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El plan anti-Messi quedó en los papeles

Uruguay tuvo la intención de no dejar jugar al astro rosarino pero, ni bien entró en calor, el hombre de barcelona fue determinante
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01 de septiembre de 2016 a las 23:52
Tras su aparente renuncia, cuando todo era frustración luego de que Argentina cayera por segunda vez consecutiva en una final ante Chile, los hinchas argentinos prendieron velas, hicieron súplicas, marchas y demostraciones de amor de todo tipo.

La renuncia de Gerardo Martino y el corso interminable en la AFA para elegir un nuevo entrenador lo encontró de vacaciones, donde tuvo tiempo de recargar pilas, cambiarse el look y ponerse en modo Barcelona, donde encuentra su mejor versión.

Con Bauza designado, la primera tarea del nuevo entrenador fue convencer a Messi de que su renuncia quedara en una estruendosa declaración y nada más.

De reojo, el cuerpo técnico de Uruguay diseñaba en silencio el plan imposible. Ensayo y error. Borrador y corrección. Intentar detener al mejor jugador del mundo aún cuando el sistema de su selección, la extrañeza de sus compañeros y el cambio de entrenador podían bajarlo del pedestal.

Y lo logró, pero solo por diez minutos, cuando Messi debió tirarse muy atrás para entrar en contacto con la pelota y quedó de frente con la dos líneas de cuatro defensivas que paraba Uruguay.

La intención celeste fue presentar un equipo compacto, sin fisuras ni grietas donde Argentina pudiera lastimar. Fue con Paulo Dybala que Messi se sintió como en el living de su casa. Con la pelota en los pies y el delantero de Juventus como socio estratégico, Messi logró construir juego –y destruir el sistema defensivo de Uruguay- desde la calle central, generando juego a través de paredes desde los extremos hacia el centro y una falta de Jorge Fucile con la intención de cortar el avance fue la señal que encendió las alarmas.

Arropado por un público que lo ovacionó desde su llegada a la cancha, Messi se hizo de la pelota con el correr de los minutos y, con el útil en su poder, su confianza también fue crecimiento.

Pasada la media hora de juego, Messi pasó al callejón central y pasó a gravitar incluso sin tocar la pelota, como cuando Luis Suárez perdió el balón ante la presión de Ángel Di María y Dybala disparó de lejos. El palo, la espalda de Fernando Muslera y el azar del destino salvaron a Uruguay.

Gol, gravitación y poesía

Apenas 10 minutos más tarde, Messi tuvo la mayor franquicia de la noche. Apoyado por un gesto técnico notable, que le permitió llevarse la pelota con el taco, Messi volvió sobre sus pasos, generó el espacio tras la distracción de Carlos Sánchez y remató al arco frente a la mirada de siete jugadores celestes.

Un rebote en José María Giménez cambió la trayectoria de la pelota y dejó a Muslera sin asunto para sellar, a la postre, el único gol de la noche mendocina.

Desde la posesión fue que Argentina construyó su dominio y ahí Messi ganó libertad y comodidad para adueñarse de los últimos minutos del primer tiempo.

Sin embargo, una infracción a destiempo del amonestado Dybala, dejó a la selección local con un hombre de menos y obligó a Edgardo Bauza, fanático del equilibrio, a retroceder líneas.

Ante esa modificación táctica y numérica, Messi sumó responsabilidades y no defraudó. Supo hacerse de la pelota, trasladar cuando fue necesario, descongestionar circuitos defensivos de Uruguay y hasta habilitar en largo cuando la situación lo requería.

Con Uruguay obligado a jugar en cancha rival y con la presión de lograr la igualdad ante la superioridad numérica, Messi tuvo que multiplicar esfuerzos para trasladar y saltar líneas.
No fue casualidad que en ese momento cambiara de banda.

¿Por qué? Porque en su duelo con Gastón Silva alternó buenas y malas para la grata sorpresa del lateral celeste. El marcador de punta, hoy en Granada, clausuró su sector con criterio, supo acomodar el cuerpo cuando las cartas lo hacían perder en velocidad y aplicó siempre bien tanto en los relevos como en el retroceso.

De ahí que Messi tuvo que volcarse a la calle central para encontrar su mejor escenario y, cuando el partido lo ameritaba, tirarse hacia la izquierda para jugarle el mano a mano a Fucile.

Fue allí que encontró mayores franquicias, entre Fucile y a la espalda de Corujo, que intentó seguirlo durante todo el primer tiempo.

Cuando los pulmones celestes empezaron a cansarse, Messi demostró que está a otro nivel para marcar la diferencia física y tener claridad técnica.

Una aceleración por la línea final dejó a Fucile en ridículo y se dio el lujo de hacer poesía en un metro cuadrado cuando Corujo fue a apretarlo contra la línea.

Messi estuvo lejos de tener el partido soñado, tuvo producciones de mucha mayor altura en su club pero, por lo simbólico y lo que generó en propios y extraños, estuvo a la altura de la gran figura que es.

El capitán fue la llave de un partido ajustado. Brilló el que nunca se fue.

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