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Lágrimas de desahogo

Terminaron días muy especiales para todo el plantel de Peñarol, pero, sobre todo, para su técnico Jorge Da Silva, quien no ocultó su sensación de alivio luego de la victoria por goleada ante el eterno rival
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05 de mayo de 2013 a las 22:32

Fue una semana muy complicada para el Polilla Da Silva. El lunes, al otro día de perder ante Defensor Sporting, su hijo Jorge –a quien integró para este Clausura al cuerpo técnico– tuvo un accidente muy complicado en el que la sacó gratis, más que barata. Le pegaron muy fuerte a su coche y de milagro se salvó, más allá de que el auto sirve para chatarra.

A eso se sumó la presión extra –presión siempre hay y habrá en Peñarol– de tener que ganar o al menos no perder contra Nacional. De tener en mente –como lo admitiría después del encuentro– el hecho de poner el cargo a disposición. Irse por la ventana tras haber ganado el Apertura, algo que el club no conseguía desde hacía 16 años.

Por eso la nota empieza por el final. Porque cuando volvía de la cancha, en la que se abrazó con su amigo-hermano-ayudante de campo Sergio Cabrera y con varios jugadores, a la entrada del vestuario lo esperaba Tita, una de las hinchas más conocidas de Peñarol, que Juan Pedro Damiani colocó en su lista en las elecciones pasadas en el lugar 11.

La abrazó como a su vieja y como dice el tango, se le piantó un lagrimón.

Era el momento del desahogo, de la catarsis que cualquier ser humano necesita. Había que descargar emociones para que no estallara la cabeza.

Antes del encuentro, Carlos Sánchez, el gerente deportivo, fue el primero en llegar. Fue una hora antes de que lo hiciera el plantel. Ya se manejaba la posibilidad de que Antonio Pacheco fuera titular con Sebastián Píriz.

A la hora 15.18 llegó el ómnibus con todos. El Tony Pacheco encabezaba la fila con una sonrisa gigante, mostrando lo que ocurriría con su titularidad.

La música estridente esta vez faltó. Es que el que siempre la lleva es el Lolo Estoyanoff, y como está lesionado, no estuvo.

El profe Pablo Placeres encaró a Darío Rodríguez en pleno camarín: “Darío, ¿y la música”. “¡Tenés razón! Lo que pasa es que siempre la trae el Lolo y no vino”, le contestó. Entonces Darío le pidió a Juan Manuel Olivera el parlante y colocó su celular. Allí comenzó la cumbia infaltable.

Tanta fue la sorpresa de los cambios entre los titulares, que cuando el encargado de prensa dio el equipo, lo tenía con Cristóforo y Olivera; entonces les puso una marca como que eran suplentes.

Cuarenta y un minutos antes del partido salieron a calentar y, obviamente, el primero en la fila era Pacheco. Llegó la hora de salir a la cancha en la que fueron visitantes. Ni siquiera se llenó la Ámsterdam. El Tony a la cabeza otra vez. Como en el gol de la apertura.

Y el delirio total con el correr de los minutos, dando forma a un triunfo muy esperado.

Por eso al final el vestuario se llenó de amigos, allegados, curiosos. El último en arribar desde la cancha fue Pacheco. Al revés de toda esta historia. Y entró al camarín con su hijo Benjamín en brazos. Mejor, imposible.

Hasta el prosecretario de la Presidencia, Diego Cánepa, apareció con un niño con la camiseta de Peñarol y entró a saludar a los jugadores con los ojos rojos.

La semana especial había quedado atrás. Se había conseguido el objetivo y más allá de las sonrisas, había mucha mesura. Mucha. Saben que se ganó un clásico, no el Uruguayo y que esto sigue.

Al Polilla la catarsis le duró un ratito. Ya piensa en Progreso.

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