Stuart Pearce

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Gracias por todo, Pearce

Un lujo. El técnico británico hizo de guía de Londres para el periodista de El Observador
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28 de julio de 2012 a las 21:30

A esa altura de la tarde, cuando ya llevábamos casi 11 horas de actividad más física que periodísticas –aunque una iba ligada a la otra–, costaba encontrar buenas excusas para seguir caminando rumbo al metro de Wembley. Como en una prueba de ruta de ciclismo, íbamos tirando un rato cada uno para ganarle al cansancio, cuando de pronto, Julio Barcelos, el fotógrafo de El País dice: “Mirá, ese tiene que ser algún deportista famoso, porque le piden fotos”. A más de 150 metros, eran solo dos hombres, uno más rubio que el otro, vestido con el uniforme del equipo de Gran Bretaña, no más que eso. Incluso podía ser cualquier ciudadano inglés que compró la indumentaria y andaba de paseo por la ciudad. No obstante, los acontecimientos que giraban en torno a esa dupla planteaba indicios de que no debía ser uno más porque otra vez lo volvían a detener. Apuramos el paso con Edward Piñón, de El País, y Federico Buysán, de Sport 890. Cuando, en sentido contrario se cruzó una de las fans que se había tomado una foto unos metros antes y tenía dibujada en su rostro una sonrisa de oreja a oreja, le preguntamos quién era y respondió: “Pearce”. No era ni más ni menos que Stuart Pearce, el técnico del equipo de fútbol británico, que acababa de terminar la conferencia de prensa en el Estadio de Wembley, y junto a uno de sus asistentes retornaba a la Villa Olímpica.

Nunca más oportuno Pearce, le decía a Buysán, que fue con quien nos subimos finalmente en el metro, porque iba para el mismo lugar que nosotros y él mejor que nadie debía conocer Londres. Hasta ese momento el periodista de El Observador solo atinó a subir una foto en twitter y a aprovechar a llegar más rápido a destino.

Una estación después, sinceramente ya no recuerdo en dónde estábamos porque lo que menos me inquietaba era saber el nombre sino evitar perder a mí guía, el asistente del técnico británico se paró, bajó al andén, mientras Pearce permanecía en su asiento.

Unos segundos después el técnico se paró y siguió los pasos de su colaborador. Y el periodista hizo lo mismo, con un pie en el andén y otro en el tren.

Definitivamente decidieron quedarse en la estación y quien esto escribe también. Buysán continuó con otro destino. Ahí no tuve otra opción que presentarme, explicarle a Pearce que lo había tomado como referencia, porque quería llegar al Parque Olímpico y suponía que ese era su destino. En esta Londres que vive más pendiente de la seguridad que de otra cuestión, procuré ser lo más precavido posible, no fuera cuestión de tener un problema por hacer una persecución el técnico del equipo de fútbol.

Pearce me explicó que debíamos tomar dos metros y me señaló al que debíamos subir. Una vez en el vagón, tomé distancia, mientras él se sacaba fotos con uno y otro. A esa altura, desde que lo vimos a la salida de Wembley ya llevaba un par de decenas de poses con sus fans.

Me senté a cuatro o cinco asientos. Cuando llegó la hora de descender me miró y me hizo una seña. Otra vez me pegué al lado de él y de su colaborador.

Era impensado realizar una entrevista porque el técnico ya había hablado unos minutos antes en conferencia de prensa y, en realidad, a esa altura lo que necesitaba era alguien que me llevara lo antes posible al parque olímpico. Mire si todavía pierdo a mi guía.

El camino hacia el tercer tren fue diferente. Ya se había roto el hielo y se generaba cierto vínculo, ya no el frío de periodista y entrenador, sino el de la convivencia que impone el espíritu olímpico.

Para tomar ese último metro hubo que caminar más de la cuenta, porque el mismo Pearce y su colaborador se perdieron, y las circunstancias ayudaron para hablar de generalidades, de lo difícil que es manejarse para un extranjero en una ciudad tan grande, a pesar de que hacerlo bajo tierra en los Underground es muy sencillo. Le pregunté por qué no se trasladaba como los integrantes de la delegación uruguaya en autos oficiales o en ómnibus y me dijo que porque era más rápido en metro. Allí me contó que en menos de 45 minutos llegábamos de Wembley al Parque Olímpico. En ómnibus a la ida estuvimos, entre viaje y controles de seguridad cerca de dos horas.

Le comenté que me parecía curioso que pudiera andar por lugares públicos con total normalidad, deteniéndose cada tanto para una foto, a pesar de la exposición que tiene por el fútbol y en particular por los Juegos Olímpicos. Me dijo que en su país las personas respetan y le dije que en el mío también. Entonces me preguntó si Suárez podía andar así por la calle. Le dije que Suárez no, que Forlán tampoco, pero que Tabárez sí lo hacía, más allá de que la gente lo detuviera como a él a tomarse fotos.

Subimos por una escalera mecánica al nivel superior, pero enseguida bajamos. Me dice que ese no es el camino. Ahí me explica que vamos a llegar a Stratford Internacional, una de las dos estaciones de metro del parque olímpico. Caminamos unos 200 metros y me señala el tren. Estaba cerrado. Le pregunté si era ese, y muy seguro me respondió afirmativamente. Sinceramente no sabía cómo íbamos a subir, pero era mi referente. De pronto se detuvo frente a una puerta cerrada, apretó un botón verde que estaba a un costado, abrió y me dejó pasar.

Otra vez en el vagón, el tercero en menos de 35 minutos, tomé distancia. Ocho minutos a velocidad extrema y destino. Recorrimos los últimos metros. Me preguntó si consideraba que Uruguay iba a ganar el oro. Le dije que no sabía si el oro, pero que iba a estar en las semifinales. Le dije que Brasil es el gran candidato al oro, y asintió con la cabeza. Un hincha lo alentó y él siguió como si nadie le dijera nada, y otro le gritó, como para que el técnico se diera vuelta, pero ni se inmutó.

A pocos metros de que se separaran los caminos, porque él y su asistente ingresaban a la villa olímpica y yo seguía rumbo al centro de prensa, le agradecí y dije en broma: “See you in semifinals”. Sin detener ese ritmo intenso en la caminata que impuso desde el primer momento, se río y siguió su camino.

Nunca mejor haber encontrado a Pearce en Wembley, para ganarle una hora al último viaje al parque olímpico, el mismo día en el que del apartamento en Londres al parque olímpico pusimos 45 minutos, acumulamos una hora caminando dentro del parque para llegar a la villa olímpica –porque nos habían brindado mal las indicaciones–, casi dos horas en ómnibus desde el centro de prensa a Wembley y cinco controles de seguridad, como los de los aeropuertos.

Gracias por todo, Pearce. El domingo tengo que ir nuevamente a Wembley…

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