Desde que
Tabárez terminó de definir entre 2006 y 2007 el plan de vuelo para los siguientes años en la selección y la forma en que quería recorrer el camino y con quién, consiguió darle forma al proyecto para un ciclo que no se agotaba tras la primera derrota. A partir de la confianza hacia los futbolistas fue robusteciendo su idea.
El hecho de que el equipo se comenzara a repetir de memoria y la lista de convocados prácticamente no sufriera variantes, llevó a que se planteara en tono irónico que la selección era "un grupo de amigos". Sin embargo, lo que había conseguido Tabárez fue jugadores para una época. Lo logró rápidamente con Lugano, como capitán, y con Forlán, como líder futbolístico. En 2009, finalmente lo consiguió con Muslera en el arco y con la columna vertebral del equipo. A partir de eso, la maduración del resto se fue produciendo naturalmente, nunca forzada y exenta de la inseguridad y desconfianza que promovía la rotación permanente de jugadores. Por tanto, Suárez y Cavani crecieron cobijados por Forlán y Abreu, y Godín por Lugano, por ejemplo.
Un día los viejos guerreros llegaron a su final. Tras Brasil 2014, Tabárez inició finalmente el primer recambio y la renovación ruidosa, con los futbolistas que había preparado durante ocho años en el Complejo. Con esta nueva camada –una mezcla de los que hicieron la transición y los nuevos valores–, actualmente Uruguay está segundo en las
Eliminatorias. Ahora, en los últimos 30 días, Tabárez inició la renovación silenciosa con un grupo de refinados jugadores y de buen pie, que rondan los 20 años y que llegan con la misión de regar con buen
fútbol su proyecto original, pero sin apartarse de la esencia: el equilibrio.