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La Forlandependencia

Peñarol no tiene ideas ni claridad de juego y solo se espera el remate salvador de Diego
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04 de abril de 2016 a las 05:00
Cuando un equipo recibe una figura de reconocimiento mundial es de esperar que todos se cuelguen del hombro del ídolo. Lo miran distinto. Para el común denominador de los hinchas es una especie de "enviado", el dueño de un poder capaz de resolver todos los problemas. Y esperan que los salve.

Sin ir más lejos, pasó con Luis Suárez en la selección. Si hasta el técnico Tabárez debió salir a aclarar previo al duelo con Brasil que no lo miraba como un salvador.

Pero hay un punto donde será inevitable no dejarse seducir por el poder de la estrella.
Diego Forlán llegó a Peñarol para cumplir con un legado familiar, además de sacarse el único gusto que le restaba cumplir en su carrera.

Bastó que ingresara al campo de juego para que todos los focos lo iluminen. Algo así como jugar con una camiseta distinta a la del resto del equipo.

Le costó a Diego meterse en el corazón de la gente. En el Apertura se cansó de meter pases de gol. Peñarol ganó el torneo pero no fue suficiente para que la directiva destituyera a Pablo Bengoechea de la dirección técnica.

Llegó Da Silva y el equipo lejos de evolucionar parece que involuciona. Y claro, cuando las cosas van mal, todos los ojos apuntan directamente a la estrella.
La situación se agrava cuando la necesidad no es solo de la gente, sino del equipo, de los compañeros, de los entrenadores.

A juzgar por lo que se ve en la cancha, no hay partido donde Peñarol no espere el zapatazo salvador de Forlán.
En un equipo escaso de ideas, sin juego colectivo, con poco para destacar, todo queda supeditado a que Forlán los salve.

Peñarol genera poco juego. Por momentos desconcierta porque ataca desordenado. Tiene un 9 que pivotea, descarga, y va a buscar. Luego es un conglomerado de volantes ofensivos tirados en la cancha. Laterales que suben pero regalan las espaldas y se hace un equipo vulnerable.
Entonces la gente pierde rápidamente la paciencia y todo queda supeditado a un remate salvador, un tiro libre cerca del área o un pase de Forlán. No hay vuelta.

La dependencia de la genialidad de un jugador es peligrosa. Por más magnitud que tenga su estrella, no puede recaer todo en un solo futbolista.

Diego no es mago. Ayer se nubló en los primeros minutos del partido tras recibir una dura entrada. Se la agarró con el juez y perdió el humor. Después no se entendió con sus compañeros y se fue frustrando ante cada remate que le sacó el golero darsenero Nicola Pérez.

Y como Peñarol fue sobre el arco de River sin ideas, a los ponchazos, todos esperaban que el genio frotara la lámpara.

No ocurrió y la gente se retiró frustrada. Diego no es mago. Si el resto no lo acompaña será imposible brillar. En el Centenario flotó claramente la sensación de que Peñarol se convirtió en un equipo Forlandependiente.

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