Caricatura de Jorge Da Silveira

Opinión > EL CASO TOTO

“Gasté mucho dinero en licor, mujeres y autos. El resto lo desperdicié”

Da Silveira y el alcohol en el fútbol: Sus comentarios me han decepcionado. Columna de opinión de Eduardo Espina
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01 de febrero de 2015 a las 18:52

El aeropuerto de Belfast, Irlanda del Norte, se llama George Best. Es el único aeropuerto del mundo bautizado en honor a un jugador de fútbol. George Best (1946–2005) fue el mejor futbolista nacido en ese país. Fue, precisión obliga, uno de los mejores de todos los tiempos.

Algunos todavía recordamos, tantos años después, sus movimientos con la pelota a lo Rudolf Nureyev, su precisión incluso bajo presión, su estilo y elegancia en las canchas, en donde fue estrella del Manchester United, con el cual salió campeón, mejor dicho, al cual hizo salir campeón en varios torneos. Los anglosajones tienen una expresión para referirse a alguien: “Es más grande que la vida”. Y Best fue algo así, un milagro físico de la exuberancia, hasta que el cuerpo le dijo basta. Además de haber sido un extraordinario futbolista, Best fue un tipo de gran inteligencia. Y para agregarle otro elemento a su imagen de leyenda, bebía como un descosido. Eso nunca le impidió brillar con la pelota en los pies. Sin embargo, la combinación de inteligencia y alcohol, tal cual sucede en las artes, principalmente en la literatura, puede ser muy productiva a la hora de acuñar ocurrencias geniales. La vida de Best está llena de ellas. Esta es la más citada: “Gasté mucho dinero en licor, mujeres y autos de carrera. El resto lo desperdicié”. Ningún otro jugador en la historia, ni siquiera Maradona (que no tiene la inteligencia ni la chispa literaria del irlandés), ha sido una usina tan fértil de historias y comentarios para la cultura popular. Best fue el George Bernard Shaw del fútbol.

El más popular de los deportes ha tenido unos cuantos jugadores legendarios, de los que han marcado diferencias históricas, capaces de combinar la pelota con el trago. Otro ejemplo es Jorge Alberto González (1958- ), más conocido por su apodo de “Mágico”, el mejor futbolista en la historia de El Salvador y de América Central. Otra leyenda de las que ya no se repiten. Sus historias dentro y fuera de la cancha dan para escribir varias biografías. El Mágico se iba de farra, pero a la tarde siguiente en la cancha no fallaba. El único problema era que se quedaba dormido durante la charla del técnico antes del partido, y durante el entretiempo. Su paso por el Cádiz, donde jugó por ocho temporadas y media, y por el Valladolid, donde solo estuvo por media temporada, tiene un anecdotario fabuloso que el propio Gabriel García Márquez debe haber envidiado. Ejemplos notables de lo real maravilloso llevados al fútbol. Al Cádiz lo subió a primera y lo salvó de varios descensos. Maradona llegó a decir que el Mágico era mejor que él. Muchos recuerdan el día en que el Cádiz se jugaba el descenso y el Mágico no aparecía por ningún lado. Finalmente lo encontraron dormido en un bar. Le dieron café, lo metieron bajo una ducha helada y lo llevaron al estadio. El Cádiz ganó y el Mágico tuvo una tarde brillante; no lo podían parar. El entrenador que más tiempo lo dirigió, David Vidal, lo recuerda así: “Fumaba y bebía, pero yo no me metía en su vida. Era un infeliz, un incauto, pero también una buena persona, nunca alzaba la voz. Lo que pasa es que de 30 días que tenía el mes se entrenaba 15. De repente, se pasaba ocho días sin pasarse por los entrenamientos. Cuando llegaba, le preguntaba dónde se había metido. Me decía que había tenido muchas cosas que hacer y que no podía entrenarse”.

Otro ídolo disipado fue Paul Gascoigne (1967- ), al que muchos ingleses consideran el mejor mediocampista que dio su país, quien fue estrella en Inglaterra, Italia y Escocia. Tuvo varios partidos extraordinarios en el pleno sentido de la palabra durante su carrera, pero pocos tan memorables como el de las semifinales del Mundial de Italia en 1990, en el cual Inglaterra, que mereció ganar, perdió con Alemania, luego campeón, por penales. El rostro con lágrimas de Gascoigne al abandonar la cancha era el de un deportista total, que había visto cómo la selección de su país acariciaba la gloria sin poder llegar a conquistarla. En los pubs ingleses, tal cual pude constatarlo, cuando se habla de futbolistas cuya gloria resiste al paso del tiempo, el nombre de Gascoigne siempre aparece en las conversaciones como lo que fue: uno de los imprescindibles de la historia. El hombre y el jugador coinciden en la misma mítica figura.

Best, el Mágico, y Gascoigne “bebían”, pero igual pudieron imponer una huella estelar. Y fueron rendidores: Best jugó como profesional por 21 años, Mágico por 25 años y Gascoigne por 19. La historia del fútbol mundial está llena de jugadores con tanto amor por la pelota como por la botella. También la del fútbol uruguayo. Conocemos los casos, pero ningún periodista serio y con mínima dignidad sale a denunciarlos en público. Es una cuestión de ética y de respeto a la vida privada del otro. En un país como el nuestro, donde uno de los peligrosos pasatiempos es hacer comentarios sobre los demás con el simple afán de perjudicar y destruir, hay quienes toman el camino de la más aborrecible inquisición moderna y muy sueltos de cuerpo dicen que fulanito es “puto”, “drogadicto”, o que mengano es “facho”, miembro de alguna logia secreta o de espionaje, o bien que recibe dinero sucio de alguna institución religiosa considerada de ultraderecha.

En la vida, y sobre todo en la vida de los periodistas con un estricto código de ética profesional, sobre el cual se basa la dignidad, hay límites que no pueden transgredirse bajo ninguna circunstancia. Si se los cruza, casi nunca hay posibilidad de retorno. Se pierde para siempre la credibilidad. Jorge Da Silveira, conocido por su apodo de “Toto” y por usar siempre su título profesional, doctor en Derecho (como si para comentar fútbol fuera necesario serlo), hizo comentarios imperdonables sobre la forma de vida de Jonathan Rodríguez, futbolista de Peñarol y de la selección, sin duda el delantero con más talento que ha dado este país desde los tiempos de Luis Suárez y Edison Cavani. Es uno de los pocos jugadores del medio que juegan en la selección. Con su acción, Da Silveira se convirtió por capricho en juez de un humilde trabajador, de un compatriota que busca –como tantos futbolistas jóvenes– ser tenido en cuenta por la elite del fútbol mundial, pues condiciones no le faltan. El tiempo está de su lado, y seguramente dirá.

La soberbia puede ser la peor enemiga de una persona. Pruebas al canto. Da Silveira se retracta, pide disculpas por sus comentarios, hace un mea culpa en la plaza, pero luego, el miércoles pasado, dice en radio Carve: “Quise asumir el error y bueno, banco yo. Hay que esperar el paso del tiempo para ver a quién le da la razón”. Y ese mismo día afirma en la cadena Fox Sports: “Todos conocemos cuál es el fondo del asunto, pero queda la sensación de que acá el villano es uno”. Da Silveira no entiende la magnitud de su acción en contra de Rodríguez y de sí mismo: vuelve a ser desafiante y soberbio. Qué difícil es para algunos librarse del séptimo pecado capital. Qué difícil es pedir perdón de una manera sincera y auténtica, creíble. Da Silveira quebró además, una de las reglas de oro del periodismo deportivo (y por ende del periodismo en general): el periodista está para valorar y comentar el desempeño de los jugadores en la cancha, no para emitir juicios con saña sobre la vida privada de estos y menos hacerlo con irresponsable soltura ante las cámaras de un medio de información, creyéndose una mezcla de Freud y Juez Moral del Universo. “Es un tema de cabeza”, Jorge, como usted suele repetir.

Por otra parte, siguiendo la misma lógica empleada, la del todo vale, ¿se animaría Da Silveira a juzgar con similar irresponsable desparpajo no ya solo a un futbolista joven, a un humilde muchacho de barrio que le da alegría a la gente, sino a algún miembro de la clase política uruguaya, por ejemplo? ¿Se animaría a señalar con el dedo y decir en un medio masivo de información que el diputado XX bebe, o que el senador XX después de las sesiones parlamentarias en lugar de irse a su hogar con su esposa y sus hijos sale con hombres y tiene una doble vida, etcétera, etcétera? ¿O es que el respeto y la tolerancia Da Silveira solo los usa con la clase dominante, pero no con los futbolistas?

Da Silveira fue uno de los primeros comentaristas de fútbol que seguí de manera regular; con fidelidad de sábado y domingo. Incluso para discrepar con él lo escuchaba. Para mí era el doctor Toto. Un referente del dial. Los recientes comentarios me han decepcionado. Su imagen se me vino al piso. Y además me pregunto: el comentario, ¿fue un error a lo Jorge Batlle, o es parte de una forma de concebir la vida que ha estado siempre ahí? Él tiene 54 años como periodista y yo 36. No le discuto la jerarquía de la antigüedad. Sin embargo, me animo a recordarle al implacable autor del malogrado veredicto, que hay una diferencia entre el periodismo, la libertad de opinión y la caza de brujas. Y que no está nada mal –ni de más– respetar a como dé lugar la vida privada de los otros, incluso la de quienes no son doctores pero se ganan la vida de una manera honesta. ¿O es que acaso entre los uruguayos dejó de aplicarse el “naides es más que naides”? Con su deplorable comentario, Da Silveira manchó la imagen pública de Jonathan Rodríguez y en el proceso terminó arruinando, definitivamente, la suya. Espero equivocarme.

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