Brasil no organiza nunca más un mundial. En 1950 sufrió el Maracanazo de Uruguay y 64 años después el Mineirazo de Alemania. Y por si fueran pocos los siete goles de los germanos, este sábado Holanda le ganó 3-0 en el partido por el tercer puesto.
Peor imposible para los brasileños, los tipos más alegres del mundo, que tienen el carnaval más sexy, las playas más maravillosas, los futbolistas más geniales, la garota de Ipanema, pero también tienen las humillaciones más grandes en la historia del fútbol.
Lo único que les falta para que la afrenta sea mayor es que el domingo Argentina se consagre campeón del mundo en el Maracaná. Si eso pasa seguramente le pondrán una bomba al estadio de Rio de Janeiro, para que no queden resquicios del vejamen.
El encuentro que los candidatos al título no quieren jugar es el del tercer puesto. En el mundial pasado los uruguayos estaban locos de la vida, pero la celeste no era favorita para ganar el título en Sudáfrica. Entonces, después de 40 años de no avanzar hasta las etapas de definición, para Uruguay aquello fue un triunfo en si mismo.
Ahora, que Brasil participara del penúltimo juego del mundial, en su propia casa, cuando el sueño era ganar la sexta copa del mundo, esa sí que es una tremenda frustración.
Encima, a los dos minutos el árbitro argelino cobró un penal para Holanda y Van Persie marcó el primer gol. Iban apenas 120 segundos y los fantasmas del partido contra Alemania empezaron a transformar los rostros de los brasileños.
Un gol que surgió de la equivocación del juez Djamel Haimoudi, porque la falta de Thiago Silva contra Robben ocurrió afuera del área. Pero así como el japonés Nishimura lo favoreció con un penal en el debut frente a Croacia, ahora lo sufrió en carne propia. Una incidencia que provocó una doble equivocación del referee, porque se quedó corto con la amarilla para el capitán brasileño; era roja a todas luces.
La tarde empezó mal y siguió de la misma manera para los locales. Los cambios que intentó Scolari no le dieron resultado. El problema no era táctico, sino psicológico. Fue muy dura la derrota en semifinales, imposible de remontar en tan pocos días.
David Luiz, el estandarte del equipo en los primeros partidos, se transformó en un tábano sin cabeza. Corría de un lado a otro, sin ton ni son. Dejó las puertas abiertas y le entregó las llaves a Blind, que a los 16 minutos marcó el segundo gol después de un fallido rechace del pelilargo. El holandés remató rodeado de cinco brasileños.
Brasil no generó nada. Ni de tiro libre, la especialidad de la casa, inquietó a Cillessen. El más movedizo y que intentó algo diferente fue Oscar. Jô, que entró por Fred, se ve que se puso los mismos zapatos. Jugó estaqueado, como el vituperado atacante del Fluminense.
Después que sacó dos goles de ventaja, Holanda esperó. Cimentado en la rudeza de Súper Vlaar, se arrinconó en su cancha y cuando pudo lanzó al cohete Robben para masacrar a los locales. En el primer minuto de adición logró el tercer gol por intermedio de Wijnaldum. Otro golpe al corazón brasileño.
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