Jennifer Dahlgren plantea una lucha diaria contra el acoso y la discriminación

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La mujer entre el bullying y el éxito

Jennifer Dahlgren, cuatro veces olímpica, habla desde la fortaleza de superar el acoso
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28 de abril de 2017 a las 05:00
La niña trabaja en su mesa de ejercicios en el laboratorio de química cuando siente olor a quemado y calor en sus piernas. Al girar la cabeza ve que uno de sus zapatos se está prendiendo fuego y que no se trata de una broma más, fue otra perla en el collar de las humillaciones que sus compañeros le regalan a diario.

Apenas conoce un par de palabras en español y no tiene amigos, por lo que preguntar no es una opción viable.

Aprovecha su físico y la potencia de sus brazos para darse vuelta y golpear al varón que encendió ese camino de fósforos pegados con una cinta adhesiva al talón de su zapato. El profesor siente el impacto seco del golpe, escucha el quejido del agresor agredido y la mira con tono inquisidor. Cuando la niña quiere relatar lo sucedido, se queda muda. La humillación le tapa la boca. Nadie conoce la palabra bullying, ni su significado, pero está presente en ese salón de clase durante todos los días.

Pasaron 20 años de esa anécdota y Jennifer Dahlgren Fitzner ya no es lo que era. Atrás quedó la niña que había nacido en Argentina y había viajado por el mundo antes de volver en etapa liceal, con pocas palabras en el bolsillo y un físico enorme que llamaba la atención. Con 180 centímetros de altura y más de 100 kilos sobre sus rodillas, se convirtió en una atleta de elite que lucha por superarse en la pista y en la vida.

“Los chicos que sufren este tipo de acoso quieren independencia para resolver situaciones pero a esa edad no pueden. No hablan con los padres porque no los consideran cool. Entonces necesitan un puente que los vincule. Un libro, una película o un artículo en un diario. La persona que sufre de bullying necesita un acercamiento porque vive aislada en una isla. Yo tuve que construirlo sola y me llevó muchos años a través de la validación externa”.

"A los 13 años llegué a Argentina sin saber casi nada de español y en una clase que se conocían todos desde los 2 años yo llegué para ser la nueva, la que no hablaba español, la que era gigante y la que le gustaba jugar al fútbol. En Argentina para las chicas estaba el hockey y para los varones el fútbol. Desde el primer momento me empezaron a hacer hincapié con la diferencia corporal. Si me sentaba me medían la espalda con una regla y una vez dibujaron en el pizarrón una heladera de dos puertas, bien cuadrada, con dos brazos, dos piernas, una cabeza y decía Jenny. Cuando entré al salón todos se estaban riendo. Cosas gratuitas porque yo no provocaba a nadie. No les contaba a mis padres porque al ser gordita creía que me merecía lo que me decían. Hasta el día de hoy proceso ciertas cosas", dice Dahlgren en una conferencia de la que participa Referí.

Campeona Sudamericana, Iberoamericana, con cuatro Juegos Olímpicos, seis Mundiales y una carrera que la sigue teniendo activa, la deportista argentina sabe que colecciona tantos títulos como sellos en el pasaporte, pero el camino recorrido estuvo lleno de espinas y aprendizaje.

"Nací en Argentina y a los 2 años me fui a Brasil, donde nació mi hermano, de ahí nos fuimos a Estados Unidos, donde nos mudamos varias veces. A mis 13 años volvimos a Argentina y luego nos volvimos a ir a Estados Unidos. Estudié en Georgia, mi padre se fue a trabajar a Singapur y mi hermana a hacer un máster en Escocia. Anduvimos por todos lados. Por eso, desde chica siempre nos acostumbramos a que el deporte tiene un idioma universal que son las reglas de juego y sabiendo jugar compartí momentos con muchos niños sin saber el idioma. Me pasaba que no entendía un pepino cuando me hablaban y siempre quedaba aislada, salvo en el deporte cuando estaba involucrada y hacía amigos", agrega esta deportista argentina, quien reconoce que supo practicar judo, fútbol y básquetbol antes de encontrar en el lanzamiento de martillo su refugio.

"El físico era la herramienta que tenían para lastimarme dentro del aula, pero era una fortaleza en la pista. Encontrar el lanzamiento del martillo fue un refugio. En el colegio lo pasaba mal, pero en la pista era feliz", sostiene convencida.

Las distintas ramas del atletismo, la pluralidad de competencias y los diferentes físicos que conviven en una pista fueron el lugar perfecto como válvula de escape: "En el atletismo me encontré con chicos todos diferentes y un amor por el deporte enorme. Entonces sentí que era mi lugar, una primera curita para tantas inseguridades".

Si bien el deporte fue su guarida para mantener a salvo la autoestima, la sociedad la empujó a sentirse todo el tiempo diferente: "En Argentina hay un sentido estético que condena a los diferentes. Me pasa que voy al shopping y no me puedo probar ni un jean porque no me entran. Y desde los 13 años, cuando miro los vestidos de verano, ni siquiera pregunto el precio porque sé que no hay para mí. Entonces es muy difícil ser una persona segura y con confianza cuando todo el tiempo la sociedad te está remarcando que vos sos diferente. La sociedad no te puede definir. Prefiero definirme yo a que la sociedad me limite. Aprendí que tengo que compararme con mi propio espejo y no con la televisión".

Dahlgren
Jennifer Dahlgren en acción; a pura fuerza en el lanzamiento de martillo.
Jennifer Dahlgren en acción; a pura fuerza en el lanzamiento de martillo.

En 2011 su carrera tuvo un pico pero en 2012 se desplomó. La clasificación a los Juegos Olímpicos de Londres más otros resultados positivos la habían puesto en el ojo mediático: "Eso trajo mucha más atención, patrocinadores y presión. Yo empecé en el lanzamiento de martillo casi como un escape, no buscando fama, prestigio y dinero. Ese año me paraban en la calle por Buenos Aires para pedirme fotos y era súper halagador pero no lo supe manejar. Me sentía muy observada y a cada persona que me deseaba suerte yo sentía que le debía algo. Me empezaron a llamar medios y no les podía decir que no porque iba a quedar como una agrandada. Entonces tenía una entrevista un domingo a las 11 de la noche, caían con tres cámaras a mi entrenamiento y perdí toda la tranquilidad. Estaba muy quemada psicológicamente y el día de competir en Londres entré llena de presión. Era mi tercer juego Olímpico y los otros dos los había disfrutado. En Londres entré a la jaula con presiones propias, de querer ganar y de querer superarme, pero con todas las presiones ajenas. Entré al estadio y me paralicé. No podía respirar y tiré tres tiros nulos. Eso que dicen que el deporte te da revancha es mentira. Vos podés entrenar cuatro años para una tarde y si no lo aprovechas se pierde. Ese momento en el tiempo no lo recuperás. En Londres me fue mal y tuve meses de análisis con mucho bajón. Me puse como meta que no me pasara nunca más".

“Cuando salió mi charla TED mi papá se me acercó para decirme lo mal que se sentía como padre por lo que yo había vivido. El bullying tiene eso de guardarte las cosas. Hubo una chica marginada del grupo que se cortó las venas. Y decían que quería llamar la atención. Si quiere llamar la atención te roba la cartuchera, no se corta las venas. Si llega a ese punto hay una problemática atrás. Hoy voy a un colegio por semana para hablar de frente con los chicos porque esto sigue pasando y los educadores muchas veces no ven las señales”.

Como toda deportista de alto rendimiento, conoce que se aprende mucho más de las derrotas que de las victorias: "Cuando estás en los picos de tu carrera todo es mucho más fácil, todo es disfrutable, el problema son los valles, donde realmente aprendés un montón. En los valles, cuando las cosas no te salen, aparecen las preguntas. ¿Se me acabó al talento? ¿Me tengo que retirar? En los Juegos Panamericanos de Toronto no encontraba las marcas, hablaba con mi entrenador y con mis psicólogos, pero no le encontraba la vuelta. Germán Chiaraviglio me dijo: '¿Te vas a retirar con esto? No podés permitírtelo por tu carrera'. No estaba lesionada, estaba bloqueada de la cabeza. Volví a Buenos Aires y en dos lanzamientos clasifiqué al Mundial y a los Juegos Olímpicos".

Hace tres años se le ocurrió escribir un libro para niños en los que cuenta su historia. El texto (El martillo volador y otros cuentos) es una herramienta para que los padres sepan cómo abordar la problemática, con el mensaje de que una diferencia puede volver las cosas difíciles, pero es lo que nos vuelve extraordinarios como individuos: "Para que el bullying exista se necesitan tres patas. Hay agresor, víctima y testigo. En nuestras sociedades el testigo habilita callando. Muchas veces graba, viraliza los videos y el sufrimiento es exponencial.

De la chica que se cortó las venas en mi colegio, nadie vio ninguna señal. No sé si es un darwinismo donde el más fuerte aplasta a los más débiles en la estructura social, pero quiero ser
diferente, quiero ser mi propia versión porque la comparación mata la felicidad".

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