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La frenética Londres

El cambio de Manchester a Londres obligó a abandonar las ventajas de una ciudad pequeña ajena a los Juegos Olímpicos para ingresar en una capital superpoblada de visitantes circunstanciales
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27 de julio de 2012 a las 15:56

Apenas bajé del tren, que en poco más de dos horas me dejó en la estación Euston de Londres, empecé a entender por qué, hace poco más de un mes, un uruguayo que está radicado en Londres me contaba que las autoridades de la capital británica les pedían a los londinenses que se tomaran vacaciones durante los Juegos Olímpicos y abandonaran la ciudad. La iniciativa no tenía otro objetivo que brindar a los visitantes el espacio que habitualmente ocupan los británicos, a fin de que los extranjeros pudieran disfruta sin angustias ni estrés de una de los rincones más bonitos del planeta, mientras alternaban paseos con las mejores competencias deportivas del planeta.

Apenas el periodista de El Observador abandonó el tren, lo último que le quedaba de la pequeña pero muy tranquila, ordenada y hasta ajena a los Juegos, Manchester, e ingresó en la red de metros de Londres, quedó perplejo cuando a los gritos y dispersos a lo largo de todo el anden, una decena de funcionarios gritaban que se había cerrado esa línea por fallas técnicas y que los únicos que podían continuar el viaje eran los pasajeros que venían en el metro desde otras estaciones. A esa altura, el periodista, acompañado por sus colegas Alberto Kesman, Enrique Yanuzzi, de Universal, Ricardo Piñeyrúa, de El Espectador, y Pablo Gobba, de Últimas Noticias, preguntaron por otras opciones para llegar a los apartamentos que ocuparían en la capital británica. La única que plantearon fue subir a la superficie para tomar un ómnibus o un taxi.

Inmediatamente el periodista recordó lo que había leído en la tapa de Mirror, un rato antes en el viaje en tren desde Manchester, en la que hacía referencia a “el tráfico caótico, ingleses que no tienen entradas para asistir a los Juegos, trenes que no dan abasto, Beckham que no enciende el pebetero, pronostican lluvia para la ceremonia inaugural…”, y lo último que sugirió fue tomar la opción que planteaban. Propuso quedarse a esperar, y fue a insistirle a uno de los funcionarios, obviamente a la uruguaya –porque cuando a los ingleses les dicen que no, es no y nadie pregunta de nuevo- que necesitaban ir solo una estación, desde Euston Square a Highbury Islington y le pidió, con cara de agotamiento y cargado con una valija de 25 kilos y una mochila muy grande, si le permitía ir hasta la siguiente estación. El hombre se apiadó de la situación de los periodistas extranjeros, que estaban todos en la misma situación, porque cargados y les permitió subir. Así, los uruguayos habían superado el primer escollo.

Caminar muchas cuadras entre las estaciones y por las calles para llegar al apartamento y volver bajo tierra para encontrar el camino hasta el Parque Olímpico. Tras un viaje de 40 minutos, en el que el periodista de El Observador ya estaba solo, llegó al corazón de los Juegos Olímpicos. Escaleras, muchos metros recorridos a pie, seguridad por todos lados, militares armados con ametralladoras, un solo puesto de control para ingresar al Parque Olímpico y otros 40 minutos a pie, dentro del parque para llegar desde la entrada al centro de prensa (MPC por sus siglas en inglés) después de cruzar el estadio de waterpolo, el de básquetbol, el de natación, el estadio olímpico, el de bmx, el velódromo, la villa olímpica, entre otras instalaciones.

Una vez dentro del MPC, descubrir cada uno de los sectores llevó un rato y encontrar un escritorio para empezar a trabajar otro tanto, que incluyó la mediación de un integrante del staff debido a que un periodista chino ocupaba dos lugares y no quería dejar libre una de las sillas, porque le cuidaba el lugar a otro colega, que obviamente no había llegado al MPC aún, y en donde había conexión a Internet, que fue contratada desde Montevideo.
Ahora sí, en la frenética Londres, empezaron los Juegos.

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