La legión ausente de Argentina

Julio de 1994. En el Carrasco Lawn Tennis, Uruguay se juega la final de la Zona Americana Grupo I ante Argentina. De un lado Diego Pérez y Marcelo Filipini. Del Otro lado, Javier Frana y Gabriel Markus. Como nunca, Uruguay tiene la chance de competirle palmo a palmo a un tenis argentino en pleno recambio, y consigue una victoria histórica.

Julio de 2014. Muchos argentinos, fuera de los fanáticos del tenis, tienen que escuchar dos veces su nombre para saber quién es: Leonardo Mayer, número 46 del mundo y de 27 años, gana ayer el ATP de Hamburgo. Con eso trepó ayer hasta el puesto 27, el mejor de su carrera, y se convirtió en el segundo jugador argentino de mejor ranking, y el primero en actividad, detrás de Juan Martin del Potro, que se mantiene octavo a pesar de no jugar desde hace varios meses producto de una lesión que lo obligó a pasar por el quirófano.

La imagen llama la atención, en un país tenístico por excelencia: apenas tienen cinco tenistas en el top 100. Sería la envidia de muchos países –ni hablar Uruguay-, pero el contraste es impactante respecto a 2005, cuando Argentina llegó a tener cuatro jugadores en el top 100 y hasta disputando un Masters.

Era la época de oro de la legión Argentina, cuando Mariano Zabaleta, Juan Chela, Mariano Puerta, Agustín Calleri y Franco Squillari se codeaban en el top 30. Todos eran de la misma generación, aunque los que más brillaron fueron los que venían en la generación de abajo: David Nalbandian y Guillermo Coria, únicos que llegaron a meterse en el top 3 Mundial, que compartían torneos de juveniles con Guillermo Cañas y José Acasuso.

Hoy, más allá de Del Potro, los representantes son Mayer, Carlos Berlocq (55), Federico Delbonis (56) y Diego Schwartzman (100).

La legión desapareció. La Asociación Argentina de Tenis hace rato busca soluciones a la falta de tenistas re renombre, que ha golpeado duro: en setiembre, por primera vez desde 2002, Argentina jugará por la permanencia en el Circuito Mundial de la Davis. Atrás pasó una década de pelear los títulos. Es la gran espina que le quedó a esa generación: no conseguir el título de la ensaladera, pese a llegar a tres finales, la más dolorosa en 2008, cuando la perdieron de locales contra una España sin Nadal.

Las señales están por todos lados. Por ejemplo, este año ningún argentino alcanzó cuartos de final del el ATP 250 de Buenos Aires, su principal torneo. Eso influyó para que la ATP lo condenara a una bajada de escalón: para 2015 lo corrió de la segunda a la tercera semana de febrero, en lugar de San Pablo, con lo que deberá competir con los ATP 500 de Acapulco y de Dubai.

Muchos coinciden: lo de la legión fue una excepción casi imposible de repetir, tanto por la calidad de los jugadores surgidos, como por el momento histórico: florecieron en el hueco que surgió en el tenis mundial entre los reinados de Sampras-Agassi y de Federer-Nadal. Otros apuntan a que su época de juveniles fue en plena década del 90, cuando el auge de la paridad peso-dólar hacía muy fácil viajar, jugar torneos y adquirir experiencia. Hoy, para los juveniles argentinos cada viaje cuesta muchísimo: “El dólar es una contra; si no tenés un padre o un sponsor que te banque, se hace muy difícil salir a jugar”, contó Acasuso en una nota con La Nación. “Es imposible que surja algo similar. Porque no fue algo armado. La Argentina debe entender que esto no fue un proyecto de una federación, fueron cosas puntuales de cada uno”, cuenta por su parte Guillermo Cañas, que supo meterse en el top 10 de ser suspendido por dopaje.

Hoy en día la AAT tiene un plan de apoyo a juveniles, por el cual otorga préstamos de hasta US$ 15 mil sin intereses a jugadores de 18 a 22 años, para poder solventar giras. Es un pequeño paso, aunque todo indica que el talento se fue, y demorará mucho en volver.