Gregorio (Pérez, el entrenador) te motivaba de una forma increíble, apelaba a lo que habías vivido, las carencias que habías pasado, te hablaba de tu familia. Te movía las fibras más íntimas previo a un clásico. Entonces, cuando entrabas a la cancha pensabas en ellos. Por eso, la mayoría de los clásicos los ganamos metiendo, con carácter. Capaz que en los últimos años ganamos con oficio, pero siempre recuerdo que en esos partidos nos imponíamos con rebeldía”, explica José Enrique de los Santos a El Observador. El exfutbolista, que jugó en Peñarol entre 1988 y 2002, excepto en 1992 que actuó en Basáñez, disputó 33 clásicos y tiene una historia ganadora.
“El clásico que más recuerdo es el de 1993 porque tenía un componente muy especial. En ese momento se hablaba mucho de que hacía siete años que no ganábamos un Uruguayo y veníamos de un clásico en el que Dely había convertido un golazo. Teníamos que ganar de cualquier manera y marcó algo muy importante”.
En 1995 jugó un clásico lesionado. “Tenía un esguince de rodilla y no había entrenando en toda la semana. Alfredo (Rienzi, el médico) me infiltró para ver si podía llegar. Pero era imposible que pudiera jugar, por esa razón llegué a Los Aromos en el auto con mi señora, porque casi no podía manejar, y con un bolsito como para entrenar y volver a casa. Gregorio me preguntó cómo estaba y le mostré la rodilla hinchada. Entonces me tira: ‘¿Querés jugar?’. ‘Por supuesto’, le dije. Entonces me dijo que lo acompañara a la cancha, porque me iba a probar. Y empieza: me tira una pelota larga y allá fui a buscarla. Me dolía como nunca, pero aguantaba. ‘Bien. Ahora a cabecear’, me decía. Y otra vez, me apoyaba en la pierna que estaba bien y saltaba y rechazaba. ‘Muy bien. Ya está. Quedate que vas a jugar’. Mi señora todavía me esperaba en el auto para volver a casa, entonces me acerqué y le dije que concentraba, que la veía el domingo después del partido. La cuestión fue el día del partido, porque como la rodilla estaba l
esionada se me iba la pierna. Entonces me aseguré bien la rodilla con un leuco. En pleno partido se me movió y tuve que acomodármela para seguir. Seguí y ganamos”, explicó.
La receta ganadora de los aurinegros: “En Peñarol nos enseñaron a ganar los clásicos, por la historia del equipo. Y con eso no sé si entrás sabiendo que vas a ganar, pero te da un plus”.
El duelo: “Vidal González era muy mañero y la mayoría lo tenía entre ceja y ceja. A mí me había hecho alguna, entonces, en un partido en 1993, cuando estábamos en el área para tirar un córner, pidieron un cambio y el árbitro y el línea se fueron para el medio de la cancha. Vi que el otro línea estaba distraído, y cuando Vidal pasó trotando al lado mío lo acosté de una piña. Enseguida se vinieron todos encima, el Tano Gutiérrez se paró delante mío y los frenó. Me querían matar. Vidal se levantó y no dijo nada. A la siguiente, fuimos a pelear una pelota y me abrió la ceja de un codazo. Y no dije nada. Son cosas del fútbol”.
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