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"Maravilla" Martínez, el mendigo campeón

“Fue duro tener que estar a las seis de la mañana haciendo la cola con los mendigos en las iglesias de España para poder comer”
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16 de septiembre de 2012 a las 22:45

Fue indocumentado. “Yo veía un patrullero y doblaba. Estuve detenido y sufrí el dolor que un policía me dijera: me voy a encargar de que te vayas a tu p... país”.

Pasó hambre. “Yo conocí una verdadera cena a los 14 años. En casa comía mi padre que tenía que alimentar a todos. A los 14 empecé a trabajar y cuando me senté en casa me sirvieron el primer plato de comida”.

Sufrió por llegar. “Un día me llamaron para pelear en Manchester, donde no gana nadie, por US$ 7 mil de bolsa. Me compré un bucal de tres euros y era como una herradura. Me rompió toda la boca”.

La experiencia vivida jamás le permitió creerse la vida del campeón. Esa que conquistó definitivamente en la madrugada del domingo. El argentino Sergio “Maravilla” Martínez es el nuevo campeón del peso medio, versión Consejo Mundial de Boxeo (CMB), después de dar una cátedra de boxeo y superar una caída ante el mexicano Julio César Chávez Jr., al que venció por decisión unánime en pelea pactada a 12 asaltos.

Todos los pronósticos se cumplieron, menos el de Martínez que había anticipado que la pelea concluiría por nocáut después del noveno asalto. Maravilla realizó una pelea extraordinaria. Bailó toda la noche ante un rival que jamás lo encontró. Brindó una clase de boxeo. Pegó y salió. Lastimó. Y cuando su rival intentó impresionar a los jueces, cerró mejor para poner las cosas en su lugar.

Pero el boxeo muchas veces es una mano. Y cuando todo parecía que iba a ser un final apoteósico para Martínez, el púgil argentino se encontró con dos ganchos demoledores de Chávez Jr., que lo mandaron a la lona en la mitad del último asalto. El Thomas & Mack Center, de la Universidad de Nevada Las Vegas (UNLV) fue ganado por la euforia de los mexicanos que habían sido enmudecidos por Martínez.

El cierre de la pelea no podía ser más dramático. Maravilla se levantó. Seguramente no sabía donde se encontraba.

Pero lejos de aplicar el manual del boxeador que dice que en esas circunstancias se debe apelar a trabar, fue al palo por palo, al golpe a golpe. Y se cruzó con Chávez que buscaba el milagro con la cara hinchada por la paliza del argentino.

Y fueron a las tarjetas. Martínez se sentía ganador. Pero en este mundo del boxeo hay cosas que están por encima de todo. En el rincón de Chávez Jr. revoloteaba la figura de Chávez padre, verdadera leyenda viviente del boxeo.

Pero por una vez se demostró que en el mundo de los puños también se puede actuar con justicia. Y los jurados decretaron ganador a Maravilla.

El hombre que de 8 de la mañana a una de la madrugada bailaba en la tarima de un boliche para ganarse la vida. El que pedía en las iglesias como mendigo para poder llevar una lata de arvejas a su casa. El indocumentado que cobraba la mitad del sueldo porque es la ley del mercado que marca el patrón: sin papeles se cobra la mitad. El que fue capaz de ganar en Manchester, donde nadie gana. Ahí donde cambió su vida después de que en el tercer round lo tiraron, se levantó, y miró a un costado para ver la cara de su padre. “Me dio vergüenza porque mi padre estaba ahí”. Se levantó y le dijo a Williams, su rival, “ahora te mato”. Y ganó una pelea que terminó con la boca ensangrentada por usar un protector bucal barato. Ese hombre sin estudios logró la hazaña de ser campeón mundial del peso medio.

Pero claro, después de tantas penurias, Maravilla Martínez no se come el cuento del campeón: “Llegar a una pelea en limusina es una vida de mentira. La vida del campeón dura lo que un fósforo. Mi verdadero campeonato lo gané en 2009 cuando le compré la casa a mi madre. La vida no dura dos días. Nadie dijo que es fácil. Pero estamos ahí para pelearla”.

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