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El infierno es brasileño

Alemania cuestionó el statu quo del fútbol, y le provocó la mayor humillación de la historia a Brasil
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08 de julio de 2014 a las 18:53

Usted no entiende nada? Yo tampoco. Tampoco lo pueden entender 200 millones de brasileños, ni miles de millones de personas que lo vieron en vivo, que se enterarán en estos días o en las décadas que vienen, cuando sus abuelos les cuenten sobre la tarde del 8 de julio de 2014.

Pero se supone que debo tratar de explicárselo. Y no se me ocurre otra cosa que pensar que lo de ayer en Belo Horizonte no fue fútbol. No es fútbol un 7-1 de Alemania a Brasil en una semifinal de Copa del Mundo. O mejor dicho, lo excede. Porque en realidad, la mitad de la explicación sí es fútbol: y de los mejores que haya visto.

Esa mitad es la del impresionante baile alemán, cercano a la perfección: marca en toda la cancha, contragolpes, pases perfectos, toques exquisitos, definiciones maestras. Con coraje para cuestionar cualquier noción de statu quo que durante décadas se ha escrito en el mundo de la pelota: que cuando se hace un gol en un partido importante hay que replegarse, que defender es tirar la pelota lejos, que jugar de contra es mandar a un pescador a agarrar alguna pelota suelta. Que defender con ocho y atacar con seis en la misma jugada es imposible. Y que, en todo caso, atacar con seis ante un equipo como Brasil –¡y encima de visitante!- es un suicidio. Que en un clásico hay que tener respeto, ese que no se traduce en deportividad sino en ser amarrete.

Eso, nos cansamos de escuchar, es tener “inteligencia táctica”, y por culpa de eso nos hemos comido soberanos aburrimientos frente a una TV o en un estadio.

Alemania jugaba como Brasil, decíamos todos. Y en el partido más importante se vistió del Brasil más implacable: el que toca y lastima sin importar consecuencias. El que se divierte, y que si debe tocarla cinco veces en el área no lo ve como lujo sino como fin. El pizarrero, en el mejor sentido que se pueda entender.

Pero si eso fue éxtasis, lo de enfrente no fue fútbol. Fue un derrumbe moral y anímico, resumido en 6 minutos de infierno para Brasil. Fue la peor desesperación: la que aniquila las piernas y el corazón y arrasa con todo. Fue el miedo personificado: David Luiz perdiendo la marca de Mueller en el primer gol, Dante no sabiendo donde estaba parado, Luiz Gustavo perdiendo una pelota tras otra, Oscar o Hulk no pudiendo aguantar un solo balón, dando pie a nueve ataques de Alemania en el primer tiempo, de los cuales cinco fueron goles. Fue la vergüenza de mirar a la tribuna y ver el pánico de la gente, generado por ellos. El mismo pánico reflejado en los ojos de Barbosa, 64 años atrás, mientras se levantaba a buscar la pelota de Ghiggia al fondo del arco de Maracaná. El pánico de estar viviendo el peor momento de sus vidas.

Como la mayoría de los actos importantes de la vida, todo pasó casi sin poder darse cuenta. Porque hasta el minuto 24’ aún había un partido: Alemania ganaba 1-0 con gol de Muller y llegaba de contra, pero Brasil luchaba para sobrevivir. Esa lucha se terminó en 6 minutos, cuando Alemania anotó 4 goles. Sí, 4. Llegando por la punta, tocando al medio, eludiendo defensas como postes. Seis ataques perfectos, para destruir el alma de un grande. Y para plantar bandera de una auténtica revolución en el mundo del fútbol.

Además, el minuto a minuto de la histórica goleada

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