El ambiente futbolero se ha acostumbrado –de forma compulsiva– a criticar despiadadamente a los árbitros.
Algunos periodistas los critican ácidamente observando minuciosamente las jugadas desde todos los ángulos de la TV.
Otros los calificamos con pobres notas conforme a la cantidad de errores que cometen.
Pero el fútbol es esencialmente un juego de acierto-error permanente. Muchas veces elogiamos al jugador que mete un pase que resultó determinante y pasamos por alto todas las veces que los erró. Y con los jueces utilizamos el criterio inverso: soslayamos los aciertos para hincarle el diente a los errores.
Los periodistas deberíamos repensar esto. Y los demás actores intentar explicar sus derrotas más por las limitaciones propias –que sobran– que por los eventuales errores ajenos.
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