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La sanción del año no fue a Luis Suárez

La justicia de EEUU autorizó la venta de los Ángeles Clippers en US$ 2 mil millones luego que la NBA suspendiera de por vida a su dueño, Donald Sterling, a raíz del escándalo generado por sus declaraciones racistas
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03 de agosto de 2014 a las 21:36

Hay alguien que está en una peor situación que Luis Suárez. Porque si bien el delantero uruguayo sufrió una sanción casi sin precedentes por su mordida al italiano Giorgio Chiellini, y su suspensión de cuatro meses alejado de cualquier actividad futbolística ha levantado protestas a nivel mundial, no llega al literal destierro deportivo al que llegó Donald Sterling dueño de los Ángeles Clippers: esta semana fue obligado a vender la franquicia de la NBA y a no acercarse nunca más a un partido de su equipo.

Claro que mientras la sanción de Suárez provocó sensación de indignación porque la pena no es acorde al castigo efectuado, nadie salió a defender a Sterling, el protagonista de uno de los mayores escándalos de racismo que se recuerden en los últimos tiempos, luego que se filtrara una conversación con su novia, donde la insulta por haber llevado al palco en un partido de los Clippers al exastro de los Lakers, Magic Johnson. “No me importa si te acuestas con ellos, o si haces lo que quieres. Pero no quiero negros en este palco”, le dijo.

La liga reaccionó rápido: dos semanas después de conocido el hecho lo suspendió de por vida, lo obligó a vender la franquicia y le impuso una multa de US$ 2 millones. A los pocos días Sterling hizo su primera aparición pública en una entrevista con CNN y prometió pelea, pero no hizo más que agrandar el problema: si bien pidió disculpas “por un solo error en 35 años”, y reclamó su derecho a redimirse, luego insultó al propio Johnson, y lo acusó de “tener sexo con todas las mujeres de Los Ángeles sabiendo que tenía SIDA”.

El tape solo sacó a la luz algo que varios jugadores dijeron soportar hace tiempo: malos tratos y conductas discriminatorias de parte del empresario, que ya había recibido una denuncia de parte de una empelada doméstica que trabajaba en su casa. Sterling también había tenido que pagar US$ 3 millones en indemnización a un grupo de latinos y negros que en 2003 lo acusaron de obligarlos a abandonar las viviendas que alquilaban –propiedad del empresario- sólo por el color de su piel.

Nadie lo defendió. Ni la liga –el comisionado Adam Silver pidió apoyo para que nunca volviera a entrar a una cancha- y hasta los jugadores tiraron sus camperas en el medio de la cancha en uno de los partidos de playoffs. Es más, el entrenador Doc Rivers y la estrella Blake Griffin anunciaron que si la venta no se concretaba antes de que los equipos volvieran a entrenar buscarían otro destino, aún si tuvieran que pagar una multa. Varios sponsors de la Liga anunciaron que reverían su apoyo si la NBA no expulsaba al dueño del equipo angelino, y hasta el CEO de los Clippers dijo que sería un “suicidio” tenerlo aún al frente de la organización.

Mientras tanto su exesposa, que se vio beneficiada por la situación –legalmente siguen casados- cerró la venta de la franquicia por nada menos que 2 mil millones de dólares a Steve Ballmer, ex presidente de Microsoft, un 400% más caro que la última franquicia vendida en la NBA: Milwaukee Bucks, que se vendió por US$ 500 millones. La venta se concretó sin la autorización de Sterling, luego que dos médicos lo declararan incapaz y le diagnosticaran un Alzhemimer que podría haber comenzado hace tres años.

Sterling está en contra de la operación y acusa a su exmujer y al máximo dirigente de la NBA de fraude, ya que dice que fue engañado para conseguir la venta. Esa demanda sigue su curso por separado, pero de todos la Justicia autorizó la venta.

Del otro lado, muchos se preguntan si el sexagenario no será el mayor beneficiado por todo el escándalo, si se comparan esos US$ 2 mil millones con los míseros 12 millones por los que compró el equipo en 1981.

Algunas voces aisladas se preguntaron si no era una exagerada medida de relaciones públicas desterrar a un hombre por una declaración, y si no había servido como chivo expiatorio para fijar ese límite. Pero a diferencia del caso Suárez, fueron las menos: el caso sirvió para que la NBA se uniera como nunca e impusiera un nuevo límite al racismo.

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