tras formar una gran selección brasileña una década atrás.

“Me decían: ‘jugás con un solo delantero’, pero llegaba con cinco al ataque y a veces no es el lugar de donde parte el jugador sino dónde va a llegar. Ese Rampla tenía una gran virtud: era un desorden organizado ofensivamente, no sabías de qué jugaba cada jugador y siempre había uno que lo cubría”.

Después llegó a Danubio al que sacó campeón uruguayo tras ganar Apertura y Clausura, emulando la campaña de Nacional en 1998.

Ahí también innovó. Fue de los primeros en poner un volante creativo como doble cinco: Carlos Grossmüller. “Me faltaba alguien que arrancara desde atrás, que llegara con peligro, que tuviera buen técnica y que generara un buen circuito de juego con el Nacho González. Carlitos tenía ocho, nueve kilos de más, pero en un mes bajó 11. Se impuso impecable. Un día le pregunté: ‘¿De qué jugás?’ Me respondió que de enganche. ‘Pero tenés claro que ahí va a jugar Nacho’. Me dijo que sí. ‘¿Y qué hacemos?’. ‘No sé’, me dijo. Le propuse jugar de doble cinco y me dijo que no tenía marca. ‘No, ese cuento no me lo como. Ese cuento es del que no quiere correr. Vos parate ahí que la pelota pasa 200 veces’, le dije. Después hizo goles y le dio una estética de calidad al juego impresionante. Un día se lastimó el Nacho contra Nacional y le pido que me dé una mano de enganche y me dijo: ‘No, a mí dejame de doble cinco que estoy bárbaro’”, cuenta y explota de risa.

León le recuerda muchas de las cosas que vivió en aquel Danubio. Jamás se golpea el pecho para decir que gracias a él jugadores como Carlos “Gullit” Peña o José Juan “Gallito” Vázquez jugarán el Mundial de Brasil y que Luis Montes se lo perderá por una fractura. “Todo el fútbol lo tenían adentro. Faltaba que alguien los hiciera explotar, porque a veces las oportunidades no llegan cuando sos tan joven. Les di confianza y la ubicación en la cancha en la que me pareció que podían aprovechar mejor su potencial. Pero eso ya lo tenían adentro. Hoy me responden en todas las canchas donde vamos”, dice.

León superó el grupo en la Libertadores pero quedó afuera en octavos de final ante Bolívar. “Para mí es el rival a vencer en el torneo. Juega bien de visitante, tiene muy buenos jugadores, un gran entrenador (Xabier Azkargorta) y de local, con la altura, digan lo que digan, los visitantes la sienten, te afecta, te perjudica y te hace mal. Es un equipo bicho para jugar de visitante y William Ferreira anda muy bien. A nosotros nos hizo un golazo”, cuenta.
La familia lo espera. “Tengo que ir a buscar a Cristian, el de 13, a Bella Vista. Ese anda bien, salió al abuelo”, comenta.

Matosas está contento en León. “Me gusta la ciudad por la calidad de la gente. Me encanta el club y me pongo de pie con su afición (se levanta del sillón). Por eso solo espero arrancar la nueva temporada”.

Pero también hay lugar para los sueños a largo plazo: “Cuando fui jugador no pude jugar o nunca me vieron como para jugar un Mundial. Me encantaría hacerlo como entrenador”. Los sueños, al fin, son los que impulsan su vida.

“Mi afecto está más cerca de Danubio”

¿Qué le dejó su paso por Peñarol?

Fue una muy buena experiencia. Cumplí uno de mis sueños pero con un mal resultado. Esa es la verdad, después la podés pintar como vos quieras. Me equivoqué en algunas cosas, acerté en otras, pero fue una buena experiencia. Cumplí la mitad del sueño.

¿Le dolió irse, ya que además es hincha del club?

El dolor siempre existe, más cuando vos querés a un equipo. Como me dolió irme de Danubio (en 2011) cuando me fui a México. Danubio es como mi casa, salimos campeones del Apertura y el Clausura (en 2006 y 2007) con jugadores espectaculares. Lo de Peñarol me dolió porque yo soy hincha, pero no tengo rencor porque las reglas del fútbol son esas: andás bien te quedás, andás mal te vas.

¿Volvería a dirigirlo?

Hoy no. Prefiero seguir queriéndolo como lo he querido toda la vida: de lejos, mirándolo algunos partidos. El día que vuelva a Uruguay, en mucho tiempo, mi afecto está más cercano a Danubio que me conoce, que juega el fútbol que me gusta a mí. Ya cumplí el sueño de dirigir a Peñarol. Me faltó la otra mitad que era salir campeón.

¿Los jugadores de Peñarol no se adaptaron a su estilo?

Esa es una etiqueta que le han puesto en los últimos tiempos a Peñarol: que solo mete. Es como comprar un auto: no le preguntás si tiene ruedas. El equipo uruguayo es lo mismo: ¿qué equipo hay que no meta? Es un modo facilista de perdonar el jugar mal. No estoy de acuerdo con eso. Si no jugás bien por mucho que metas, te pintan la cara.

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