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Madiba

Se pone al hombro la tarea de reconstruir su país tomando como una de las principales herramientas del rugby
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19 de julio de 2013 a las 20:33

El mes pasado escribía en esta columna que los homenajes debían hacerse en vida, que de esa manera se podía rendir homenaje realmente a una persona, porque esa persona tendría la oportunidad de recibirlo. Meses atrás había escrito una columna en la que hablaba sobre el poder que tiene el deporte para las sociedades actuales. Cómo el deporte es una fuente no solo de entretenimiento y pasión, sino también de inspiración y motivación; y cómo bien utilizado también puede ser un buen ejemplo. Hacía referencia a gobiernos nacionales que han utilizado (bien y mal) el deporte para llegar de manera más efectiva a sus pueblos.

En estos días se debate entre la vida y la muerte una de las personas que más he admirado desde los años 90, cuando conocí su historia, Nelson Mandela, o Madiba como le dicen en Sudáfrica.

Más adelante en esta revista se encontrarán con la columna de Ricardo Peirano con una acertada descripción de algunos de los hitos más importantes en la vida de este reconocido personaje. Entre esos hitos hace mención a uno al cual quiero dedicar unas líneas. En el año 2005, Sudáfrica organizó la tercera copa del mundo de rugby; también era la primera vez que su seleccionado participaba de esta competencia. Su ausencia no había sido por falta de méritos deportivos, sino por falta de méritos humanitarios.

“… I am the master of my faith I am the captain of my soul …” Fragmento del poema Invictus de William Ernest Henley, según el propio Mandela, el poema que lo inspiraba en sus años en prisión.

La International Rugby Board le había prohibido a Sudáfrica participar de cualquier competencia oficial mientras tuviera vigente el sistema del apartheid. En Sudáfrica, el rugby es el deporte principal por excelencia, pero en aquel momento era solo disfrutado y seguido por los blancos. Los negros, por su lado, estaban en contra de este deporte porque lo veían como un símbolo justamente de esa parte de la sociedad.

Curiosamente, Mandela se pone al hombro la tarea de reconstruir su país tomando como una de las principales herramientas este deporte, el rugby, el deporte de los blancos que lo habían tenido en prisión durante 27 años. Él entendió que no había manera de mirar hacia adelante y de terminar con años de muertes y segregación si no contaba con la ayuda y el apoyo de todos los referentes de esa nación. Le pidieron que cambiara el color de la tradicional camiseta, y no solo no lo aceptó, sino que el día de la final vistió la número 6 del carismático capitán Francois Pienaar. Lo habían intentado convencer de que prohibiera el himno oficial vigente hasta ese momento, pero en cambio tuvo la genial idea de aprobar la creación de un himno que estaba compuesto por el antiguo y por una canción bantú muy arraigada entre la comunidad negra.

Desde ese día la letra del himno nacional sudafricano contiene fragmentos en los cinco idiomas más hablados del país. Pienaar como gran capitán, hizo que sus compañeros se memorizaran el himno entero y lo cantaran con pasión antes de cada partido.

Podría escribir horas sobre la genialidad y habilidad de esta persona para tomar lo mejor de cada uno a su alrededor y su increíble capacidad para perdonar y de algún modo resignarse frente a algunas injusticias en el entendido de que eso iba a redundar en algo mucho más importante, la paz de su nación. John Carlin tuvo la oportunidad de entrevistarse con él algunas veces, aparte de ser un corresponsal a cargo del seguimiento de Mandela.Años después, escribió un libro que cuenta de forma genial todo este proceso, se llama El factor humano, y tiene algunas cosas que sería bueno leyeran muchas personas en nuestro planeta. Días antes de la final de la copa del mundo de 1995, Chester Williams estaba lesionado y un país entero esperaba su presencia en la cancha, los blancos por el talento indiscutido que tenía, y los negros porque era su representante en la cancha, todo un símbolo de unidad y avance hacia una nueva era. Chester se mejoró, jugó y se volvió leyenda, al igual que el momento en que Mandela le entrega la copa de campeón del mundo a Pienaar. Ese día, el deporte había movido los cimientos de toda una nación y blancos y negros festejaron juntos en paz.

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