Juan Martín Del Potro fue plata, pero valió oro

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Historia del coraje: por qué Del Potro cautivó al mundo a pesar de perder

Murray venció a Del Potro tras cuatro horas, pero ambos ganaron el reconocimiento mundial
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14 de agosto de 2016 a las 21:24
Por qué nos maravillan las historias olímpicas? ¿Por qué los Juegos Olímpicos son capaces de congregar familias enteras, y gente a la que el deporte no le mueve un pelo el resto del año?

Porque la cita olímpica impulsa al máximo esos valores universales que el deporte tiene siempre, pero que brillan durante estas dos semanas mágicas.

Por todo eso, la de Juan Martín del Potro fue una de las historias de estos Juegos Olímpicos de Río 2016. Porque volvió de lo imposible, tras pasar dos años sin jugar y entrar tres veces al quirófano por una maldita lesión de muñeca que le quitó sus mejores años, y lo obligó a ver, con impotencia, como los grandes como Federer, Nadal y Djokovic se peleaban por los primeros lugares y títulos, sabiendo que él, al 100%, podía pelear de igual a igual con todos.

La historia de Del Potro es la del hombre que vio de cerca la chance de retirarse, porque cada vez que ponía todas sus energías en la recuperación final, una nueva recaída lo obligaba a arrancar de cero. El insulto al ego de, como si fuera un niño, tener que reaprender golpes para no sufrir en cada impacto, con el orgullo herido del campeón de Grand Slam que tenía que volver a lo básico, obligado a por las circunstancias. Y con eso, aprender a convivir con el dolor, ese que a veces no deja dormir de lo intenso que es, y que paralizaría a cualquier mortal común y corriente.

Fue por eso que causó tanto asombro que derrotara a Djokovic en la primera ronda, cuando todos -hasta él- pensaban que el sorteo le destinaba una eliminación en primera ronda. Fue una victoria épica, y también la siguiente ante el portugués Joao Sousa, por el hechod e tener que jugar apenas 16 horas después de la primera.

El camino
Ayudaron a esa historia épica sus lágrimas partido a partido, que se transformaron en llanto incontenible tras ganarle a Nadal. Una historia de redención, de esfuerzo de entrega. Del dolor físico de aquel que estira sus límites, y que calza a la perfección en los Juegos Olímpicos.

La derrota final
La historia perfecta se quedó corta por un paso. Pero si Del Potro tenía que perder, debía ser así: con una batalla tenística de cuatro horas con el N°2 del mundo Andy Murray, que terminó 7-5, 4-6, 6-2 y 7-5. Los dos se exigieron al límite, se desafiaron, empujaron sus propios límites y los límites del otro. Y en el medio, lograron ese click mágico que casi únicamente pasa en los Juegos: prendieron a absolutamente todo el mundo, incluidos a esos que en el resto del año no le prestan atención al tenis porque aseguran que es algo lento y aburrido.

Si algo no tuvo esta final fue esos dos adjetivos. Como el partido de Argentina-Brasil en Básquet, o las carreras de Phelps: esfuerzos extremos ante los que solo queda prestar atención y cautivarse. Y luego, pararse y aplaudir.

Murray se llevó 7-5 el primero. A Del Potro se le habían acabado las fuerzas en los brazos y pies hace tres días, pero lo seguía empujando su orgullo y el canto de la tribuna. Por eso, como ante Nadal, no se cayó por un primer set perdido, y se llevó el segundo 6-4. El tercero fue de Murray 6-2, en un momento en que su rival decidió cuidar energías para el final, cuando vio que ya estaba dos quiebres abajo.

Y el cuarto set fue batalla pura. Los dos exigidos al extremo, tras cuatro horas. Errando, acertando winners, arriesgando. Un microcosmos de la vida adentro de una cancha de tenis.

Del Potro quebró tres veces, y en cada uno le respondió Murray, que le quebró en el 12° game y le ganó 7-5 el cuarto para asegurar el oro. Así, a Del Potro le terminó ganando otro gladiador, que tuvo que luchar contra sus propios demonios, especialmente aquella maldición de no ganar Wimbledon. No solo lo logró dos veces ya, sino que ayer sumó su segundo oro olímpico, y entró a la leyenda. Mereció el oro, sin duda, pero en el final, la medalla que más valió para ambos fue la del coraje. En eso sí, aunque vaya contra la lógica y las reglas del tenis, fue un enorme empate.

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