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El templo elitista

El moderno Maracaná ganó en seguridad y cuidado del medioambiente, pero dejó de ser un símbolo popular: entradas muy caras y aspecto aséptico son las quejas
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24 de abril de 2014 a las 20:06

Maracaná es sinónimo de fútbol, la meca que todo hincha quiere conocer. Este templo del pueblo brasileño, que acogió a 200 mil hinchas en el Maracanazo de 1950, recibe su segunda Copa del Mundo en un ambiente hipermoderno, sustentable y seguro, aunque también aséptico y elitista.

El silencio sepulcral de esa tarde del 16 de julio de 1950 contradijo los titulares de los diarios locales, redactados antes del partido: Brasil ganaría el Mundial en su estadio, el mayor del mundo. Alcides Ghiggia se encargó de cambiar el curso de la historia con su gol, permitiendo que de celeste se tiñera la fachada de aquella monumental estructura.

En menos de dos meses, 64 años después de esa histórica derrota, el equipo de Luiz Felipe Scolari tendrá la oportunidad de borrar ese mal recuerdo en blanco y negro, que cinco copas del Mundo levantadas por Brasil fuera de casa no pudieron disipar. Sumando a la presión, la canarinha solo podrá jugar en el “templo” si llega a la final.

Por su gramado desfilaron íconos como Garrincha, el mítico puntero de Botafogo, y una de las piezas claves del equipo brasileño que ganó los mundiales de Suecia 1958 y Chile 1962. Pero también fue palco de artistas como Frank Sinatra, Paul McCartney o la banda Kiss.

Comenzó a ser construido en 1948, un año después de que la FIFA confirmase al país como sede de la primera Copa del Mundo tras la segunda guerra mundial.

Y entonces, como ahora, hubo críticas por atrasos en las obras. De hecho, fue inaugurado menos de 10 días antes del partido inaugural que también acogió. “El desperdicio de cemento, dinero y tiempo era justificado. El Maracaná debía ser imponente, pero también lo suficientemente sólido para soportar a más de 200 mil personas saltando”, puntualizó el escritor brasileño Teixeira Heizer en su libro Maracanazo.

Iglesia reformada
El Maracaná original costó un dineral y fue blanco de críticas políticas en la época, tal como ahora. Fue financiado en parte con venta de sillas vitalicias, que pasaban de generación en generación y que hoy son punto de polémica porque la FIFA no las reconoce.

El estadio atravesó una primera gran reforma en 1999 y redujo su capacidad a poco más de 100 mil espectadores, perdiendo su título de mayor del mundo. Y años después eliminó la famosa “general”, un área sin asientos cuyo ingreso era gratuito después del primer tiempo.

De cara al Mundial 2014, el Maracaná fue prácticamente derribado y construido de cero, durante dos años y medio de obras que costaron US$ 600 millones.

“No soy un nostálgico que piense que debía mantenerse como antes. Sigue siendo una iglesia, ahora una iglesia reformada”, estimó Marcos Guterman, autor del libro El fútbol explica a Brasil, en declaraciones a la AFP.

Hoy es un estadio hipermoderno, respetuoso del medioambiente y seguro, que puede acoger a poco más de 78 mil espectadores. Pero varios críticos afirman que ha perdido un poco de su alma, tornándose más aséptico que popular, ya que muchos brasileños no pueden pagar el precio de su entrada más barata, que este año llegó a costar 100 reales (US$ 45) para un clásico carioca Flamengo-Fluminense.

Para terminar con las gradas vacías, el Fluminense de Rio bajó recientemente el precio de la entrada a 10 reales (US$ 4,5) y logró atraer a un par de decenas de miles de hinchas. Pero aún resta por saber qué pasará con los demás equipos.

Fue en este Maracaná que Brasil venció hace casi un año a la imbatible España por 3-0 en la Copa Confederaciones, ahí sí con el estadio vibrando de energía, lleno a reventar. Quién sabe si después de 2014 habrá otra final mundialista en el Maracaná. La espina celeste se saca esta vez o nunca. l

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