En la guerra y el amor todo vale. Sin restricciones de época, un clásico es un partido que puede alcanzar el rango de sublime. Un duelo de clase superior. La rivalidad entre uruguayos y brasileños es eterna. Los fantasmas de Maracaná hicieron que el cruce se convirtiera en mítico y legendario. Fue tan traumática aquella tarde que los norteños hasta cambiaron el color de su indumentaria. Hay cuestiones claras. Técnicamente, los brasileños siempre son mejores. Son fieles representantes del Jogo Bonito, combinación de palabras que impuso Waldir Pereira y define el andar elegante de los jugadores de esta tierra al que acompañan tacos, toques y otras piruetas. Generalmente, suele complicar el andamiaje lento de las defensas orientales. Pero no todo pasa en la cancha. Cuando desembarqué en Recife, me preguntaron por Sergio “Colacho” Ramírez. Aquel lateral olimareño, un 28 de abril de 1976, harto de alguna jugada canchera de Rivelino, lo corrió y lo obligó a zambullirse por las escaleras que llevaban al vestuario para evitar un paliza histórica. Ramírez, aprovechó el incidente, jugó en el fútbol brasileño, fue ídolo, se hizo cantante, grabó un disco y trabajó como DT. Obviamente, nunca volvió al paisito. ¿Cómo detenerlos en una tarde inspirada? ¿Cómo no sufrir bajas ante el andar habilidoso de Neymar y sus socios? ¿Cómo disimular la lentitud de la defensa celeste? ¿Cómo hacer valer lo mejor de Uruguay –su ataque– si la pelota la tiene el rival? Estas preguntas, casi básicas, resumen las interrogantes que genera el clásico. Todo ocurre en tiempos en que España lanza su candidatura para apropiarse del juego bonito. Algo que, seguramente, los brasileños nunca imaginaron. Desde Pelé para acá, siempre era brasileño y eso no admitía discusión. Tal vez esa disputa –que molesta al orgullo brasileño– los presione. Ojalá. Llegar a la final, ganarle a España y bajarle los humos a La Roja son sueños que están en la mira de los norteños. En medio de esa trifulca vanidosa de ideología futbolística, Uruguay se levanta en el camino de los hombres de Scolari. Sostengo que la historia no juega pero no se puede olvidar. Muchos dicen que en la guerra y en el amor todo vale. Y en el Brasil- Uruguay todo vale... Lo dice la historia.
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