"Vi personas llorando por verme. Eso pasó otras veces, pero aquí más que en cualquier otro lugar”, dijo la semana pasada Roger Federer en su partida de Brasil.
El suizo no daba crédito a lo que sus ojos veían: delirio y locura, un fanatismo inusitado para un hombre acostumbrado a públicos como el de Wimbledon o el estadounidense.
Número dos del mundo y considerado el mejor jugador de todos los tiempos por haber estado 302 semanas en el primer lugar del ranking ATP, el tenista visitó Sudamérica en el marco del Gillette Federer Tour.
“Quería pasar por Sudamérica antes de dejar el tenis; siempre tienen que viajar para verme, pero hoy voy a ser yo el que viaje para verlos”, dijo antes de la gira.
Su llegada a San Pablo puede verse en Youtube. Después de un largo viaje, el suizo accede a todas las solicitudes de fotos y autógrafos con una dispuesta sonrisa.
El jueves 6 arrancó su gira con una afeitada en vivo y luego enfrentó en el gimnasio de Ibirapuera, ubicado en San Pablo, al local Thomaz Bellucci. Perdió. Pero dos días después, la gente se enloqueció: salió a enfrentar a Jo-Wilfried Tsonga con la 10 de Brasil, hizo jueguito y un fútbol-tenis poco lúcido en comparación con la calidad de su muñeca.
Colmó las tribunas. La gente llegó a pagar US$ 250 por verlo cuando lo que se paga en las primeras rondas de un Grand Slam ronda los US$ 80.
También intercambió remeras con Pelé. “El sueño se hizo realidad. Para mí fue muy especial jugar aquí, y lucir esta remera es un respeto a Brasil. Soy fan de Guga (Kuerten) y de (Ayrton) Senna. Estoy muy feliz de estar aquí”, dijo.
Marquetinero, carismático y siempre dispuesto a todo encuentro con una sonrisa amablemente natural, la agencia DPA informó que Federer percibirá alrededor de € 7,6 millones por jugar en las pistas sudamericanas.
De Brasil, el nacido en Basilea viajó a Argentina para jugar el miércoles y el jueves dos partidos en Tigre ante Juan Martín Del Potro, con el que perdió el primer duelo para ganar la revancha.
Canchallena, tras su partida, publicó que Federer logró “un embelesamiento colectivo para que veamos a un excelente jugador, a una celebridad gentil y a un hombre cuya humildad nos resulta insuficiente para distribuir entre los que nos quedamos, ahora que él ya se fue”.
En dos días lo vieron 40 mil personas. Lo homenajeó Boca Juniors y se entrevistó con la presidenta Cristina Fernández, quien llegó a decir: “Es un lindo muchacho, pero está casado”.
Después de 96 horas en el vecino país, Federer viajó a Bogotá.
Sus modos amables, cautivaron enseguida a los colombianos que le obsequiaron una remera con sus 17 Grand Slams ganados y otra de la selección de fútbol del país cafetero.
El sábado, el helvético derrotó 7-6 (3), 2-6, 6-3 a Tsonga en el Coliseo Cubierto Campín, poblado por 14 mil espectadores.
Pero apenas bajó del avión ya deleitó a sus fanáticos haciendo un fútbol tenis con el exarquero de la selección Farid Mondragón.
Con 15 años –ahora tiene 31– Federer había estado en Sudamérica para jugar un torneo juvenil en Caracas. Pero entonces no era el fenómeno en que se convirtió. Un fenómeno que hace delirar a Sudamérica.
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